Capítulo 4

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Rojo vivo

Me pesa tu mirada cada vez que estás en la cercanía,
Tus ojos gélidos hacen a mis huesos sentirse helados,
Truenan como simples palos de madera... Quebradizos, frágiles;
Aún así dices no haber antes sentido tanto deseo,
No hay nada que te queme el alma de tal forma,
Ni corazón que te haga perder así el sentido.
...

Un vez Vincent me había pedido trabajar como mesero en una reunión que hizo con unos viejos compañeros de su universidad, me parecía raro considerando que él no parecía ser una persona de muchos amigos, y efectivamente no lo era, pues él terminó por terminar temprano la reunión por una pequeña discusión que terminó escalando al punto que todos terminaron hartos de verde las caras unos a otros.

En otra ocasión lo vi matar una rata que estuve alimentando en mi horario de trabajo. Terminó sirviéndomela en un plato; le abrió le estómago y esparció fresas alrededor, llamándolo un pastel de fresas. Creo que no hace falta mencionar que no cené ese día

Me resultó imposible no hacer pequeñas notas mentales de Vincent cuando este parecía estar siempre involucrado conmigo de algún modo.

De alguna manera estaba seguro de que aún con eso, yo no sabía ni la mitad de él de lo que él sabía de mí, ya había pasado varias veces por mi mente el pensamiento de que su actitud hacia mí no era aquella que tendría un jefe. El obtenía un objeto de interés que le fuera útil en el bistro y yo obtenía algo cercano a un lazo, alguien que aunque me diera órdenes hablara también conmigo y me diera algo de su atención de vez en cuando; era un cambio justo, ¿No es así?

Había pasado ya un año desde que eso había pasado. ¿Qué era eso para mí? Era el momento que de alguna manera me sacó del mundo del que vivía para volver todo en mi interior mucho más sombrío. Eso fue el momento en el que me di cuenta de que podía matar a un hombre por alguien, pero aunque solo una persona era quien se quemaba cerca del lago fueron tres quienes murieron ahí: él, que al perder su cuerpo; Manon, que al perder la calma, alejándose de mi tratando de rehacer su vida solo para terminar muriendo en un accidente; yo, quien se dio cuenta de que nunca fue esa buena persona que debía ser, quien averiguó que no se necesita de mucho para volverse loco.

Lógicamente, el recordar despertó sentimientos en mí que necesité aliviar de alguna manera. Saqué la basura al callejón detrás del bistro como cada noche, pero en lugar de dejarla en el basurero de é una bolsa en el suelo que cubrí de aceite. Necesitaba ese rojo, ese calor, esas llamas que me hacían sentir querido de alguna manera.

¿Y cómo iba esto a pasar desapercibido de los ojos del chef? No lo hizo. Él estaba tan podrido como yo y ambos lo sabíamos, nada que yo hiciera parecía ser desconocido para él y no parecía importarnos a ninguno de los dos, pues él tendría a su obsesión consigo y yo tendría como compañía algo más que recuerdos.

Se sentó a mi lado a ver el fuego consumirse poco a poco, llevándose ese calor que refugiaba a uno de las noches pesadas y eternas. Pasaron horas, nos quedamos ahí hasta que las llamas fueron no más intensas que la luz de un cerillo.

No pude evitar notar los ojos del chef antes de que el callejón quedara de nuevo a oscuras, fui yo quien se sintió ahora un acosador al pensar que si él fuera una mujer, podría enamorarme de ella.

Ese día me fui a casa sabiendo que él sabía que yo había matado a un hombre, pues él salió con la mujer que yo había llamado alguna vez amada cuando esta decidió abandonarme.

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