CAPÍTULO 2

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Al despertar no recordaba nada, solo una extraña voz que no paraba de decir "¡culpable!", pero eso ¿qué sentido tenía?, si yo no hago nada malo nunca, soy un chico normal y corriente, del montón, si prefieres llamarlo así. Así que ¿qué razón había para que alguien, que ni siquiera sabía quién era, dijera nada sobre mí?

Yo nunca, y cuando digo nunca, es absolutamente nunca, he hecho nada malo. Bueno, tengo que admitir, que una vez, "alguien" rompió el jarrón favorito de su madre, pero ese "alguien" después decidió pegarlo con pegamento ultrapotente, y la madre de ese "alguien" no se había dado cuenta aún, ni iba a darse cuenta, eso esperaba, bueno..., eso esperaba ese alguien. Vale, tengo que admitirlo ese "alguien" en realidad era yo ¿vale?

¡Ay! Qué me voy del tema, la cuestión es que no había ninguna razón aparente para que nadie me persiguiera y me culpara de nada, porque... ¿no será por el jarrón? ¡Qué va a ser por el jarrón, Diego deja de decir tonterías! Pues entonces no había ninguna razón aparente, aunque igual me estaba preocupando por nada, igual estaba haciendo una montaña de un granito de arena. De todas formas, iba a llegar al fondo de esto, mi mayor propósito va a ser averiguar lo que ocurrió y porque me seguían persiguiendo ¡aunque sea para descubrir que no hay nada que descubrir!

Vale, ya tenía la iniciativa, pero lo que necesitaba era algo con lo que empezar, algo como... ¡Jorge! Él estuvo conmigo cuando todo esto comenzó, tiene que saber algo, algo que a mí se me escapa... Tengo que darle una oportunidad antes de pensar tan mal de él.

Era lunes a las 8:00, y aunque no lo parezca me apetecía mucho ir a clase, ¡estaba ansioso por conocer lo que Jorge sabía! Igual él podía explicármelo.

Me vestí, me puse una camiseta azul a juego con mis zapatillas de deporte azules y unos vaqueros color mostaza. Me peiné mi rizado pelo rubio, desayuné unas galletas y un buen vaso de leche con cacao. Un dato curioso sobre mí, es que la leche blanca me produce arcadas solo con olerla, sin embargo con cacao ¡la adoro!, cosas mías, supongo. Después monté en el coche con mi padre, Juan.

Mi padre era un tanto peculiar, aunque en apariencia era bastante normal, un hombre de 1'80, moreno de pelo alborotado, un poco gordito, y con los pies, bastante pequeños comparado con las demás partes de su cuerpo..., tenía unas manos enormes y sus ojos..., sus ojos azules son su rasgo más característico. Pero a lo que se refería a su carácter... se podría decir que era un poco bipolar, podía estar muy feliz durante una semana, y después estar una semana entera muy deprimido, incluso lo he pillado alguna vez escribiendo sobre la muerte..., yo no sé que pensar..., según él, no tiene ningún problema y no debemos preocuparnos, pero no sabía...

En fin, que intentamos llevarlo a psicólogo una vez, pero fue un error..., si eso ya contaré la historia más adelante, que ahora lo importante es encontrar a Jorge.

Llegué al instituto sobre las 8:20, diez minutos antes de que empezaran las clases, no me daría tiempo a profundizar mucho en el tema, pero para eso estaba el recreo. Cuando llegué Jorge se encontraba sentado en el banco del patio, junto a Sandra. Ay, Sandra, seguía estando tan guapa como siempre. Llevo pillado por ella desde los 10 años, ¡esa chica de pelo moreno me tenía enamorado hasta las trancas! Pero, ¡oh! ¡Qué sorpresa!, ella solo me veía como a un amigo, eso sí, un muy buen amigo.

- Hola pitufín – dijo Sandra sonriendo, ella me llamaba así por mi altura, pues es que yo era muy alto y ella, por el contrario, muy bajita, por lo que la diferencia era enorme.

- Hola – dije riéndome. Estaba nervioso y ansioso porque Jorge me contara lo que sabía, aunque tenía que admitir que no me importaba esperar un poco más, si era por Sandra. ¡Me encantaba qué me llamara así! Sabía que era imposible que una chica como ella se enamorara de alguien como yo, pero eso me daba esperanzas, no sabía, o quizás simplemente me recordaba que era importante para ella.

- Hola – dijo Jorge riéndose - ¿Por qué le llamas así?

- Cosas nuestras – respondimos a la vez Sandra y yo, y al darnos cuenta de esto empezamos a reírnos de nuevo, esto era porque, según los adultos, estábamos en la edad del pavo, por mi como si estábamos en la edad de la lombriz, a mí me venía de perlas un momento de felicidad y risas después de todo lo que me estaba ocurriendo.

- Así que me ocultáis cosas ¿eh? – replicó sonriente Jorge, no estaba molesto, ni enfadado, solo nos seguía la broma.

- Todos nos ocultamos cosas, por muy amigos que seamos. Nuestras mentes son cajas fuertes que de vez en cuando dejan entrar a determinadas personas, pero que nunca se abren del todo. Incluso nuestra mente nos oculta cosas a nosotros mismos. Es irónico ¿verdad? El ser humano ha sido capaz de descubrir el universo e incluso planetas que se encuentran a millones de kilómetros, sin embargo no es capaz de saber lo que hay dentro de su cabeza. – dije con tono melancólico.

- Eso es muy bonito, pero ahora que sacas el tema de las "cosas ocultas" me veo obligado a cambiar de tema. – dijo Jorge muy serio – Me vas a contar lo que ocurrió ayer, quiero decir, cuando estuviste conmigo fuiste "normal" si se puede decir así, pero por el camino empezaste a chillar, y tú madre me llamó preocupada para saber que habíamos hecho y que habías tomado.

- Te iba a preguntar eso mismo, no entiendo lo que me ocurre – dije apenado – esperaba que tú pudieras ayudarme, pero ahora veo, que esto no tiene solución, ¿y si me estoy volviendo loco?

- Pues... - Jorge iba a hablar, pero Sandra le cortó.

- Espera, espera, espera, ¿qué ocurrió ayer? - dijo Sandra preocupada, ya que no sabía nada del tema.

- Cosas nuestras – dijo Jorge picado.

- Jorge, yo no sé qué ha ocurrido, pero por lo que estáis hablando parece algo grave. Así que déjate de tonterías y cuéntame lo ocurrido. – dijo Sandra muy seria.

Entonces Jorge, muy avergonzado por su comportamiento empezó a contarle todo lo ocurrido a Sandra. Pero yo apenas los escuchaba, estaba sentado en la pared del edificio, mareado, esas voces habían vuelto a mi cabeza, en realidad no habían desaparecido, nunca lo hacían. Eran una molestia constante, pero que en determinados momentos, como aquel, se intensificaban y llegaban con mareos y pesadillas. No sabía si podría aguantarlo ¿pero qué iba a hacer? Si nadie sabía lo que me pasaba...

¿QUIÉN ERES? [INCOMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora