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Golpeó bruscamente sus piés contra las rocas que decoraban el camino al palacio de su hermano. La túnica fluía suavemente desde su cadera hasta los tobillos, echa de un tejido ligero que parecía danzar con cada paso que daba.
Adamas inspeccionó la alta entrada de metal, juntando cuidadosamente sus manos detrás de su espalda. Cerró suavemente sus ojos, inhaló lentamente, buscando profundamente en su interior la paz que lo había abandonado tan pronto había llegado al lugar; sentía sus manos temblar en ocasiones, el sudor frío recorrer su cuerpo, lo inexplicablemente seca que se sentía su garganta.
Estaba mas nervioso de lo que había esperado, pero mientras más rápido pasará la reunión, mejor. Mientras dejaba salir el aire de sus pulmones el sonido del pesado metal siendo arrastrada lo hizo levantar la mirada.
Vio a un sirviente empujando la puerta de metal, se notaba que estaba haciendo un gran esfuerzo para mantenerla abierta para dejarlo pasar, lo vio apoyarse contra el metal mientras intentaba recobrar el aliento. El sirviente le dio un ademán con su mano libre dando la bienvenida al Dios con una sonrisa agotada; Adamas le dio una sonrisa y un asentimiento como agradecimiento, atravesando el arco de metal hacia el inmenso palacio de su hermano.
[...]
Sus pasos resonaban rítmicamente como el tictac de un reloj desgastado, no tenía prisa de llegar rápido al comedor y pensaba tomarse su tiempo para apreciar el camino de ida. Sus manos aún temblaban levemente pero intentaba que no se notará al cruzarse de brazos.
Los recuerdos agridulces no tardaron en llegar mientras recorría los largos pasillos, todos y cada uno de ellos llenándolo de nostalgia.
Cuando era más joven, recordaba que Hades le permitía jugar libremente en el palacio, perdiéndose en este laberinto de pasillos interminables. Pasaba horas recorriendo cada uno, y aún así siempre sentía que estaban en constantes cambios como si tuvieran vida propia, al nunca parecer los mismos.
Recordaba cómo solía perderse por demasiado tiempo y cuando entraba en pánico, sollozando cuando los rayos del sol se perdían en el horizonte, su hermano Hades siempre llegaba y lo consolaba mientras regresaban juntos a sus habitaciones tomados de la mano.
Eso ya no era una preocupación.
Habían pasado milenios desde que había sido ese niño inseguro e indefenso. Su voluntad se enroscó alrededor de su cuerpo y atacó, se convirtió en alguien más perspicaz e intuitivo. Ya no le era posible perderse en esos enormes y traicioneros pasillos. Predecir sus constantes cambios y giros ya no generaban ningún problema para el Dios.
[...]
Mientras caminaba lentamente por el pasillo hacía el comedor donde suponía ya deberían encontrarse algunos de sus hermanos, Adamas no pudo evitar acomodarse los bordes de los guantes debes en cuando con un dejé de nerviosismo, preguntándose distraídamente si sus hermanos pensarían que le quedaba bien el nuevo conjunto.
