3. Café

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El sol entraba ya de lleno a la habitación, cuando un sonido estridente y repetitivo despertó a Daniela. Se incorporó lentamente, aún con los ojos cerrados, y casi que a tientas apagó con pesadez el despertador. Se quedó estática, haciendo su mayor esfuerzo por no volver a dormirse y abrir del todo sus ojos. Pero se resignó volviendo a tumbarse. También a tientas palpó el lado de su cama, acercándose a lo que supuso sería la pelirroja; pero encontrándose con la nada. Nadie más que ella se encontraba en esa cama. Abrió los ojos de golpe y tapó su cara con las manos, ahogando un suspiro. Se levantó de la cama bruscamente con enfado y se dirigió al baño. Una luz extraña la rodeó y se dio cuenta que la lámpara estaba encendida. Susurró una pequeña queja y la apagó. Se metió en la ducha y giró la manecilla hacia el agua fría. Necesitaba despertarse totalmente.

Comenzó a dejar caer el agua por su cuerpo y a enjabonarse con rapidez. Tras apenas diez minutos salió del baño con una toalla secando su pelo. Abrió el armario y se retractó dirigiéndose primero al cajón de su mesilla de noche. Cogió una tanga negra, como todas las que tenía, y se la puso haciendo equilibrios para no caerse. Se la subió acabando con su desnudez y volvió esta vez sí al armario. Escogió una camiseta roja y unos baqueros. Se los vistió rápidamente y se encaminó esta vez a la mesilla de noche de Lara. Abrió el tercer cajón y escogió unos calcetines. Volvió a hacer equilibrio para intentar ponerse el primero y, dándose cuenta de la dificultad, optó por sentarse sobre la cama para ponerse el segundo. Se dirigió al balcón y abrió de par en par las mamparas de cristal, dejando entrar el aire fresco a la habitación y, de un tirón, estiró las sábanas blancas de la cama, para que se aireasen.

Volvió al baño, donde se peinó el pelo, aún húmedo. Se miró al espejo y sonrió falsamente, había aprendido a fingir, tanto, que hasta ella misma se creía. Se lavó los dientes con cautela y, tras escupir toda la pasta de dientes y enjuagarse una última vez, abrió la puerta dirigiéndose al salón.

Encontró su móvil sobre un cojín del sofá. Lo había dejado ahí cuando la noche anterior el ambiente se había caldeado. O eso pensaba ella, pues apenas minutos después se enfrió como un témpano de hielo. Ya era costumbre últimamente.

Soltó un suspiro y cogió el móvil revisando sus mensajes:

Samantha: "Te has perdido una fiestaza, la próxima sales sin falta"

Roi: "Cari, me lleva Ruth hoy"

Alex: "Quedamos entonces?"

USC: "Examen de neuromoción atrasado por dos días"

Nora: "Te espero entonces en la entrada"

Agnes: "Tenemos que hablar..."

Suspiró, nada de Lara. Ya le comenzaba a molestar que la mitad de los días de la semana se despertara sola en cama. Pero le molestaba más que no le dijera donde estaba o si estaba bien. En realidad, sabía perfectamente dónde estaba y cómo estaba, pero le gustaría saberlo de su boca. O por lo menos recibir un "buenos días".

Sacudió rápidamente la cabeza, intentando despejarse. Caminó hacia la cocina y puso a preparar un café en la cafetera eléctrica. Se quedó con la vista perdida en los azulejos de la encimera, hasta que escuchó tres pitidos y entonces abrió un armario sobre su cabeza, sacando una enorme taza blanca. Se sirvió el café y comenzó a tomárselo con rapidez.

Apoyada en la encimera daba largos sorbos que acababan siempre con un ligero repaso de su lengua sobre sus labios para eliminar los restos. Una vez acabada la taza, abrió el grifo del fregadero y le pasó un agua, dejándola en el escurridor. Se acercó a paso rápido a la entrada. Buscó las llaves sobre la pequeña mesa, pero no las encontró. Suspiró y salió igualmente por la puerta, cerrándola con fuerza tras ella. Bajó las escaleras aceleradamente y abrió la puerta del edificio, saliendo a la calle. 

Ojalá un nosotras, pero prefiero un yoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora