1. ¿Qué pasa?

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-Joder Daniela -la queja fue casi un susurro, pero suficientemente nítida como para hacer que la chica parase.

-¿Qué pasa? - levantó la mirada encontrándose con unos ojos rojos, casi llorosos.

-Nada, sigue- Pero al contrario que lo que la pelirroja le había dicho, Daniela salió definitivamente de entre sus piernas, apoyando ambas manos en sus muslos para levantarse del suelo; pasando de estar de rodillas a sentarse en la cama, al lado de la chica.

-¿Qué pasa? - Reiteró la pregunta buscando esta vez una respuesta sincera que explicara las lágrimas que amenazaban con escaparse de los ojos de su acompañante.

No le contestó y esquivando la mirada de la morena se levantó de la cama recolocándose la camiseta. Abrió el cajón de la mesilla de noche cogiendo un mechero y una caja de tabaco y se encendió uno mientras daba a penas un par de pasos para salir al balcón, con solo la camiseta cubriendo su cuerpo.

Daniela siguió sentada en la cama, sin sacar los ojos de encima del cuerpo de la otra.-¿Me vas a responder?- Esta vez sí se levantó acercándose por detrás y abrazándola por los hombros: -Lara...-

La pelirroja apoyó la cabeza en los brazos que la rodeaban mientras miraba el sol que se escondía tras los edificios. Daba caladas al cigarro, consumiéndolo poco a poco.

Y así estuvieron las dos por un rato hasta que el cigarro se consumió en su totalidad y la chica lo terminó apagando en una de las macetas que colgaban de la barandilla del balcón. Cuando ésta se giró, quedando de frente a Daniela, la morena se dio cuenta de que llevaba llorando ya un buen rato.

Lara la miró y Daniela se dejó observar por esos ojos de un color azul nítido y brillante, ahora opacado por la rojez del lloro. La morena acercó temblorosa su mano a la cara de Lara y la acarició delicadamente, secando con su pulgar las lágrimas que seguían cayendo. Lara se destensó un poco, descargando el peso de su cabeza en la mano de Daniela y dejándose sostener por ella. Daniela la miraba con tristeza, y de su rostro salió una pequeña mueca de dolor al ver en ese estado a su pareja. Apenas consiguió entreabrir un poco la boca para comenzar a hablar cuando Lara se dejó caer sobre su cuerpo buscando su abrazo. Daniela la acogió en su pecho mientras que con sus manos daba suaves caricias en su espalda buscando calmar el llanto de la otra, que parecía haber encontrado un refugio de sus lágrimas en ella.

Permanecieron allí un largo rato, en la misma posición. Hasta que las lágrimas de Lara amainaron y el sol se escondió totalmente dando paso a la incipiente noche de junio.

Se separaron y, cuando Lara parecía dirigirse directamente al interior de la habitación; Daniela agarró su brazo, incitándola a quedarse allí. Sujetó el mentón de la pelirroja con suavidad, pero obligándola a mirarla a la cara y volvió a hacer la misma pregunta: -¿Qué pasa Lara? -

-No lo sé Dani, de verdad que no- dijo con el labio tembloroso y las lágrimas amenazando con volver a caer.

Daniela volvió a acariciar su rostro con cariño, mientras esta vez se le formaba a ella un nudo en la garganta que luchaba por deshacer. Ella se tenía que mantener fuerte, apoyar a Lara, ser fuerte para ella. Pero la situación la estaba empezando a superar.

Lara entró definitivamente en la habitación y Daniela la siguió. Mientras la primera abría un cajón del armario buscando un pijama que ponerse; la morena la observaba en silencio. No sabía que decir ni qué hacer. En realidad, el no saber se había vuelto costumbre ya para ella. Lara se terminó de vestir, con un pantalón de pijama largo y suelto sin nada debajo y una camiseta ancha de color beige. Se metió en la cama sin decir nada más y se tapó solamente con las sábanas, dejando el edredón arrugado a los pies de la cama. Daniela seguía mirándola de pie junto al balcón, hasta que Lara sacó su brazo de entre las sábanas y alargándolo hasta el interruptor, apagó la luz, dejando la habitación a oscuras, solamente iluminada por las luces de la calle y la luna.

Daniela suspiró y, sacando del mismo cajón una caja de tabaco y un mechero, se devolvió al balcón para fumar. Miraba el cielo, que suponía estrellado. Suponía; pues la contaminación lumínica de la ciudad pocas estrellas le dejaba divisar. Exhaló profundamente el humo que segundos antes inundaba su boca y dirigió su total atención a la luna. Brillaba llena e intensa. Junto a los sonidos de la carretera, que se escuchaban difusos desde el quinto piso que habitaba y la tranquilidad que le proporcionaba el cigarro entre sus labios, se creó el lugar y momento idóneo para pensar.

Sujetaba el pitillo delicadamente entre su dedo índice y corazón, llevándoselo cada poco tiempo a la boca, aspirando ese humo negro que, por irónico que pareciera, aclaraba su pecho.

¿Tener el pecho lleno de alquitrán o de ansiedad? Daniela hacía años que había elegido. Y aunque no se enorgulleciera de ello, tampoco era un hábito que pretendiera cambiar. El fumar solo de fiesta, pasó a ser solo los findes, a solo en las salidas, a solo fuera de casa, a también dentro y, actualmente, a todas horas. La cajetilla a la semana pasó a ser al día; y el desayuno mediterráneo pasó a ser piti y café.

-¡Mierda!- dijo soltando, por reflejo, la ya casi colilla que mantenía sobre sus dedos y que la había hecho quemarse. La colilla cayó a la calle. La morena se quedó allí algún rato más, esta vez observando los tiestos con flores que decoraban el balcón. Bueno, seguramente en algún momento habrían sido flores; pero ahora mismo solo eran capullos marrones marchitados, con hojas caídas alrededor. No habían tenido ni tiempo ni ganas de regarlas y cuando no cuidas algo, ese algo se muere.

En ese momento Daniela sintió un pequeño escalofrío en su cuerpo y se abrazó a sí misma buscando un poco de calor. La noche comenzaba a refrescar y ella tan solo llevaba encima una camiseta y un tanga. El calor que en algún momento de la tarde había sentido, se había esfumado y una fría brisa había empezado a soplar. Su abrazo no consiguió aplacar el frío y la morena se resignó y entró a la habitación. Cerró con cuidado de no hacer ruido la cristalera del balcón y se quitó la camiseta, pues sabía que acostada en la cama bajo las sábanas haría más calor. Así que se adentró en ellas sintiendo la suavidad de la tela en su piel.

Permaneció acostada boca arriba, mirando al techo. El silencio era casi absoluto; pues los sonidos de la ciudad no traspasaban la cristalera ya cerrada. Solo se escuchaba una ligera y tranquila respiración a su lado.

Lara dormía profundamente y Daniela se giró para observar su silueta iluminada por la luz azulada de la luna. La mayor se encontraba con su cuerpo girado hacia ella, el cabello largo y rojizo esparcido por la almohada y un brazo reposando en el colchón mientras el otro se escondía entre las sábanas. Daniela repasó nuevamente su figura hasta detenerse en sus labios. Se encontraban ligeramente abiertos y se habrían un milímetro más con cada respiración. Su pecho, cubierto por la camiseta, subía y bajaba tranquilamente. Daniela se llevó una mano al suyo, descubierto, y ejerció un poco de presión sobre él buscando rebajar la tensión del nudo que se había formado y aún no era capaz de deshacer.

Las mejillas sonrosadas de Lara y sus pecas esparcidas por su cara eran algo que Daniela no veía por la falta de luz; pero que conocía tan bien que podría encontrar entre un millón el tono exacto de rosa y crear un mapa de las manchas con los ojos cerrados. Sonrió. Con cariño acarició con sus dedos el brazo de la pelirroja. Ante este gesto Lara, aún dormida, frunció ligeramente el ceño y comenzó a revolverse en la cama, acabando girada hacia el otro lado. Su cuerpo, ahora dirigido al balcón y dándole la espalda al de Daniela, impedía a ésta mirar la cara que había estado observando ya un buen rato.

La morena suspiró y se giró ella también dándole la espalda a la pelirroja. Cerró los ojos y con su mano comenzó a acariciar su propio torso, buscando tranquilizarse, y quedándose dormida. 

Ojalá un nosotras, pero prefiero un yoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora