Llévame contigo

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Relato antiguo, antiguo fechado en mi blog el 10 de junio del 2011 (me siento vieja) y con correcciones ligeras del 6 de julio del 2015 (sigo sintiéndome vieja). Es de los primeros que escribí y tal vez por eso el tono un tanto dramático y fatalista. Igual espero que puedan llegar a un acuerdo con mi yo del pasado que escribía estas cosas tan extensas. 

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¡Apresúrate y llévame!, exigía el joven con fervor. En la apenas iluminada habitación podía apreciarse claramente el penetrante aroma a licor barato. Había una cantidad considerable de colillas de cigarrillos esparcidas por doquier, algunas incluso flotaban sobre ese líquido que alguna vez fue incoloro, pero que ahora estaba teñido de un rojo carmesí tan apasionante que hubiera podido seducir a cualquiera con dichosa facilidad.

Su respiración acompasada armonizaba con el lugar proporcionándole una armonía lúgubre y lujuriosa. De esa manera el joven había decidido declararle su amor a la muerte: sin ataduras ni remordimientos y con una seguridad tan clara y palpable que nadie jamás se hubiese detenido a cuestionar tal macabra muestra de afecto.

Pero ese era un amor unilateral, no correspondido. Y el joven lo supo casi enseguida.

Sus parpados se sentían pesados, su cuerpo sumergido era como una roca fría e inamovible; pero por encima de todo aquello que más que simplemente inerte parecía muerto, podía escuchar el insistente y aparentemente inextinguible latido de su corazón. Y le odió como nunca antes había odiado, y le aborreció porque le creyó el único obstáculo entre una vida solitaria y una derrochante de amor. Y con cada segundo que pasaba y con cada suspiro que se le escapaba, parecía que el joven era un fiel amante; sumiso y respetuoso, aun así inquebrantable cuando se trataba de sus enfermizos sentimientos. Pero la muerte no le amaba, de hecho huía de él, renegaba de él; o probablemente para la muerte el joven ni siquiera existía.

«¡Llévame contigo!», exigió nuevamente pero esta vez con mucho más dolor, con mucho más deseo.

El sonido de su corazón seguía torturándole. Sobre la fría y pulida cerámica podía apreciar el reflejo de las luces, erráticas y danzantes, que en silencio se reían de él. El joven no sabía que eran las parpadeantes llamas de las velas, para él eran seres que se burlaban de sus desdicha, de su amor no correspondido. Y también les odió y condenó sus burlas; ¿qué sabían esos fantasmales seres lo que era el verdadero amor? ¡Nada! Nadie sabía nada, nadie comprendía nada, nadie siquiera se esforzaba en entenderlo, simplemente le juzgaban y se reían en su cara y escupían sobre ésta mientras muy de cerca le gritaban que él nunca sería nada, que no estaba destinado para nada y por tanto que no merecía ser amado.

«Hay una sola doncella que jamás traiciona y que se prende de tu cuerpo en un pasional abrazo con el único propósito de hacerte experimentar el verdadero éxtasis. Y es seductora y sombría, y es hermosa y eterna, y una vez que te ha envuelto con sus largos y amorosos brazos jamás te soltará y te llevará a un mundo de eterna quietud del que nunca podrás escapar».

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