Golpe de Suerte

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Penélope bajó del taxi con cuidado, el vestido estaba ceñido y los tacones muy altos. No era una tarea habitual y no había un caballero cercano que prestase su mano como apoyo firme y viril, solo había hombres interesados en sí mismos o en su rubia y despampanante amiga. Resulta que a ella si le ayudaron mientras que Penélope tuvo que apañárselas por sí misma. Apenas logró mantener equilibrio en el proceso. Guardó compostura, "primero muerta que sencilla", pensó. Después de algunos torpes pasos logró alinear un tacón tras otro, como si fuese la modelo más cotizada desfilando en pasarela. Sonrió, ¿a quién? A nadie, solo como indicativo de amor propio, mostrando al mundo que ella era regia, autosuficiente y también podía caminar en tacones.

Miró a Carmen agradecer a los machos, no podía llamárseles caballeros, que le habían prestado ayuda, los cuales se disputaban el honor de escoltarla. Ésta los rechazó a todos con disimulada amabilidad y le alcanzó de forma rápida, tomándola del brazo.

—Penélope, sálvame de los lobos.

—Tranquila, estás a Salvo conmigo. ¿Segura que no preferirías el brazo de uno de esos mancebos?

—No, ni loca. Yo vine contigo y tú viniste conmigo. No conoces este medio, créeme que esto está lleno de lobos, brujas y vampiros. ¡Literal!

—No creo que sea literal, pero eso es verdad, no conozco nada del mundo de la moda. Todo esto es nuevo para mí.

—Aquí abundan las sonrisas, pero no los buenos corazones.

—Si es tan malo, como dices, ¿por qué no abandonas?

—La fama y el dinero, cariño. Soy una estrella en ascenso, quiero ser famosa y millonaria.

Penélope observó como el rostro de su amiga se transfiguraba en una mueca macabra. No era maldad, más bien una muestra de malicia, quizá confianza. Supuso que en "el medio" como ella lo llamaba, había que ser lobo u oveja, y su amiga no tenía madera de cordero.

—¡Triunfaré Penélope! Y tú conmigo, llegaremos muy alto.

—Carmen, yo solo quiero ganarme la vida honradamente. Te veré brillar desde la oscuridad y te protegeré en secreto de los lobos.

—No me llames así.

—¿Cómo?

—Carmen. Ahora soy Carmilla Mireles. Con doble ele, pero se pronuncia con una sola. ¡No lo olvides! Soy una top-model, una rutilante estrella en el firmamento.

En realidad, no lo era, apenas empezaba en el mundo del modelaje. Si bien tenía el talento, belleza y la ambición, recién comenzaba, no estaba en el tope de su profesión. Penélope guardó silencio, no convenía frustrar la visión que Carmen tenía de sí misma. "Carmilla, Carmilla Mireles", se corrigió en pensamientos. Le dejó ser.

Caminaron hasta la recepción del hotel, allí su amiga concentró la atención en ubicar la mesa que les correspondía.

—Carmilla Mireles y acompañante, allí debe estar, busque bien —indicó a uno de los anfitriones, que negaba con la cabeza ante los requerimientos de la dama—. Salón Imperial, Evento Fusión Morgan-Rousel.

Hubo cierta tardanza, o, mejor dicho: displicencia, del mismo en hallarle en la lista, con lo cual iniciaron una discusión a baja voz. Penélope, nerviosa al inicio por la disputa, aburrida después de tantos vaivenes de argumentos vacíos, se dedicó a observar a los asistentes del desfile. Nada interesante, viejos ricachones y sus flamantes compañías. Un par de señoras, muy elegantes, con su respectiva dosis de colágeno, camareros y personal de recepción yendo y viniendo. Los guapos lobos de la entrada ya habían atrapado a sus caperuzas, no tan rojas, pero sí muy hermosas. No había nadie solo, todos tenían compañía y si no tenían, las habían conseguido.

Axel AlexADonde viven las historias. Descúbrelo ahora