Capítulo 9

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— Estoy abrazándote – le contestó Fluke sin pensárselo dos veces.

– Yo no doy abrazos.

– Yo doy muchos abrazos. Tendrás que acostumbrarte.

Fluke suspiró sin importarle la negativa de él. Le encantaba su peso cálido sobre su cuerpo y le pasó los dedos a todo lo largo de la columna vertebral.

– Si estoy embarazado, tendrás un hijo para abrazarlo.

Fluke notó la tensión de su cuerpo que se ponía rígido entre sus brazos.

– Aquel día ... tú también te pusiste pálido ante la posibilidad de que estuviera embarazado – le recordó Fluke con somnolencia, con el agotamiento adueñándose de él.

– Claro que sí. No tenía ni idea de cómo ser padre. ¿Cómo iba a saberlo si no lo he sido nunca?

– Ni yo. Aprenderás sobre la marcha – contestó Fluke cada vez más adormecido.

Ohm levantó la cabeza despeinada.

– No puedes quedarte dormido todavía ... Es nuestra noche de bodas ...

Sin embargo, Fluke ya estaba profundamente dormido. Fue a darse una ducha y acabó volviendo a la cama. Fluke se despertó cuando todavía no había luz y contuvo un suspiro.

Durante su trabajo, le habían alterado su pauta de sueño con turnos que se cambiaban continuamente y una falta de descanso. Como supo que no volvería a dormirse, se levantó, se puso algo cómodo y miró con detenimiento a Ohm, quien estaba desparramado por toda la cama. Ocupaba más que su parte de la cama y solo él podía hacerlo sin que a Fluke le molestara, se reconoció a sí mismo con un cariño burlón al fijarse en el pelo moreno que se le rizaba sobre la almohada, en la mandíbula angulosa oscurecida por la barba incipiente, en el gesto relajado de su boca. Dormido, parecía que tenía menos de los treinta años que tenía.

Dejó de mirarlo, bajó y lo primero que vio fue el ramo de flores en el fregadero de la cocina. Rebuscó por los armarios hasta que encontró un florero, lo llenó con agua y lo dejó en la sala con las flores dentro. Abrió la nevera y vio agua embotellada y pastas. Las comió de pie mirando el amanecer por encima de los edificios al otro lado del canal.

– ¿Qué estás pensando? – le preguntó Ohm desde detrás de él.

Fluke giró la cabeza y vio a Ohm solo con unos vaqueros desgarrados.

– A Violet, la mujer que murió en el hospital para enfermos terminales, le encantaba ver el amanecer. Si era mi turno, le abría las cortinas temprano. Estaba pensando en que Venecia le habría encantado, pero no pudo viajar porque su marido prefería quedarse en casa y, en su época, los maridos mandaban.

– ¿No podría esperar que entre nosotros pase lo mismo?

– Yo no me haría ilusiones – le aconsejó Fluke.

– ¿Qué haces levantado tan temprano?

– Siempre he sido madrugador – reconoció Fluke. – Además, no estoy acostumbrado a poder dormir lo que quiera. Cuando no he estado trabajando, he estado estudiando para aprobar los exámenes. La presión es constante.

– Háblame de Violet mientras pido el desayuno.

– Estaba sola. Había sobrevivido a todas sus personas queridas. No iba nadie a visitarla. Su sobrino fue una vez, cuando ingresó en el centro, pero no volvió. Algunos familiares no pueden soportar la fase terminal de una enfermedad. No se les puede reprochar. Nosotros deberíamos mantener cierta distancia y nunca pensé que fuese a costarme.

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