Siempre buscaba una manera para estar cerca de él. No me resultaba muy difícil porque, aunque no era precisamente su mejor amigo, sí podía percibir que algo de estima me profesaba, lo que yo aprovechaba para permanecer cerca. Pero por un tiempo pensé que ya no era suficiente y que mi comportamiento fácilmente podía ser comparado con el de un masoquista, y bueno, tal vez eso era; sin embargo, al sopesar las posibilidades y los posibles desenlaces llegué a la conclusión de que jamás obtendría más de lo que ya tenía, ponerme codicioso sólo arruinaría las cosas. Fue por esto que no mostré ni una tan sola mueca de tristeza cuando nos presentó a su novia, ni de alegría cuando comunicó que habían terminado. De igual manera tampoco fui el primer en ofrecer mi hombro o mis palabras de aliento; guardaba la distancia necesaria para que ninguno de los dos resultara herido.
Con el tiempo fui ganando esa clase de paciencia desinteresada y serena que jamás pensé que tendría. Recordaba, en esos momentos de apacible calma, la desesperación que me ahogaba cada vez que la necesidad de tenerlo en mis brazos se hacía palpable. La ansiedad me devoraba y me sumía en un tortuoso estado de sufrimiento absoluto, de desinterés por el mundo, de odio por condenarme silenciosamente con sentimientos que no eran correspondidos.
Pero luego dejé de condenar al mundo y a mis sentimientos, deje de condenarme a mí mismo y a todos; y fue así que finalmente fui capaz de yacer en calma conmigo mismo. Mis sentimientos eran míos y sólo míos, así que mientras siguieran ocultos en lo más profundo de mi ser no tenía por qué haber problema alguno. Fue como si después de todo esto al fin aprendiera a vivir con ellos, a aceptarlos y gozar del calor que proporciona saber que tu mente y tu corazón están llenos de escenas coloridas en donde esa persona querida es siempre el protagonista.
Mi paciencia tuvo sus recompensas. Poco a poco fui ganando una mejor posición, poco a poco me fui convirtiendo en uno de sus amigos más cercanos, cada vez más y más recibía invitaciones de su parte, ya fuera para ir a beber, al cine, o para pasear por ahí haciéndonos los vagos.
El que pensara en mí aunque fuera sólo para cosas tan banales como éstas me hacía sumamente feliz. Olvidé cómo se sentía estar triste o solo. La felicidad era tal que consumía todos los demás estados, me absorbía de la misma y alucinógena manera que el cuerpo absorbe la droga y me elevaba hasta los confines más remotos de mi subconsciente en donde se implantaba y me hacia soñar, querer, amar, vivir.
Sonreía día y noche sin parar, los músculos de mi rostro nunca habían sido agobiados con tanto ejercicio, pero aunque lo intentara, simplemente no podía dejar de sonreír.
—Antes me parecías... No sé, algo tímido.
Levanté el rostro y lo miré fijamente. Una lata de cerveza era lo que mis manos sostenían, aún podía percibir el gusto amargo del líquido en mis labios y mi lengua. Sonreí.
—Supongo —contesté.
—No sé por qué no lo había notado antes —comentó para después darle un largo sorbo a su bebida.
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Relatos Gay
RomanceRelatos Gay variados. Románticos algunos, otros no tanto. __ Quiero aclarar que algunos relatos son versiones medianamente corregidas de relatos que ya hace tiempito había colgado en el blog. (El Blog: http://elmundodeseiren.blogspot.com/) Espero d...