6.

31K 1.7K 188
                                    

Damon


¿ Qué mierda me está sucediendo? Brenda gatea hacia mí con su conjunto de lencería color blanco. Se sube encima de mí y me tenso cuando le permito tocar mi pecho, excepto el tatuaje del medio.

—Amor—gime mientras se restriega en mi erección—. Me encanta saber que soy la única que te pone así.

Quiero engañar a mi mente; deseo que a la que imagine desnuda sea otra de ojos grises. No quiero estar así por ella. Brenda me besa, pero sus besos son amargos. Me levanto y ella cae sobre la cama.

—¿Qué pasa?—Me pregunta, dejo su figura atrás.

Voy hasta el mini bar para tomar un vodka. Necesito olvidar a esa chica. Cuando me volteo, la encuentro enredada en la sábana blanca, sus ojos verdes se clavan en mí como espinas.

—¿Me explicas qué es lo que te pasa?—pregunta, y ni yo lo sé.

—No quiero, Brenda. No empieces a joderme—le respondo, tragando todo el líquido de un solo trago.

—Desde que llegamos aquí no quieres tocarme. Yo, en serio, te amo.

No tengo ninguna relación con Brenda. Desde siempre he estado interesado en una sola chica, una que no puedo tener, y eso ella lo sabe. Esto solo era temporal; no le pedí que se enamorara de mí.

—No tengo ganas de discutir—me siento en el sofá, pero ella se interpone en mi camino.

—Hueles a otra—dice con una voz amenazadora—. Si me llego a enterar de que te acuestas con otra, la mato.

—No me amenaces, Brenda—ladeo la cabeza, apartando mi mirada de ella—. No somos exclusivos.

—¡NO!—chilla, aturdiéndome—. No, Damon. Tú y yo nos vamos a casar; tu padre lo acepta.

—A mí me importa una mierda lo que acepte mi padre—la enfrento, jalándola de la nuca con brusquedad—. Me estás fastidiando y sabes perfectamente qué le pasa a la gente que me estorba.

Su rostro palidece.

—No lo harías. Me conoces desde que éramos niños—tartamudea lentamente.

La suelto. Su olor me provoca asco; todo de ella me lo provoca. Voy por otro trago porque quiero emborracharme. Agradezco que no hable, se limita a observarme de lejos.

—Se terminó—bebo el trago—. No me interesa seguir perdiendo el tiempo contigo. Vuelve con tus padres.

—Damon, no me hagas esto. Prometo no seguir con el tema.

—Me iré a México—ignoro lo que acaba de decir—. Puedes quedarte, pero cuando regrese, no quiero volver a verte.

—Damon...

—Largo.

Camina furiosa hacia la habitación y cierra la puerta de golpe. Yo salgo al patio a observar el cielo estrellado. Un recuerdo viene a abrir mi caparazón.

No entiendo qué pasa. Mi padre recibió una llamada que lo puso nervioso, y ahora da vueltas de aquí para allá mientras habla por teléfono. Hoy íbamos a ver un partido, pero supongo que ese plan ya está arruinado, como todos, si no quiere pasar tiempo conmigo. No sé para qué viene a visitarme.

—Sí, tráela—exclama—. Necesito que te calmes; la alteras más.

Me encierro en la habitación, me pongo los audífonos para no escuchar nada. Una hora después, alguien abre la puerta de mi cuarto. Estoy a punto de maldecir cuando veo una melena blanca entrar enfrente de mi nana.

Lo inmoral Donde viven las historias. Descúbrelo ahora