Disolución

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Penélope le costó mucho trabajo aceptar su nuevo rostro. Se miraba al espejo y veía a otra persona; no era ella. Aunque no había sido un cambio radical, las diferencias eran notorias. Hubo de recibir asistencia psicológica, pagadas por la empresa, no fueron muy prolongadas, eso sí. Como siempre, su amiga Carmilla estuvo apoyándola, al igual que su padre, su madre y hasta Pedro Miguel. La última sesión aprovechó para tocar el asunto con la psicóloga.
—¿Usted cree que debo cortar toda relación con él?
—¿Con quién? —preguntó la especialista, algo extrañada.
Estaban hablando, de forma amena, sobre otras cosas, cuando hizo esa pregunta. Se sentía más una despedida que una consulta, un simple trámite protocolar. La paciente había superado el rechazo a los cambios en su imagen, ya no la necesitaba.
—Romper con mi novio. Bueno, en realidad no sé ni que somos.
—Sí no lo sabes tú… ponme en contexto.
—Es el muchacho que ha venido a acompañarme algunas veces.
—Sí, se quién es. Noté cierta tensión entre ustedes, no porque tú me hayas dicho algo, son cosas que una psicóloga entrenada se da cuenta. No profundicé más sobre la cuestión porque no era el objetivo de la terapia.
—Él fue mi primer novio, mi primer beso, mi primer amor, mi primera vez, mi primer cacho.
—¡Qué honor! Son muchos logros desperdiciados. Llama mi atención que dijeras: “fue”. Ya tú misma estás respondiendo a tu pregunta.
—Me ha sido infiel en múltiples ocasiones.
—¿Y por qué sigues con él?
—Lo he perdonado todas esas veces, pero ahora es diferente. Se involucró con mi madre.
La profesional arqueó las cejas. Nada dijo. Anotó algo en una libreta y le conminó a continuar.
—Estuvimos separados dos meses, en los cuales insistió en regresar. Así que accedí a darle una segunda oportunidad.
La doctora volvió a arquear las cejas.
—Bueno, es la enésima oportunidad. Lo cierto es que ya no me siento bien con él. La sospecha de lo que ocurrió es muy fuerte y evidente.
—No hay mucho que hablar. No vamos a perder tiempo confeccionando una antología de las traiciones, no importa las veces anteriores, has que sea la última. Eres una nueva Penélope, afronta los cambios ya establecidos y no postergues los necesarios. No es nada que no hayas hecho antes: superaste tu problema de sobrepeso, transformaste tu imagen personal, conociste el amor. También están tus logros académicos, la obtención de un trabajo, etc. Sin miedo. Aunque suene cliché, eres un ave fénix, has renacido de ti misma.
Penélope asintió con una sonrisa. Un par de lágrimas drenaron las emociones. Estaba feliz. Sí, debía ser feliz.
—Se acabó el tiempo de la terapia. Me gustaría seguir tratándote. ¿Qué opinas?
—No lo sé. O sea, si quisiera, pero no estoy segura que pueda costearlo.
—Morgan paga bien, organiza tus gastos. No quiero perderte de vista.
—Gracias. Haré lo posible. Usted me ha ayudado mucho.
Penélope abrazó a la doctora con fuerza, aunque no fue correspondida con la misma intensidad. Lo entendió, la dama que estaba frente a ella no era su amiga, era su terapeuta.
—Te ha venido a buscar la señorita Mirelles. Pudieras hacer como ella: adquirir un nuevo nombre.
Carmilla esperaba en la sala. Penélope la miró con amor.
—No, no podría. Carmen es un ser luminoso.
—Fue solo una sugerencia, no te lo tomes tan en serio.
Penélope y Carmilla salieron juntas, comentando con alegría los tópicos tocados con la doctora. Además de señalar lo obvio: Penélope atraía las miradas masculinas. Ella lo negaba, no se lo creía, siempre había sido Carmen quien lo hacía.
—Te lo he dicho antes y te lo digo ahora: deja a Pedro Miguel. Ya no puedes decir que yo te los quito a todos. Esa excusa no te vale. Ve cómo te miran los hombres: con ojitos de interés.
—Precisamente eso fue la última consulta que le hice a la doctora. Sí debía cortar toda relación con Pedro Miguel.
—Ni te pregunto. Estoy segura de su respuesta.
Penélope asintió.
—Pues has que todo lo que has vivido el último mes valga la pena. Pasa de Pedro Miguel, pasa esa página —le dijo su amiga, abrazándola.
—Eso haré —le respondió Penélope con solemnidad.
Carmilla le soltó de improviso, exclamando: “rayos, Pedro es cómo beettlejuice, no debimos nombrarlo tres veces”.
Penélope iba a preguntar que sucedía cuando oyó el ruido de una moto acercándose hacía ellas. Volteó, venía solo al menos. Bajo la mirada de protesta de su amiga, y a una seña de Pedro, se montó en el asiento trasero. Con un saludo, contenido de tristeza, se despidió de Carmilla.
Camino a casa, Penélope se aferró con fuerza del torso de Pedro Miguel. Y era una búsqueda más que un agarre, un desesperado y postrero intento de encontrar una razón para seguir con él. Alguna vez, tocar su cuerpo le proporcionó felicidad, seguridad y placer, pero ya no más. Llegó a pensar que hacer el amor una última vez era una buena forma de despedida. Lo reconsideró, no valía la pena. Se sentía demasiado triste como para activar su libido, aunque el interés de su corazón había mutado, el hombrecillo que abrazaba para no caer de la moto había sido el primero en brindarle amor y pasión.
Evitó llorar, debía minimizar el drama y llevar a cabo su decisión con la mayor dignidad y entereza posible. Supuso que estaba bien dudar. No todos los días se termina una relación con tu primer amor.
Pedro Miguel enrumbó la motocicleta hacia el portón de la parte trasera de la casa de Penélope, ella le indicó que no, que le dejara en la puerta principal de la misma.
—Mi pepita, no puedo dejar la moto frente a tu casa. Tú sabes, el barrio es peligroso. Pueden intentar robársela.
—Has lo que te pido, por favor. No vas a entrar, hablamos un poco y luego puedes irte, así nadie te roba tu preciado vehículo.
Él obedeció, no muy convencido, aparcó y preguntó por qué no podía entrar.
—Pedro, lo nuestro ha llegado a su fin. Quiero que no vuelvas más por la casa. Si quieres verte con mi mamá que sea en otro lado. Deseo evitarle dolor y malos ratos a mi papá.
—Pepita, mi amor, no me digas esas cosas. Yo no tengo nada con tu mami, pensé que habíamos superado esa situación.
—No me llames así. Lo odio, me saca de quicio.
—Pero antes te gustaba.
—Sí, antes, ahora no. Vete y no vuelvas, haz lo que quieras siempre y cuando no perjudiques a mi familia, sobre todo a mí papá.
Pedro negó con vehemencia estar involucrado con la madre de Penélope. Ella insistió con la misma intensidad, las voces subieron de tono, de volumen y de agresividad. Alarmado por los gritos, el señor Pablo abrió la puerta, intuía lo que pasaba. Tampoco era un misterio, conocía las dos voces que gritaban. Salió al porche y no lo hizo solo, en su mano izquierda sostenía un revólver. El arma poseía voz propia, pasiva por los momentos y Pedrito no iba a esperar que se activara, el poder era detonante, fuerte y sancionador.
—¡Fuera de mi casa, mal nacido! ¡Mi hija ya no te quiere y tú no eres bienvenido! —le gritó el señor al joven.
Éste, al ver la furia del dueño de casa, de un salto, se montó en la moto. Ya sea por estar nervioso o por algún desperfecto mecánico, no logró hacerla arrancar. Como pudo arrastró al vehículo, empujándolo con desespero, mientras intentaba encenderlo con frenesí.
Penélope quedó paralizada ante la situación. ¿De dónde había salido esa arma? Quiso llamar la atención de su papá, pero no pudo emitir palabra alguna. Lo vio apuntar a su ex, ahora sí, ahora sí era su ex. Terminar con él fue difícil, que fuese otro el desenlace le parecía drástico.
Su papá apretó el gatillo, no sucedió nada, excepto el sonido del martillo golpeando el barril. Nuevo intento, otro click y otro y otro. El fugitivo, cuyo nivel de temor subía con cada click, cayó, con todo y moto, al suelo. Más rápido de lo que pudiera pensarse se levantó, solo para exponer su cráneo al cañón del revólver. El señor Pablo había cerrado distancia y presionó el arma contra la cabeza de su exyerno. Penélope vio a Pedro cerrar los ojos, apretar los dientes, mientras su papá apretaba el gatillo. Ella se tapó los oídos y volteo hacia otro lado. A esa distancia le volaría los sesos y ella no quería ver tal cosa.
Penélope esperó el estallido, este no se produjo. Abrió los ojos y vio a su papá examinando el arma, confundido y a su ex arrodillado, más confundido aún.
—¡Corre, pendejo! —le gritó ella.
El muchacho reaccionó a destiempo y acudió hasta la moto volcada con el objetivo de huir en ella. La chica se apresuró a ayudarle, está bien, no le quería ver más en la vida, pero no a costo de la misma. Además, no quería que su papá terminara en la cárcel.
Entre los dos levantaron la motocicleta y esta vez arrancó el motor al primer intento. Pedro sonrió, sin embargo, en vez de irse rápidamente quiso darle un beso a Penélope. Ésta, muy molesta, le propinó un empujón, como reacción normal para alejar esos adúlteros labios de los suyos propios. Jinete y montura cayeron de nuevo en el pavimento, mientras el señor Pablo por fin descifraba el misterio del arma. Habiendo abierto el tambor, observó que solo había una bala en el mismo. Con maliciosa expresión rotó el carrusel hasta colocarlo en una posición óptima.
—Mijita, hazte a un lado —le indicó—. ¡Ahora sí, chichón de piso, no te salva ni tu madre! —le gritó al muchacho.
Penélope no pensó, solo obedeció. Se quitó de la línea de tiro. "¡Dios mío! ¿Qué he hecho? No debí quitarme. ¡Lo va a matar!" Pensó. Miró a Pedro luchar con el peso del vehículo, luego a su padre apuntando con precisión. De nuevo, se oyó un click y nada sucedió.
—¡Qué mierda! —exclamó el señor Pablo, frustrado por el mal funcionamiento del revólver.
Penélope suspiró, aliviada. "¡Qué se joda Pedro!" Corrió dónde estaba su padre, abandonando al ex a su suerte, quien realmente importaba era su viejo. Este revisaba la condenada pistola, otra vez. Malhumorado y echando pestes por la boca le echó un ojo al cañón. Entonces ocurrió lo impensado, sin querer apretó el gatillo y está vez el arma no hizo el ruido de un click si no que rugió con todo su poder. Su padre, el señor Pablo, se acababa de disparar así mismo.

Axel AlexADonde viven las historias. Descúbrelo ahora