Primer Día de Miel

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Si bien pensó que sería de otra manera, que le iban a suministrar un calzado de seguridad, adecuado a su inopinada tarea, tuvo que trapear en tacones. Y una cosa era usarlos un rato para lucir regia, pero otra trabajar todo el día con ellos puestos. Con lo conversado en la fiesta estaba segura que iban a otorgarle un trabajo de oficina y, como quién no quiere la cosa hubiera podido quitárselos mientras estaba sentada. Tras un escritorio ocultaría esa auto licenciada comodidad. Y en última instancia, si no era posible realizar la jugarreta antes descrita, no esperaba caminar mucho. Solo lo necesario.

Quisiera decirles que Penélope realizó su labor con dignidad y sin percances, sin embargo, en 3 oportunidades cayó al resbalar en la superficie que ella misma acababa de trapear. Y antes de que terminara el día perdió la tapa de uno de los tacones. Fue su cuarta caída y la última, se descalzó y llorando de vergüenza, pues el hecho se suscitó frente a todo el personal del piso 20, número que representaba una cantidad bastante acertada de los testigos de su accidente. Ingresó al ascensor, pulsó el piso 26, estaba decidida: entregaría los implementos de limpieza y abandonaría el edificio para no volver.

Una chica, tan joven, tan atribulada, tan linda como ella misma, algo más delgada, sostenía varias carpetas con desazón, abrazándolas como si fuera un cargamento de nitroglicerina. Parecía que si se le zafaba de las manos explotaría, reventando su cuerpo en mil pedacitos sanguinolentos.

—¿Día de mierda? —le preguntó al verla cargar las zapatillas con tacón.

Penélope asintió, sacudiendo su nariz con un trapito sucio. Olvidó que lo había usado profusamente, limpiando los escritorios, mesas y cuánto amueblado había en los pisos del 20 al 26. Buscó entre los enseres, hallando papel secante. "Lo mejor que me ha pasado en la tarde", pensó.

—¿Primer día? —le preguntó de nuevo la chica.

No era un tema muy atractivo para discutir. ¿No había otro? Penélope intentó cambiar la conversación, no quería afianzar más recuerdos de su efímera estadía en Morgan Rousel Incorp. Sin embargo, eso precisamente hizo.

—Y último día de mierda —contestó Penélope.

—¿Vas a renunciar?

—Sí, no aguantaría dos días iguales a hoy.

—Creo entenderte, yo misma pensé en irme y no volver más, pero es mi primer trabajo, tengo apenas 19 años. Sí voy a renunciar cada vez que las cosas se pongan difíciles no llegaré muy lejos.

Penélope no dijo nada, "claro, cómo a ti no te tocó trapear 4 plantas completas", pensó.

—Figúrate, amiga —continuó la chica—; yo vine por una vacante en el departamento de limpieza. En cambio, me ubicaron como asistente de la secretaria de presidencia. Estoy perdida, no estoy preparada para el cargo. Estudié administración, sí, pero solo 2 semestres. Por cabeza loca y enamorada, quedé embarazada y tuve que suspender los estudios. Por eso, renunciar no es una alternativa aceptable. Ya claudiqué una vez y no debo hacerlo de nuevo. Además, una beba depende de mí, como cosa rara, el papá se desentendió de su responsabilidad y huyó por la izquierda. Hasta se fue del país. No entiendo nada de lo que me indica la señora Gertrudis, excepto encender la cafetera, sin embargo, pienso en mi niña y agarro fuerza.

Penélope la miró con detenimiento, era joven y ya tenía ese peso encima. Ella quejándose de su suerte y existen personas que están enfrentando una situación más difícil que un tacón roto. En un impulso irracional, soltó los implementos y las zapatillas para poder abrazar a la chica.

—¡Gracias! —le dijo.

—No hay de qué —respondió la joven—, literal.

—No es literal, pero no importa. Tus palabras eran justo lo que necesitaba.

Axel AlexADonde viven las historias. Descúbrelo ahora