Sueño hecho realidad

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Penélope despertó luego de lo que le pareció ser un sueño dentro de un sueño. Pestañeó de forma repetida, la luz era muy fuerte, así que tardó un poco en acostumbrarse. El sitio: cuatro paredes blancas y un techo desconocido, igual de monocromático. Se sentía débil, confundida, como si acabara de nacer. La desorientación le dificultaba percibir detalles, todo el entorno era difuso. Distinguía los colores y ciertas formas geométricas nada más. Vislumbrar el espacio físico y sus particularidades no era algo al alcance en aquel instante. Quiso moverse, pero el cuerpo no respondió de manera adecuada. Determinó quedarse quieta, "primero la calma y después la comprensión", pensó. Mientras ponderaba esas cuestiones, una voz masculina rompió el silencio de sus pensamientos.

—No se esfuerce señorita. Permanezca tranquila, pronto vendrá una enfermera.

Aunque quiso, no pudo enfocar bien, el hombre se veía borroso. ¿Dónde estaban sus lentes? Estaba sentado, eso creyó. Sin embargo, su voz era recia, viril; tanto que le estremeció. Había cierto tono protector, sin duda alguna, la emotividad que solo podía transmitir un macho alfa. ¿Sería su ángel? ¿Axel? De nuevo, no era de ella, pero por alguna estúpida razón o efecto de la anestesia, Penélope pensó que él podría ser quien le cuidaba.
Rio para sus adentros, en el fondo sabía que era una tontería; no obstante, quería que fuese así. Sería genial. Despertar y ver esa carita hermosa, perfilada, viéndola con tierna actitud. Mostrando preocupación a través de su mirada y ver como espabilaba, contento, por la recuperación de la hermosa paciente. Eso sí, que estuviese sin la señora Morgan; solo él, solo él. Además, la fuerza de ese perfume varonil, animalesco, que inundaba el ambiente apoyaba esa idea. Sólo un hombre con H mayúscula usaría una fragancia tan incitadora. La fragancia en sí misma era un anuncio de caza; sí, un depredador marcando terreno, no con su orina, si no con su aroma penetrante.

Se reincorporó, ayudada, de manera gentil por aquel caballero a su lado. "¡Qué hermoso! ¡Qué reconfortante sentir esas velludas y calientes manos tocarla con delicadeza! ¡Sí, mi ángel tómame con delicadeza!" Pensó.
Aguzó la mirada. Necesitaba ver en todo su esplendor, al príncipe que le socorría. Cuando por fin pudo hacerlo, quiso frotarse los ojos, apenas si pudo, las manos las sentía pesadas en extremo; quien estaba al frente de ella era un señor regordete, bajito, de bigotes canosos, con lentes y pinta de bibliotecario.

—¿Quién es usted? ¿Dónde estoy? ¿Qué ocurrió? -preguntó.

Su voz era un susurro. Apenas se escuchó a sí misma, a pesar que quiso ser firme e imperativa.

—¿Quién soy?: Roberto Morales, abogado de la empresa, del Consorcio Morgan-Rousel. ¿Dónde está?: En la Clínica Santa Clara. ¿Qué sucedió?: Se vio usted involucrada en una discusión suscitada en la fiesta de la fusión. En medio del caos y el barullo, recibió usted un fuerte golpe en el rostro. No fue intencional, fue algo fortuito, nadie es culpable. Sin embargo, la empresa, responsable con sus empleados, se hizo cargo de todos los gastos y cuidados que corresponden.

—¿Empleados? Yo no trabajo para la empresa, al menos aún no.

—Ahora sí. Bueno, luego de firmar el contrato pasará a hacerlo. Firme aquí, en la línea punteada -le dijo, acercando una carpeta con hojas.
Su primera reacción fue firmar, pero no pudo sostener el bolígrafo, se le cayó de las manos. El señor le ayudó, recogió del piso el utensilio, presentándolo para que lo tomara.

—No puedo, señor...

Aparte de que en verdad no podía, lo reconsideró. ¿Cómo iba a firmar algo sin leerlo primero? Capaz y terminaba donando un riñón.

—Señor Morales... Licenciado Roberto Morales.

—¿Morales? ¿Es familia de Carmilla?

—¿Carmilla? ¿Quién? No... Ahh... Usted se refiere a la señorita Carmen, no, no somos familia, solo es casualidad. En la empresa hay como tres docenas de Morales, sin ningún parentesco entre nosotros.

Axel AlexADonde viven las historias. Descúbrelo ahora