Capítulo 16

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Cap. 16. Pesadillas.

"Quien tiene poder debe recordar que lo más poderoso de todo es la compasión" (Anónimo).

Laia
Taberna "La Jarra Quebrada"

El aire es denso, impregnado de olores a sudor, alcohol y humo rancio, envolviéndome como una segunda piel que no puedo quitarme. Cada inhalación me recuerda la pesadez del lugar, una atmósfera viciada que se aferra a mí y me hace sentir atrapada en una realidad que no elegí. Las risas y los gritos de los hombres se entrelazan en una cacofonía ensordecedora, un murmullo de alegría y despreocupación que anhelo con desesperación, aunque, al mismo tiempo, me resulta tan ajena y distante.

Me encuentro detrás de la barra, con la piel erizada y el estómago revuelto. Las horas se han deslizado como un río oscuro, largas y pesadas, mientras sirvo copas que apenas me dan consuelo. Cada vaso que entrego parece un recordatorio de mi propia impotencia, y cada sonrisa de mis clientes se siente como un eco de lo que podría haber sido, de la vida que deseo pero que se me escapa entre los dedos.

Los hombres se agrupan a mi alrededor, sus risas retumbando en las paredes de madera desgastada, creando un bullicio que me envuelve y me ahoga. Algunos cuentan historias exageradas, otros se jactan de sus conquistas, mientras yo me quedo al margen, observando desde la penumbra.

Pero mi tranquilidad dura poco. Lucas, mi jefe, irrumpe en el local con una presencia que corta la atmósfera festiva como un cuchillo afilado. Su figura dominante destaca en medio del bullicio, el tipo de hombre que parece absorber la luz a su alrededor. La risa que emana de él es cruel y burlona, resonando en el aire como un canto de sirena, un aviso aterrador de que el peligro está al acecho.

Siento un escalofrío recorrerme, un hilo de miedo que se enreda en mi pecho y me constriñe.

Cuando Lucas se vuelve hacia mí, el tiempo parece detenerse. El bullicio a mi alrededor se disipa, como si el mundo entero se hubiera desvanecido, dejándome sola en una burbuja de tensión. El aire se espesa aún más, cargado de una energía pesada y opresiva. El murmullo de las risas se transforma en un eco distante, como si estuviera escuchando a través de un túnel.
— ¡Laia! — grita Lucas, su voz resuena en el bullicio como un cuchillo afilado que corta el aire. Su tono autoritario arrastra mi atención, y, de repente, todo a mi alrededor se torna en un eco distante.

Mis piernas, que antes se movían con ligereza, ahora parecen estar hechas de plomo. Cada paso que doy hacia él se siente como un desafío a mi propia voluntad, una lucha interna entre el instinto primordial de huir y la urgencia de enfrentar lo inevitable. Mi corazón late con fuerza, un tambor en mi pecho que marca el compás de mi ansiedad.

— Ven aquí — ordena, y aunque sé que no debo obedecer, mis pies avanzan, como si tuvieran vida propia, desobedeciendo mi deseo de escapar. Cada paso se convierte en una batalla monumental entre mi voluntad y su poder, y a mi alrededor, el eco de las risas vuelve a crecer, una cacofonía que me llena de un profundo desasosiego.

Finalmente, cuando llego a su lado, el ambiente cambia drásticamente. Las risas burlescas y los susurros lascivos se transforman en un mar de voces que resuena en mis oídos como un latido agonizante. Lucas me observa con una sonrisa que descompone el aire, una sonrisa que no es nada menos que amenazante. Su mirada brilla con un peligro oculto que provoca un nudo en mi estómago, un frío que se desliza por mi columna.

Siento el desprecio en su mirada como un yugo que aprieta mi pecho, recordándome constantemente mi impotencia. La taberna, en la que alguna vez vi luces titilantes y risas sinceras, se convierte en un escenario opresivo, donde los hombres se convierten en sombras burlonas, y yo soy la actriz atrapada en un papel que nunca elegí. Cada carcajada a mi alrededor parece amplificar mi vulnerabilidad, haciendo que mi piel se erice y mi corazón palpite con fuerza.

El Rey de Hielo [EDITANDO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora