Loumier se recostó en la fría tierra de la trinchera, sus pensamientos oscurecidos por una niebla que no era de este mundo, sino del abismo de su propia mente. La lluvia persistente, una maldición líquida del cielo, se mezclaba con el barro y la sangre, creando un paisaje dantesco, una pesadilla perpetua de carne y fuego.
El retumbar de los cañones y el crujido de los fusiles resonaban como los latidos de un corazón monstruoso, cuyas palpitaciones rugían en el silencio de su alma torturada. Los cadáveres que lo rodeaban, esos cuerpos inertes y mutilados, parecían murmurar secretos oscuros, sus rostros pálidos contorsionados en muecas de dolor eterno.
Loumier cerró los ojos, buscando refugio en el recuerdo, pero solo encontró sombras danzantes y fantasmas del pasado. Su hogar, antes un santuario de paz, ahora era un espectro lejano, apenas un susurro en la tempestad de su mente. El aroma a pan recién horneado, el susurro del viento en los campos, todo se desvanecía como un sueño al amanecer.
Un grito rompió la noche eterna de su pensamiento, un grito que no era humano, sino el aullido de un alma perdida. Abrió los ojos para encontrar al joven recluta, su rostro desfigurado por el terror y la desesperación. Loumier lo observó con una mezcla de compasión y horror, sintiendo cómo su propia cordura se deshilachaba, un hilo más en la vasta telaraña de la locura.
El oficial apareció entonces, una figura espectral envuelta en la neblina de la batalla. - ¡Preparen las armas! - rugió, su voz un trueno que resonaba en los rincones más oscuros de la mente de Loumier. La orden era un mandato del inframundo, un llamado a la danza macabra de la muerte.
Loumier se levantó, su cuerpo moviéndose como un autómata, su mente atrapada en un torbellino de horror. Alzó su rifle, la madera fría contra su piel, y apuntó hacia las sombras que avanzaban. Cada disparo era una nota en la sinfonía del infierno, una cadencia de destrucción que resonaba en los oscuros corredores de su alma.
La batalla se prolongó, una eternidad de horror y sangre. Los disparos disminuyeron gradualmente, dejando tras de sí un silencio ensordecedor, un vacío que devoraba el alma. Loumier bajó su rifle, su mirada perdida en el horizonte de cuerpos y ruinas que daba, sentía cómo su espíritu se endurecía, preparado para enfrentar las sombras que aún aguardaban en la niebla.
La guerra continuaría, pero mientras tuviera aliento, Loumier lucharía, no solo contra el enemigo, sino contra la oscuridad que amenazaba con devorar su alma. Porque en los rincones más oscuros de la mente, la verdadera batalla apenas comenzaba.
su respiración saliendo en nubes visibles en el aire frío de la madrugada. El barro bajo sus botas parecía tener vida propia, succionando con insistencia, como si intentara arrastrarlo hacia las profundidades de la tierra. Alrededor de él, los cuerpos de sus compañeros yacían esparcidos, fragmentos de una humanidad destrozada por la guerra.
Se pasó una mano temblorosa por el rostro, el lodo mezclándose con el sudor y la sangre que cubrían su piel. Cerró los ojos por un momento, intentando encontrar un refugio en sus pensamientos. Pero la guerra tenía una manera peculiar de infiltrarse en la mente, retorciendo incluso los recuerdos más queridos hasta convertirlos en algo monstruoso. De repente, un sonido rompió el silencio, un crujido suave que parecía venir de algún lugar profundo bajo la trinchera. Loumier abrió los ojos, su corazón acelerándose. Miró a su alrededor, pero no había nada más que sombras y cadáveres. Apretó su rifle, el metal frío un consuelo en la oscuridad.
- ¿Qué diablos fue eso? - murmuró para sí mismo, su voz apenas un susurro.
Pierre, su amigo más cercano, estaba a unos metros de distancia, su cuerpo inmóvil y su rostro pálido. Sabía que Pierre estaba muerto, pero en la penumbra, a veces parecía que sus ojos seguían abiertos, observándolo. Se estremeció, apartando la mirada. Había cosas en la guerra que eran demasiado horribles para contemplar por mucho tiempo.
El crujido volvió, más fuerte esta vez, acompañado de un murmullo suave, casi inaudible. Loumier se agachó, intentando discernir el origen del sonido. La trinchera parecía estarse cerrando sobre él, las paredes de barro pulsando con una vida propia. De repente, un brazo emergió del lodo a su lado, aferrándose a su pierna. Loumier gritó, retrocediendo con una mezcla de horror y repulsión. Miró hacia abajo y vio la mano ensangrentada de un soldado alemán, su rostro medio enterrado en el barro, los ojos vidriosos fijos en él.
- ¡Ayuda! - la voz del soldado era un susurro ronco, lleno de una desesperación que trascendía las barreras del lenguaje.
Vaciló, su instinto humano luchando contra el odio inculcado por la guerra. Finalmente, se inclinó y comenzó a cavar, sus manos hundiéndose en el barro, tratando de liberar al hombre atrapado. A cada palada, el barro parecía luchar contra él, como si intentara retener a su presa.
Finalmente, logró sacar al soldado, quien jadeaba y tosía, sus ojos llenos de gratitud y miedo. Lo observó por un momento, sintiendo una extraña conexión con el hombre al que, en otras circunstancias, habría matado sin pensarlo.
-Gracias- susurró el alemán, sus palabras apenas audibles en el caos que los rodeaba.
Antes de que pudiera responder, un disparo
resonó en la trinchera. Sintió un dolor agudo en el hombro y cayó hacia atrás, su visión oscureciéndose. El último pensamiento que tuvo antes de perder el conocimiento fue que la guerra no solo mataba cuerpos, sino también almas.
Despertó en una especie de pesadilla, una celda oscura y húmeda, con el dolor pulsando en su hombro. Intentó moverse, pero sus manos estaban atadas. Miró a su alrededor, tratando de entender dónde estaba. En un rincón, vio a Pierre, su amigo muerto, sentado y observándolo con una sonrisa macabra.
-Bienvenido de nuevo, Loumier- dijo Pierre, su voz extrañamente distorsionada, como si viniera de algún lugar profundo y oscuro. -La guerra no ha terminado para ti. No, apenas está comenzando.
Loumier gritó, pero su voz se perdió en la oscuridad. Sabía, en lo más profundo de su ser, que había cruzado un umbral hacia un lugar del que tal vez nunca podría regresar. En las sombras de la trinchera, la verdadera batalla por su alma había comenzado.
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CONQUET
Historical FictionUna recopilacion de relatos entrelazados en un mismo mundo.