Capítulo 43: Caza de guerreros

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Año 1104 d.c.

Claro de luna, Zuxhill.

Hanissa Koram.

Ya se había familiarizado con las rutas, aun con la peculiar forma y distribución de toda la fortaleza, llena de excentricidades, pero entre más avanzaba más perdida y furiosa se sentía. La urgencia por encontrarla y atravesarla, con las flechas del carcaj que cargaba en la espalda y que a duras penas alcanzó a tomar junto con su arco, le nublaron la vista.

Tras caminar por un tiempo desconocido se adentró en el jardín más alejado del castillo. El intenso aroma de las flores y sus colores chillones la perturbaron. Asecho a Lia como un cazador, ansiando toparse con la imagen de su cabello del color de la lana. Su pulso se aceleró al divisar figuras, una alejada de las otras por varios metros y flanqueada con su guardia real.

Era Isdenn Tiskani, que pintaba plácidamente un cuadro, utilizando la fuente con agua verde esmeralda que adornaba el centro como modelo. Su dama de compañía se encontraba a su lado, contemplándola con emoción. Las otras dos personas descansaban sobre una banca, si es que a lo que hacían se le podía llamar descansar. Sentada a horcajadas sobre las poderosas piernas de uno de sus soldados estaba su objetivo. Lia lo besaba apasionadamente, sin ninguna vergüenza o limitación.

La rabia y el asco que la embargaron fueron suficientes para rebasar sus límites.

La tranquilidad del momento se rompió abruptamente.

—¡Eres una desgraciada, Lia Ikal! —gritó Hanissa mientras avanzaba con determinación hacia ella.

Se detuvo a pocos pasos, tensó su arco y apuntó en dirección a la princesa Ikal. Ella apartó a Jesran y se volvió para encararla, luego sonrió mostrando los dientes, como si acabara de ser saludada.

—¿Qué ocurre, Koram? —preguntó serena—. ¿Por qué vienes a mí gritando como una loca y apuntándome con tu arco?

Maldita, ¿te atreves a preguntar? —murmuró en Alto kistano.

—Oh, incluso me insultas en tu ridícula lengua. ¿Qué has dicho? Me muero por saber.

—¿Cómo pudiste hacerle eso? —replicó Hanissa con voz temblorosa y en el idioma continental—. ¿Cómo pudiste ordenar a esos hombres que abusaran de ella?

El arco en sus manos adoloridas vacilo.

El soldado mostró intenciones de proteger a su princesa.

—Lia, ¿de qué está hablando la princesa kistani? —preguntó incrédulo y sujetando su brazo—. ¿Qué has hecho?

—Nada —aseguró ella.

Hanissa no bajó el arco.

—¿Te sientes intocable atacándola cuando está sola? —exclamó—. Te autodenominas la fuerza de Aukan, pero lastimas a los inocentes. Eres una cobarde. No te mostraré piedad, Ikal.

Lia se levantó con lentitud, sus ojos brillaban con malicia.

—Parece que de verdad te preocupa la sureña, no lo puedo creer —Se burló—. ¿Acaso quieres ganarte a su hermano? Vamos Koram, eres mas que eso, no te enredes con personas tan sucias y bajas como ellos.

—Eso no es asunto tuyo.

—No tuve nada que ver con lo que mencionas, pero me alegra que los dioses la castiguen por fornicar con mi hermano.

—Mientes, sé que fuiste tu quien dio la orden. Y te ordeno que te limpies la boca antes de hablar de Fargo. Ella jamás...

—¿Estás segura? Es tan permisiva y ofrecida con todos. ¿Cómo no pensar que ha abierto sus piernas para Li? Y para todos los demás.

Balada de espadasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora