-6.1-

872 261 64
                                    

Definitivamente, lord Northland no se encontraba entre la gente consciente de ese salón. Lo veía bailar con demasiado ahínco, cuando giraban parecía que la arrojaría lejos de él, por eso trataba de mantenerse pegada lo más que podía al conde.

—Es una excelente bailarina. ¿Hay algo que usted no haga bien? —preguntó Steven que había pedido el control de sí mismo. Estaba mareado por las vueltas del baile y por tanta bebida. Se había distendido más de la cuenta.

—No soy tan perfecta para tantas vueltas tan animadas, milord.

—Comprendo. —El quiso bajar la intensidad; sin embargo, terminó soltando a la joven y ambos salieron disparados a los costados, causando una caída en dominó de los otros invitados.

John no podía dejar de reír con lo que veía. Steven había cometido una locura de esas que serían memorables. Su amigo aseguraba que al menos en los próximos tres años no podría casarse después de semejante vergüenza. Lo malo era que había afectado a lady Philippa Parker, que tenía parte de su falda cubriendo su cabeza. Se sintió un poco avergonzado por haberse reído de lo ocurrido. Fue hacia la joven para ayudarla a levantarse. Que Steven se levantara solo.

—¿Se encuentra bien, milady? —preguntó al acercarse a ella para ayudarle a ponerse de pie.

Los ojos de Philippa antes de ver al marqués, recorrieron el salón. El caos la rodeaba y hasta la orquesta había dejado de tocar los instrumentos. Las parejas comenzaban a ayudarse entre sí, pero lord Northland ni siquiera se acercaba. De un lado podía ver a sus padres y sus tíos acercándose con sus manos tapando sus frentes o sus bocas. Esa podría ser su ruina, ya que nadie culparía al caballero, sino quizá a una dama tonta a las que todos conocían.

El marqués fue el único que se acercó a ella y extendió su mano con amabilidad. Philippa lo cogió y él la ayudó a salir de aquel lugar e ir a un rincón, seguido por la familia de la joven.

—Gracias por ayudarme —musitó avergonzada.

—Lamento no haber detenido a Steven, estaba mareado y ha causado semejante destrozo.

—No hay mucho que destrozar, las posibilidades de que me casara eran pocas, ahora son nulas.

—Fue un accidente esto no le hará daño a su reputación. Todos notarán que Steven estaba ebrio. Yo me encargaré de que esa sea la versión oficial, única y verdadera. No se preocupe, la dejaré aquí con su familia. Nuestra pieza es la próxima.

El marqués dejó en una silla a la joven y se apresuró a ir junto a su amigo y no con exactitud para salvarlo de los demás, sino para arrojarlo al hoyo para que nadie quisiera casarse con él hasta que superara sus episodios con el alcohol.

—No se preocupen, el baile debe continuar. Mi buen amigo, lord Northland, está muy mareado para continuar. Espero que sepan disculpar este incidente —habló con seguridad a la vez que intentaba levantar a su amigo.

—¡Steven, abre los ojos! —ordenó su madre, avergonzada, por su comportamiento y verlo en ese estado tan lamentable.

—Esto es divertido, ¿vieron que caímos como piezas de dominó? En orden y bien alineados... —Rio lord Northland que estaba consciente de sus actos.

—Hiciste un desastre y avergonzaste a una dama —reprochó el marqués.

—Le enviaré unas flores mañana. Si hace falta me casaré con ella. Es agradable y baila muy bien.

—Acompaña a tu madre y no digas tonterías. No te casarás y menos ahora. —John lo ayudó a ponerse de pie frente a la mirada de reproche del salón y de la orquesta y ni hablar de la condesa viuda.

—¡El baile continúa! Esto es solo una anécdota para que nuestra diversión sea mayor en el futuro —expresó la anfitriona que se acercó a la orquesta para que ellos continuaran.

Philippa observaba todo el lugar con vergüenza. Sentía que los demás no dejaban de mirarla como si no existiera algo más para ver en ese salón.

—¿Cómo estás, Philippa? —indagó su madre.

—Terriblemente avergonzada. ¿Este era el candidato que querían para mí? Miren lo que me ha hecho. Estaba dispuesta a no ser indiscreta, pero de nada sirve si ahora me debato entre la soltería y el ostracismo social.

—No seas tan exagerada, Philippa. Fue solo un accidente, uno insignificante. —Su padre quería que ella no se sintiera mal.

—Iré al jardín un instante. Necesito respirar. No tengan miedo, no me pondré ni encima del balcón ni debajo.

Se levantó de su silla y fue sin dilación hacia el jardín. Ahí estaría sola y tranquila con sus pensamientos. Quería casarse, deseaba ser una buena esposa y demostrar su valía, pero al paso que iba, se dedicaría a cuidar los negocios de su padre desde la oscuridad. Era la forma en que su progenitor tenía pensado protegerla de una soltería, para que no fuera una solterona que tendría posibilidades de sobrevivir con un negocio que no requería mucho más que un poco de carácter. Su hermano menor, Foster, según su propio padre, no podría ser capaz de hacer las cosas tan bien como ella.

Se sentó junto a una estatua del jardín y recostó su cabeza en ella, pensando en qué haría con su vida. Su primera temporada podía darla por perdida y solo intentar divertirse. ¿Qué más le quedaba?

—¿No me diga que se estaba escondiendo de mí? —indagó el marqués que encontró a la joven en ese lugar. Él había salido a fumar unos minutos antes de buscarla para continuar con su pieza.

—No me estaba escondiendo, pero sería bueno hacerlo como un avestruz.

—Arrojaré el tabaco lejos de usted...

—No me molesta. Estoy acostumbrada a que mi padre fume y que beba. No se preocupe por mi integridad.

Él se sentó del otro lado de la estatua, ya que hacerlo a su lado era firmar una sentencia y John todavía quería seguir soltero.

—¿Por qué ha venido al jardín? Es un lugar peligroso para una dama.

—Y más si está un libertino como usted a mi lado, pero no tenga miedo. Sé que los libertinos sienten temor de las debutantes.

—No me haga reír, milady. Debería estar temblando de miedo al estar cerca de mí. Los papeles no se invierten.

—Ni usted me teme ni yo le temo. Es un pacto.

Buen día!

[El Círculo De Los Solteros #4]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora