Capítulo especial: El nacimiento de una sombra

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Nací de un trato tuyo y reviví cuando tu luz se apagó. Crecí de cada lágrima amarga que se deslizaba por tus mejillas.

Surgí de un sentimiento de pérdida, desesperación, desconfianza pero sobre todo... ira.

Ira contra la crueldad del cielo y la tortura del infierno. Ira contra aquella mujer que me cerró la puerta de su establecimiento, ira contra aquel demonio que mojó mis ropajes, ira de aquellos tres diablos muertos que estuvieron a nada de violarme y destrozaron lo poco que tenía. Ira contra la princesa que a veces pasa por mi lado y me sonríe con pena ¡Odio dar pena, no soy una pobrecita!

Pero hay alguien en particular que me infunde más miedo que ira. Un demonio que pasa frecuentemente por nuestro cuarto y lee el periódico en las noches. Un ciervo rojo, muy alto, con una sonrisa de autosuficiencia que cuando pudo hacer algo no hizo nada y cuando creí que no haría nada me salvó. El único al que no odio, pero le temo.

La ira fue lo que me creó, pero tu miedo hacia él fue lo que me hizo salir. Aún no estoy preparada, soy débil por tu culpa y aún así soy yo la que se tiene que levantar porque dependo de ti.
Estos días apenas he notado mi propia presencia, desde debajo de tu cama lo vigilaba esperando averiguar qué quería de nosotras, quien era... Pero poco puedes conocer a una persona que se la pasa las noches sentado en una silla enfrente tuya leyendo el periódico en silencio.

Sale en las mañanas y deja a la princesa vigilando.
Ella no me preocupa honestamente, por la forma en la que acaricia tu frente, como si fueras un pétalo de flor, me hace creer que es inofensiva.

Pero el demonio de rojo no lo es. Quiero saber quien eres.

He oído hablar de ti en las conversaciones de la princesa y de su amiga cuando nos visitan. Dicen que eres sanguinario y cruel, despiadado y sádico: te llaman el Demonio de la Radio , alguien a quien debes temer.

No te conozco, y necesito conocerte.

Hay algo en ti que me atrae inexplicablemente: una fuerza invisible que me ata con una correa... Por esta vez dejo que así sea.

Con las pocas fuerzas recuperadas por las almas que me has dado me desprendo del cuerpo de mi portadora y te sigo antes de que abandones el cuarto para darle paso al turno de la princesa.


Pasos lentos y sonoros, resonando por el lugar con una postura tan galante, digna de un soberano.
Ni siquiera el polvo de la puerta es capaz de ensuciar tu pulcro traje rojo sangre.
Aún manteniendo la sonrisa sacas un pañuelo de plata y limpias tu tercer ojo de cristal. Tienes un aura fuerte y dominante, capaz de poner el mundo a tus pies.

Me gustaría decir lo mismo de mi ama, pero es todo lo contrario a ti.

Débil y sumisa, con miedo a alzar la voz. Ni siquiera puedo librarme de su aureola y su deseo de ser un ángel de nuevo, pues dispongo de un nimbo de piedrecitas en la cabeza que me lo recuerdan día y noche.

Me gustaría ser una sombra más intimidante y no tener esta apariencia tan delicada porque así nunca nadie me respetará. Me encantaría arrancarme el nimbo piedra a piedra...

Se nota que tú jamás entenderías mi problema, ya que cada paso que das
es un recordatorio de la impecable reputación que cierne sobre tus hombros. Todos huyen al verte y solo unas damas sin cuencas te saludan con fervor apenas disimulado.

La caída del ángel Donde viven las historias. Descúbrelo ahora