1: El chico nuevo.

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Una leve lluvia cubría las calles de Yokohama en plena mañana

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Una leve lluvia cubría las calles de Yokohama en plena mañana. Un violáceo se encontraba caminando por dichas calles, en rumbo a la escuela.

Fyodor Dostoyevski, un chico de origen ruso, serio, tranquilo, callado, reservado e inteligente, era ese violáceo. Caminaba sin interés alguno con su paraguas en mano, sabía que no debería asistir a clases con ese clima, pues era más probable que terminara enfermo.

No era por tener un amor a la escuela la razón por la que no faltaba, era el hecho de que no tenía amigos o alguien que pudiera pasarle las tareas y temas vistos en clases.

Llegó casi seco a la institución, donde se adentró para buscar su casillero y guardar sus cosas y tomar lo que sólo necesitaría en su primera clase.

Los pasillos estaban un poco silenciosos, debido a que no habían muchos estudiantes en ese momento por la lluvia que había y la que iba seguir aún más fuerte.

Soltó un suspiro mientras cerraba su casillero. El lugar se sentía tan vacío que empezaba a extrañar un poco el ruido de aquel lugar. No era porque odiara el silencio, al contrario, a él le gustaba, pero ya estaba harto de sólo escuchar las gotas de lluvia caer sobre la lámina de la entrada del edificio.

Colgó su mochila en un sólo brazo y empezó a caminar por ese largo pasillo en rumbo a su salón. Mantenía su rostro serio e inexpresivo de siempre, el cual cambió al escuchar unos gritos detrás de él.

Al voltearse se topó con un chico albino tratando de mantener el equilibrio para no derrapar y caer al piso mojado. Resulta que cierto chico no vió el cartel de «piso mojado» y ahora tenía que evitar caer en el duro y frío piso.

Fyodor abrió los ojos al ver como se acercaba resbalando hacia él, lo que lo hizo quitarse del camino para dejar a ese albino caer ahí mismo.

—¡Auch! —se quejó el chico al caer al piso.

—¿Acaso no viste el letrero de piso mojado?

—Este... No —respondió con una risa mientras se levantaba —. No suelo prestarle atención a cosas como esas.

—Ya lo veo —dijo el azabache para empezar, nuevamente, su caminata rumbo a su salón.

—Sí, pero... ¡Ey! ¡Espera!

El albino tomó su mochila que también había caído al piso y comenzó a perseguir al violáceo, quien aumentaba la velocidad de sus pasos al sentir al albino detrás de él.

El chico logró alcanzarlo y lo tomó del hombro para detener al azabache. El chico se volteó hacia él, un poco molesto.

—¿Qué quieres? —preguntó, sin interés.

—¿Me podrías ayudar a encontrar mi salón? Soy nuevo aquí. —pidió, rascándose la nuca mientras mostraba una sonrisa.

—Puedes consultar eso con el director o el consejero escolar —informó, dispuesto a volver a caminar.

Como las mariposas.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora