Búscame

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Otro relato viejito. Este ya lo había compartido aquí en Wattpad pero como estoy ordenando los relatos me pareció de lo más natural que terminara en esta colección. Espero les guste.

 Espero les guste

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Escuché una obscenidad y me detuve. Sentí un aire frío, amenazante, horriblemente incómodo, como si alguien rozara mi garganta con una navaja estando yo acorralado contra la pared. Me detuve y quise gritar, sintiéndome atacado, indignado, mutilado, sintiendo mi humanidad arrancada de tajo. No fue nada, intenté convencerme, pero al ambiente del lugar no me ayudó en absoluto.

El pasillo estaba oscuro porque ya era tarde. Me había quedado castigado por regañar a una compañera cuando ésta trató de «niña» a un amigo. «Si serás tonta —le dije—, es como si te estuvieras insultando a ti misma». Cayó en cuenta y se sintió ofendida, así que para salir mejor librada de la «humillación» me fue a delatar. «No puedes andar gritándole a tus compañeras, ya tienes dieciséis, compórtate como un hombre». Claro, porque el machismo es mucho más pasable cuando viene de una mujer. Suspiré y acepté mi castigo. Me quedé dormido sobre el pupitre, pensando que tenía que ordenar ciertos archivos en la computadora. Desastroso. No soportaba el desorden dentro de un aparato.

Todo esto recordé cuando me detuve; llevaba prisa y necesitaba continuar, eso me dije. La sensación de frialdad ya había desaparecido, lo que me alivió un segundo, pero luego noté que había dejado algo detrás: un par de sollozos tan lastimeros que algo en mi pecho se encogió. Me quedé otro rato, quieto. Pensé otra vez, por pura conveniencia moral, que todo lo había imaginado. No fue así. Escuché risas burlonas que se alejaban junto con el zapateo insistente de todo eso que es humano por una mera formalidad. Suspiré. Conté hasta diez. Continué.

Fue revisando salón tras salón. Unos los encontré cerrados, otros quietos, muertos, con sus almas desperdigadas y libres vagando lejos por toda la ciudad. Quedaba el eco de las quejas, los lamentos y los gritos. ¿Cuántas vidas habían iniciado su final ahí? Quién podría saberlo. Llegué al salón de arte, pasé al de música, a la par estaban los servicios, adornados por esos muñequitos falsos y vacíos. Ingresé en el de varones.

Había un chico ahí, tal vez de trece o catorce, menudo, de rasgos finos. Tenía una ceja partida que sangraba lágrimas espesas. El labio, también partido, temblaba ligeramente. La camisa del uniforme tenía roto el bolsillo, y casi todo él de pies a cabeza estaba mojado. Su primera reacción fue de temor, de vergüenza. Volteó la cabeza, se encogió más en sí, buscando protegerse. Era delgado; notaba las pequeñas venas azules traslucirse en su piel.

—Te llevo a casa —le dije. Revisé el bolsillo de mi pantalón, la llave del seguro de mi bicicleta estaba ahí, sana y salva, esperando por ambos.

—Estoy bien, gracias.

El miedo se había apoderado de su voz. Todo su cuerpo era una gran masa de terror y de dolor, de desesperación e impotencia.

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