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Si ninguno de los dos temía del otro, resultaba ser una situación extraña. ¿Desde cuándo un libertino no atraía a una dama? Eso le resultaba preocupante a John.

—¿Está segura de que no tiene miedo de estar cerca de mí? ¿No le intimida mi atractivo?

Ella rio como las damas lo hacían e incluso se le escapó un tono pícaro.

—Me intimidaba más la borrachera de su amigo, su señoría, pero sí, hay algo que me interesa de usted...

—¿En verdad? —John infló el pecho como un jilguero a punto de cantar—. ¿Qué es eso que le interesa?

—Espero que no se asuste al verme cerca de usted, observándolo con un interés inusitado.

Él sonrió como si estuviera de cacería. Lady Philippa era una mujer bella, por supuesto que si le pedía algo él podría dárselo con tranquilidad, jamás le negaría nada a su belleza y también porque era la hija de un facineroso.

—Estoy dispuesto a darle lo que quiera. Nunca puedo negarme ante la belleza de una dama.

La joven arrugó el ceño al oír las palabras del marqués acompañadas de un tono más ronco y masculino. Él comenzaba a parecerle más gracioso que sensual en ese instante. Lo que imaginaba que ocurría, era que el caballero pensaba que ella quería algo relacionado al libertinaje, pero Philippa era una mujer que no entendía más allá de las consecuencias que podría acarrear un libertino; no obstante, su padre la había preparado hasta en casos como esos. Una pequeña navaja en su ridículo era una solución que aquel le había sugerido.

—Está bien... —Ella metió la mano en su ridículo que era un poco más grande de lo normal y se levantó para acercarse a él.

Al escuchar el sonido de los pasos de la joven, John agrandaba su sonrisa. Al verla frente a él, observó su vestido típico de una debutante y al distinguir que se agachaba, pudo ver un poco de su escote. Cuando estuvo a punto de meter la mano en el busto de la joven, ella estiró su oreja y la vio utilizar un monóculo.

—Interesante... Fascinante... Es la primera vez que veo un diamante con unas terminaciones perfectas. Pudo haber sido otro material, pero es puro. ¿No ha pensado en venderlo? Podría valer mucho dinero —dijo Phillippa que estaba ahí casi colgándose de aquel pedazo de piel del marqués—. También es extraño ver un arete en un caballero, ¿es moda francesa o tiene parientes piratas?

Se había quedado con cara de tonto al darse cuenta del verdadero interés de la joven. Él no lo era, pero sí su joyería. Qué decepción más grande se había llevado esa noche. Nadie merecía ser humillado de esa manera; sin embargo, había sido su culpa pensar en lo que no era. Una dama, debutante, hija de un delincuente con título, no podía ser una libertina que quisiera algún encuentro casual. ¿En qué demonios estaba pensando? Eso le pasaba por actuar con la parte equivocada de su cuerpo.

—Le interesa mi arete...

—Sí. ¿Qué más podría interesarme? Soy una gran entusiasta de las joyas. Si usted me prestara esto, podría inmortalizarla en una pintura. Tengo una galería con muchas joyas que he pedido pintar durante todos estos años. Su diamante es un gran protagonista y parte de su personalidad. Me gustaría retratarlo con él.

—No dejo que anden retratando mi cara en todas partes. Es suficiente con la galería de mi casa. ¿Está segura de que no quiere nada más de mí?

—Sí, una pintura.

—¿Entiende lo que quiero decirle o es tonta?

—No sé a qué se refiere.

—¿Quiere un beso, acariciarme, tocarme, que la toque, que nos acostamos, que gocemos de esta vida?

—¿Y eso de qué me serviría? No tengo interés alguno en eso que me ofrece, pero es comprensible que viniendo de un libertino usted ofrezca sus servicios amatorios, creo que así le dicen.

—Prefiero a una mujer más inteligente. Ni crea que bailaré con usted después de que me ofendiera con sus palabras. —Él la hizo a un lado y se levantó para regresar al salón.

—Perdóneme si lo he ofendido, su señoría, pero espero que comprenda que no tenemos las mismas necesidades.

—Cuando su esposo no la quiera tocar porque usted anda distraída mirando sus joyas, la estaré esperando para que se sienta mujer si le interesa.

—Es una persona optimista, señoría, espero tener un esposo pronto. Cuando lo tenga, no tendré necesidad de nada y menos de un caballero con tal ofrecimiento como el suyo.

—¿Ni siquiera lo reconsiderará?

—Sí, estoy reconsiderando algo: ¿no podrá visitarme en casa? Quiero pintarlo.

Ese era el momento definitivo de recoger su orgullo, su honor y su libertinaje para salir de ahí. Esa mujer no valía la pena, era una demente y esperaba nunca volver a cruzarse con ella en esta vida.

Philippa vio que el marqués regresó al salón, airoso. Entonces, ella cogió su libreta y comenzó a dibujar la joya que había visto en su oreja. No quería olvidar ningún detalle para poder pintarlo. Una vez que terminó de dibujarlo, describió los colores y su percepción sobre la joya.

—No puede ser posible que estés con esa libreta. —Meredith se lo arrebató de las manos—. Es hora de marcharnos.

—¿Y mi pieza con el marqués?

—Él se ha ido.

—En verdad se ha enfadado conmigo, pero al menos he conseguido lo que mi padre quería. Lo espanté con todo lo que le dije.

—¿Y qué le dijiste?

—Que no estaba interesada en sus servicios de libertino y que solo quería ver su arete. ¿Vio que no todo es malo con mi pasatiempo?

Meredith se abanicó con la libreta de su hija. ¿Qué haría con esa jovencita que pecaba de sabelotodo?

—¿Él estuvo aquí contigo?

—Sí, y se fue muy ofendido cuando le dije cuál era mi verdadero interés al tenerlo cerca. También se ha negado a que lo pintara con su arete. Es un caballero un tanto temperamental.

—No era un caballero temperamental, Philippa, era un libertino ofendido. ¿En qué peligro te has metido?

Buenas tardes! Hoy estuve ocupada en la mañana, fui a retirar la libreta de mi hija.

Saludos.

[El Círculo De Los Solteros #4]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora