Capítulo IV: Te despertarás sabiendo que tu pesadilla es real

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Camino descalza por un bosque oscuro y desorientada. La brisa nocturna mece la copa de los árboles deslumbrándome con el elegante baile de las hojas al son del viento. El crujir de las hojas secas que voy pisando junto con la suave brisa son los únicos sonidos que escucho. Miro arriba buscando encontrarme de nuevo con el cielo rojo sangre del infierno y en su lugar veo solo el manto nocturno con algunas estrellas que se pueden ver desde mi posición. No hay luna. No recuerdo este lugar pero siento que he estado aquí antes, mucho antes de mi caída.
-Sofiel: ¿Dónde... estoy?

Después de lo que parecieron horas, pero tranquilamente pudieron ser unos minutos, se escuchó una risa cerca de mí que me sobresalta. Me doy la vuelta solo para encontrarme con el bosque vacío y continuo caminando con paso tembloroso y con todos mis sentidos en alerta, deseando haberlo imaginado. Se vuelve a escuchar la misma risa infantil y me detengo en seco.

Mi aureola ha comenzado a brillar.

Escucho la risa cada vez más cerca de mí, y la intensidad de mi halo sigue aumentando. Miro a mi alrededor buscando al causante pero no encuentro a nadie, estoy sola.
Echo a correr despavorida por el sendero forestal ante la risa que se escucha en todas direcciones. Por más que me alejara la risa de aquella niña me perseguía a donde quiera que fuera.
Mi respiración es cada vez más agitada; no entiendo nada, hace un momento estaba con un demonio ciervo con una sonrisa de psicópata ¿Cómo he acabado aquí? ¿Qué está ocurriendo? ¿Quién se está riendo?

La risa se detiene, y pude vislumbrar en frente mío una figura oculta entre los árboles, como si la sombra de un niño se tratase.
Contengo la respiración... Está quieta y me está mirando fijamente con sus grandes ojos rojos.
Con mucho miedo decido hablar.
-Sofiel: ¿Hola?

La voz de un hombre comenzó a reír resonando en todo el bosque. Toda mi piel se eriza y una columna de hielo subía y bajaba por mi columna, congelándome al instante. No era la misma persona que estaba riendo hace un momento. Era la voz de un hombre y la que estaba delante mía era una niña. Hay dos personas... Estoy a punto de retomar mi huida pero una fuerza invisible tira de mi cuello hacia la sombra de la niña escondida.
-Sofiel: ¿¡Qué!? ¿¡Qué pasa!?

La aureola brilla con fuerza y me intenta arrastrar hacia la sombra.
-Sofiel: ¡No no no! ¡Para!

Luchando contra la fuerza invisible que tira de mí me aferro a la rama de un árbol, veo como el entorno se va oscureciendo cada vez más haciendo imposible distinguir las sombras de los árboles, tan solo veo los ojos resplandecientes de la figura pequeña. La oscuridad se acerca implacablemente hacia mí, fundiendo el bosque en la oscuridad centímetro a centímetro.
-Sofiel: ¡Ayu-!

Intento hablar pero la aureola está provocando que me asfixie al no ceder contra su voluntad. De la oscuridad donde se encuentra la niña abre los ojos en llamas una figura mucho más alta. Los árboles me susurran cosas sin sentido y unas sombras en forma de raíz emergen de la oscuridad y me cogen de los pies.
Pataleo para librarme de las sombras que me atan y clavan sus espinas en mis piernas. Ese dolor es tan real como la sangre dorada que mancha el suelo. Esto duele mucho, demasiado, es como si esas garras atravesaran los huesos de mi fémur. No creo que pueda aguantar.
Reprimo un gemido e intento sostenerme de la rama, no caer en esa oscuridad, salir de aquí cuanto antes.
-Sofiel: ¡Suéltame!

A lo mejor si aguanto un poco más puedo librarme, a lo mejor si aguanto un poco más alguien viene a mi rescate.

Entonces escuchó un sonido mucho peor que el de la risa de la niña.

La voz tétrica de una mujer que desconocía comenzó a reír: una risa vacía y oscura que era imposible decir siquiera que era humana y que resonaba de igual manera en todas direcciones. Quien sea que fuera esa mujer, cualquiera que fuera la fuente de poder de aquella entidad femenina... Quería que todos supieran que había llegado, que todos experimentaremos lo indefensos que estábamos ante esa fuerza maligna que era todo el bosque y a la vez nada en realidad...
-Te estaba esperando, Sofiel.

La caída del ángel Donde viven las historias. Descúbrelo ahora