10.

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Elizabeth


—Es un idiota—repite nuevamente Dania—. ¿No te ha mandado ni un solo mensaje desde hace una semana?

—No tienes por qué repetírmelo a cada momento.

—Bueno, era de esperarse: de tal palo, tal astilla—me dice, mientras me observa y yo bebo mi café.

—Él no es igual a su padre—murmuro, mirando mi celular.

—Fue la mejor cogida de tu vida; te endulzó el oído para después botarte, ¿no?—todo lo que dice es cierto, fui tan tonta.

Suspiro, cansada de la misma conversación, pero le sigo la corriente hasta que volvemos a entrar a la empresa. Entonces, observo a Henry entrar con la cara llena de moretones y un ojo morado.

—Me encanta cómo la vida pone las cosas en su lugar—me susurra Dania.

¿Qué hace aquí? Hoy Luz se tomó sus días de descanso y necesito que Damon me firme estos papeles. Se lo pediría a Dania, pero no quiero que vea cuánto me afecta. Toco suavemente dos veces la puerta, luego me limpio el sudor en la falda. Él dice que pase. Mi pecho se comprime al verlo informal y con el cabello húmedo.

Mierda, ¿qué me pasa?

—Necesito que me firmes unos papeles—digo. Él levanta la vista al escucharme, confirmándome que no esperaba verme. Me acerco y dejo los documentos en la mesa, luego señalo—: Aquí y aquí.

Agradezco que empiece a firmar.

—Puedo explicarte—trata de hablar, pero lo interrumpo.

—Es todo, gracias—agarro la carpeta y camino hacia la puerta.

Él impide mi paso, se acerca y yo me hago para atrás hasta que choco con el escritorio.

—Te dejé claro las cosas; si la cagaste, no es culpa mía. Déjame salir.

—No puedo—me susurra, oliendo mi cuello—. No sé qué mierda me sucede, no entiendo nada.

—Es una lástima—lo reto con la mirada—. A mí no me vas a usar y desechar como una puta.

—No lo eres. Deja que lo solucione...—siento sus labios cerca de los míos, pero esquivo el beso.

—No soy un juguete, Damon—susurro a centímetros de su oído—. Gracias a ti, le daré una oportunidad a Mat...

No termino de decir su nombre y ya me tiene sujetada del cuello.

—Eres mía, y si ese pedazo de mierda toca lo mío, lo mato con mis propias manos.

—¿Tuya? Por favor.

Como puedo, me libro de su agarre, salgo, pero siento sus pasos detrás de mí. ¿Qué pretende?

—Cierra el pasillo, Lucas, ahora.

—Estás loco—corro hacia el ascensor, pero él es más rápido y me carga de la cintura.

—Suéltame, Lucas llama a mi padre—juro que los mataré a los dos.

Vamos directo de nuevo a su oficina. Forcejeo y pataleo, pero él es más fuerte. Intento golpearlo, pero solo impacto su pecho.

—Nadie puede entrar, apaga las cámaras—le ordena a Lucas, quien asiente dudoso.

Me empuja a su oficina y cierra con seguro. Luego me suelta, así que aprovecho para darle una cachetada, pero él me toma del brazo antes de que pueda golpearlo.

—¿En qué estábamos?—me pregunta, soltando mi mano.

—En que te vayas a la MIERDA—me acerco enfurecida—. Haré que te largues de esta empresa si es necesario de Londres.

Lo inmoral Donde viven las historias. Descúbrelo ahora