Asesino de mariposas.

42.7K 1K 306
                                    

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Suena el timbre anunciando la hora del almuerzo, mi estómago gruñe. ¿Él? Él simplemente abandona el salón como siempre lo hace, alejándose de los demás, ignorándonos. Mis manos descansan sobre el pupitre, sin moverse, están sudadas, humedecen la madera, y mi vista se ha perdido más allá de la puerta y de lo que dejé escapar.

Él me gusta.

He perdido el apetito. Pero incluso así me levanto de mi asiento, estiro las piernas y luego mis brazos, me desperezo, bostezo, se me humedecen los ojos y los limpio inmediatamente. No puedo pasarme el resto del día sin comer. Pienso esto pero sólo soy capaz de beberme un jugo de naranja, uno de caja, sintético, de esos que saben más a azúcar que a otra cosa. Pero, a pesar de esto, la bebida le sienta bien a mi estómago, ahora las mariposas, esas que siempre revolotean cuando lo veo, cuando lo tengo cerca, y que mueren una por una cada vez que él se aleja, se ahogan momentáneamente.

No creo que lo haga a propósito, sólo creo que es tímido, que no le va eso de socializar. Por eso, aunque sé que está mal, el «Él» que yo imagino y vive en mi cabeza, me reconforta. Para muchos es una no muy sana forma de idealizar a una persona, pero no tengo más nada.

A veces me regaño a mí mismo por mi estupidez. He hablado con él en varias ocasiones, sin embargo, de sus labios no he podido arrancar más que monosílabos, sonidos, chasquidos, como si el que yo le hablara le molestara, y esto me lastima, ¿no puedo ver que intento acercarme?

No creo que vea más allá de su propia nariz.

De camino al salón de clases paso por los servicios para arreglarme el uniforme. El pantalón ya me queda corto, la camisa demasiado ajustada, soy delgado, pero no esperé que tales cambios se operaran en mí, no pensé crecer para verme bien. Bien, con el cuerpo definido, nada exagerado pero igualmente notable. ¿Cómo me verá él? ¿Me verá de la misma manera en que yo lo hago cuando me veo en el espejo?

Regreso al salón y él ya está en su pupitre, una manzana descansa a un lado, casi en la orilla, a punto de caer. Miro la fruta, absorto, como si temiera por ella; pero de repente, él la toma, sólo la toma con su mano y nada más, no la lleva a su boca, no la limpia. El contraste del rojo intenso de la fruta y de su piel blanca, casi pálida, me resulta hermoso. Sus uñas sonrosadas, cortas, limpias, las venitas que se dibujan a través de su piel como caminos intransitables, el ligero aliento que escapa de sus labios, tan cerca de la manzana, cerca de morderla, de saborearla, de que el jugo se escurra por sus labios...

Nota que lo estoy viendo y desvía la vista. Otra mariposa muere en mi interior.

Recuerdo cuando llegó por primera vez al salón, mi etapa de gay rezagado ya había pasado, incluso las burlas de los compañeros cuando se enteraron ya habían desaparecido. Sólo era yo en mi soledad. No era precisamente tímido, pero sí había sido severamente marcado por esa etapa de bullying a la que mis compañeros me mantuvieron sometido durante tres meses. Después, otra persona pasó a ser el objeto de burla y por fin pude estar en paz. Me alegra, ahora que lo pienso, que todo se haya terminado tan rápido y de forma tan pacífica, no muchos corren con la misma suerte.

Relatos GayDonde viven las historias. Descúbrelo ahora