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Tuvo un despertar abrupto, Adamas yacía en una habitación algo grande, completamente desorientado y confundido, acostado en una cama con la mirada pegada al techo.
Un pitido retumbaba en sus oídos.
Podía escuchar el latido de su corazón resonar a un ritmo alarmantemente acelerado.
Cerraba y abría varias veces sus ojos, aún no comprendía dónde terminaba su cuerpo y empezaba la cama.
Sus manos fueron instintivamente a su vientre, palpando varias veces para comprobar el daño que su cuerpo sufrió anteriormente, mientras intentaba regular su respiración agitada lo mejor que podia.
Para su consternación, su vientre se sentía intacto, sin ningún hilo de piel desprendido, sin chorros de sangre cayendo a por montones, sin el tan característico tridente de su hermano atravesando lo; solo su piel completamente intacta y sana.
Sus manos sudaban en frío y le era difícil controlar los temblores que emitían los músculos de sus extremidades.
En un principio, no podía ver nada con claridad, todo parecía borroso y ondulado, como si hubiera abierto los ojos bajo la superficie del agua. Apenas distinguía su propio cuerpo de las sábanas azabache sobre y bajo suyo.
Adamas parpadeó nuevamente y luego volvió a dar un vistazo general por el espacio donde se encontraba, ahora un poco más claro, todavía bastante borroso, pero al menos ahora podía coordinar su entorno más allá de la cama.
Estaba en su cuarto, este pensamiento lo hizo soltar un suspiro de alivió. Aunque, por alguna razón sentía que algo había cambiado en el espacio.
Cerró los ojos, respiró hondo lentamente, lo contuvo por un momento y luego exhaló. El dios repitió la acción unas cuantas veces más antes de finalmente asentir para sí mismo. Era una acción que había aprendido de su hermana Hestia para cuando la situación lo sobrepasaba.
Una vez que su mente y cuerpo se encontraron en un estado más tranquilo y pacífico, - en comparación a cuando había despertado - Pudo poner todos sus pensamientos en orden y entender lo que había ocurrido.
