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—Se equivoca. No necesito a una mujer, requiero de tranquilidad y poder hacer mi vida.

—Sería más sencillo estar con una sola mujer el resto de tu vida y no andar poniéndote en riesgo. No tendrás hijos y todo esto que han construído generaciones se perderá por tu irresponsabilidad.

—Es temprano para toda su cháchara, abuela. Déjeme dormir, estoy golpeado.

—Y es probable que sea por una mujerzuela. Debes estar en pie en cuatro días, iremos a una casa de campo por varios días. Es el momento ideal para que conozcas a la dama indicada.

—La dama indicada quizá ni siquiera debutará, ¿por qué apurarse tanto? Es lo que no comprendo.

—¿Y por qué atrasar tanto algo tan inevitable como matrimonio? Recuerda que no eres un comerciante o un panadero, eres un marqués y tus obligaciones claramente están por encima de cualquier otra cosa. Quedas avisado sobre nuestra próxima salida y te juro por mi esposo fallecido que conseguirás una esposa.

—Pobre de mi abuelo, por algo murió tan joven. Estar casado con usted debe ser un verdadero suplicio, abuela.

—No sabes de lo que hablas, querido. Sigue descansando, ya después estarás ocupado planeando tu boda.

Su abuela salió de la habitación. Sabía que ella no descansaría hasta conseguir su objetivo, pero él tampoco lo haría. Eran dos personas casi idénticas. Él defendería su soberanía y lady Cadbury deseaba imponerse con lo que la sociedad establecía para alguien como él.

Después de esa visita, John no pudo continuar durmiendo, se levantó de la cama y fue a mirarse en el espejo que tenía en la habitación. Se sorprendió al ver sus labios rotos y su cara llena de moretones. Esa era la imagen más lamentable de toda su existencia, aquella era la imagen de la vergüenza, esa que le daba la razón a su abuela cuando decía que debía alejarse de las mujerzuelas. Por supuestos que esas marcas la apoyaban y estaban de acuerdo para escapar de semejante atrocidad. Lo que lord Anglesey le había hecho era una verdadera barbarie, aunque aquel tampoco había salido bien librado. Le dio sus buenos golpes por haber matado a su caballo; sin embargo, el más indignado fue él, cuando su supuesta mujer buscaba un protector. Era un hombre que no sabía cómo funcionaba tener ese cargo. Él había sido protector de un par de damas en su inicio, pero John sabía que la fidelidad no existía cuando la necesidad se interponía.

Por su tranquilidad mental había dejado de mantener mujeres, ya que si hubiera seguido por ese camino, sería algo así como el inocente lord Anglesey que había invertido más de lo debido en lady Marie. Él creía que sería su dueño, pero era solo uno más del montón de caballeros que podrían frecuentarla en un descuido.

—Te ves mal, John. ¿Cómo saldrás a la calle? Más de uno querrá continuar golpeándote —se dijo al dejar de mirarse en el espejo.

Lo único que en verdad John podía hacer era permanecer en su casa, tranquilo. Ya habría tiempo de continuar intentando entrar bajo la falda de Marie. Era una soltera libre de las ataduras de un protector, al menos lo sería por un par de meses con el dinero que le había enviado y que ella quiso agradecer. La noche anterior debió ser su noche, pero como siempre, lord Anglesey parecía estar presente en todo para arruinar sus planes de acostarse con ella. Era una de las mujeres que le estaba costando más dinero. Tenía una deuda con Steven a causa de eso. Él no quería involucrarse con lord Earl, y menos lo haría sabiendo que su hija era una dama un poco extraña. Había visto todo tipo de señoritas durante esos años que llevaba asistiendo a los salones, pero ninguna podía compararse en rareza a esa mujer. No entendía cómo un arete era más importante que las atenciones de un seductor. El asunto fue tan humillante que lo llevó a dejar un baile.

Le habían dicho no de muchas formas posibles durante sus peores días al empezar su vida como soltero empedernido y codiciado. No podía creer que a sus treinta y un años alguien despedazara su hombría de esa manera. ¿Qué se creía lady Philippa Parker para tratarlo de esa manera, en lugar de agradecer su intento de acercamiento? Esperaba que pronto terminara solterona, porque hacia ahí iba sin mucha prisa. Cuando llegara el momento le rogaría para que le hiciera caso y él la humillaría de la misma manera. Hablaría de sus zapatos, de las telas de su vestido, de sus joyas, pero jamás lo vería volviendo a insistir para ser seducida. Esa mujer podría ser descrita como imposible de seducir por matar pasiones en los caballeros.

Ese día le resultó difícil bajar las escaleras. Su cuerpo estaba tan golpeado que quizá tuviera algún hueso roto o algún golpe interno que le impedía llevar una vida normal.

—Han llegado varias invitaciones, pero tú no te ves muy bien, John —dijo la marquesa viuda.

—La verdad es que no estoy tan bien como me gustaría, pero sobreviviré. Abuela, ¿me presta su bastón? Le prometo que no la perseguiré para darle su merecido por ser tan malvada.

—Todavía no sabes lo que es ser malvada, y yo lo soy, con exactitud que sí. Nadie debería dudarlo por un segundo. Mi espíritu impuro busca el mal para ti con un buen matrimonio... —alegó la anciana, sarcástica—. Más bien tengo el cielo ganado con todas mis intervenciones, pero pienso ganarme un lujoso lugar con lo que haré contigo. Dios puede criticar mis métodos, pero jamás mis resultados para llevarte a cumplir con el sagrado deber del matrimonio.

—Habla de Dios como si mereciera su gracia —farfulló el marqués.

—Voy a los oficios dominicales, ¿y tú a cuál vas, querido? No veo que hagas nada para ganar el lugar que debería estar reservado para un creyente que cumple los mandatos. A ti te espera el infierno si no haces lo que te digo.

—Prefiero arder en el mármol del infierno que volver a verla en el cielo, abuela.

Buenas tardes!

[El Círculo De Los Solteros #4]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora