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Elizabeth

El texto que envió Dania es una foto mía demasiado provocativa. No se ve mi cara, pero mi brazo tapándome el busto sí. Siento que mis mejillas arden por la vergüenza. Sabía que era una mala idea. Si alguien se entera, si él se entera de que soy yo, estoy jodida.

—¿Qué?—Dania me mira como si no fuera nada importante—. Ni que le haya puesto: "¡Hola, papi! Soy una gatita caliente que busca tu leche".

Hubiera preferido eso. Soy tan estúpida que tan poco amor propio puedo tener. Él solo fue amable conmigo. Estoy a tiempo de borrarlo, pero este ya parece visto, el pulso se me dispara a mil cuando veo que está escribiendo.Miro a Dania, quien está sonriendo maliciosamente.

Cuando volteamos otra vez, ya hay un mensaje nuevo que dice: "¿Quién eres?". Respiro aliviada, ya que no sospecha que soy yo. Cuando me doy cuenta, Dania vuelve a contestar, pero esta vez no se lo arrebato. Observo cómo teclea: "Alguien que solo quiere probarte".

Nos contesta al instante: "¿Quieres jugar al gato y al ratón? No sabes quién soy, así que te doy la oportunidad de que no me vuelvas a escribir porque, si te encuentro, no será para cosas buenas".

Quiero hacer la cosa más valiente y estúpida que haré en mi vida. Tomo el celular respondiendo su amenaza: "Estaré deseando que me encuentres".

—Eso no me lo esperaba—Dania se levanta de la cama, buscando su bolso—. Una gatita caliente.

Mira mi cara de arrepentimiento y comienza a reír. Yo también me levanto para cambiarme la pijama y corro hasta mi clóset, eligiendo lo primero que encuentro para ir a la oficina. Cuando regreso, la veo mirándose en el espejo del tocador.

—No te preocupes, lo peor que puede pasar es que te encuentre—tiene razón—. Vamos tarde, esta vez tu padre sí que nos mata.

—Maldición—me observo en el espejo para alisar mi falda y reviso que los botones de mi camisa estén en orden.

Tomo mi bolso y bajamos a toda prisa. Subo al Ferrari de Dania. En el camino me limito a observar la camioneta con los escoltas que nos colocó mi padre.

Bajo el parasol del coche para aplicarme un labial rojo. Hoy no me desperté con los ojos hinchados por llorar; mis ojos grises brillan con más intensidad.

—¿Qué monos, verdad?—dice, observándolos por un segundo antes de volver a fijar la vista en la carretera—. Pensarán que soy una persona importante.

—Es una pesadilla—respondo, subiendo el espejo—. No podré salir de fiesta sin que lo sepa mi padre.

—Te está cuidando. Ojalá el mío hiciera lo mismo—añade mientras nos detenemos en un semáforo

Agradezco que no siga con la conversación. Pensé que solo era un hombre, pero son como cuatro. No veo el afán de llamar la atención. Cuando llegamos se estaciona al lado de un McLaren que se me hace demasiado conocido.

Qué raro.

Al entrar al enorme edificio, la recepcionista nos indica en qué sala de juntas nos están esperando. Diez minutos tarde. En el elevador, observo cómo Dania se acomoda el escote y se aplica labial rosa. Las puertas se abren, pero yo soy la única que sale.

—Tengo otra reunión, han hecho un cargo que no reconocen y tengo que poner la cara—me tira un beso y se cierra el elevador.

Maldita, me dejó sola cuando más la voy a necesitar. La puerta está ligeramente abierta. Mi padre lo entenderá. Respiro y exhalo para liberar los nervios...

—No esperaré un minuto más al incompetente que...—la voz de Damon se detiene cuando me ve entrar.

—Lo siento mucho—mierda, él está en el lugar de mi padre—. Había mucho tráfico.

Lo inmoral Donde viven las historias. Descúbrelo ahora