Capítulo 42

111 7 0
                                    


Cap. 42. No digas tonterías.

Laia
Palacio Real de Reino Rubí

La carcajada de Eduardo se apodera de la sala, resonando en las paredes adornadas con tapices de colores vibrantes que narran las historias gloriosas de su reino. Su tono es ligero, pero el filo de sus palabras se siente, punzante, en el aire. Mientras las risas de los cortesanos flotan a nuestro alrededor, no puedo evitar que un escalofrío recorra mi espalda. El rey Eduardo se presenta como un hombre encantador, pero la forma en que me observa, con esos ojos brillantes de malicia, me hace sentir vulnerable.

— Ciertamente, casi había olvidado su sentido del humor, Majestad — dice Eduardo, y aunque su tono es ligero, la intensidad de su mirada revela la chispa de provocación detrás de sus palabras. Sus ojos se posan en Dorian con una especie de interés frío, un juego de poder al que solo ellos parecen entender las reglas.

Dorian no responde. Su expresión permanece impasible, tallada en piedra, pero la rigidez de su postura delata la tensión contenida. El aire entre ellos es denso, cargado de resentimiento no dicho. La mirada de Eduardo, complacida por el silencio de Dorian, se dirige entonces hacia mí, y siento como si un rayo helado recorriera mi columna.

— ¡Ah, pero qué descuido el mío! — exclama Eduardo, y su voz, a pesar de su suavidad, llena la sala. Se acerca a mí con una gracia que solo un monarca podría poseer y toma mi mano, inclinándose apenas lo suficiente como para mostrar cortesía sin perder autoridad. Sus labios rozan mi piel, un gesto tan calculado que me deja un regusto amargo —. ¿Quién es esta dama tan hermosa que acompaña a nuestro rey de Diamante?

Me quedo atónita, mi corazón late con fuerza en mi pecho mientras intento recordar cómo se supone que debo comportarme ante un rey. Su tono es juguetón, casi seductor, y eso me hace sentir incómoda.

— Laia — murmuro, sintiendo cómo mis mejillas se calientan.

— Eduardo, para servirla — responde él, con un tono tan formal como encantador, pero no hay duda de la calculada cortesía detrás de sus palabras. Es un rey jugando a ser caballero, probando los límites de su propia influencia.

Me inclino por reflejo en una reverencia breve, pero él niega con un gesto amable, aunque firme.

— No es necesario, mi estimada — dice, y su sonrisa se ensancha, pero sus ojos, oscuros y perspicaces, no me dejan olvidar que estoy bajo examen —. Aquí en el Reino Rubí, preferimos recibir a nuestros huéspedes con cercanía y no con protocolos pesados.

El comentario parece casual, pero siento una punzada de incomodidad, como si sus palabras contuvieran un doble filo. La sala, llena de murmullos ahogados y susurros, vibra con una energía contenida. Eduardo da un paso atrás, sus ojos desviándose momentáneamente hacia Dorian, quien, a pesar de su silencio, proyecta una presencia intimidante.

— Espero que nuestra hospitalidad pueda compensar las dificultades encontradas en el camino — añade Eduardo, dejando que sus palabras se extiendan en el aire, como un desafío envuelto en cordialidad.

Dorian mantiene su postura y, por primera vez, responde.

— No necesito hospitalidad, solo una cena decente para mi acompañante y descanso para mis hombres — dice con una voz baja y controlada, cada palabra impregnada de una autoridad que desafía la del propio Eduardo.

La sala queda en un silencio tenso, y por un momento, el espacio parece encogerse. Eduardo, sin perder la sonrisa, asiente levemente, como si el comentario de Dorian fuera solo un movimiento en un tablero de juego más amplio.

— Por supuesto, Majestad. Todo lo que deseen será atendido.


***

El Rey de Hielo [EDITANDO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora