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La mala suerte perseguía al marqués de Horshire hasta en sus momentos de paz.

—Esta vez no la he buscado yo, pero supongo que le queda claro a quién prefiere lady Marie, lord Anglesey —masculló John tentando a su buena fortuna.

—Voy a matarte... —anunció el hombre que sacó su arma con la clara intención de acabar con ese caballero que insultaba sus pensamientos y su inteligencia.

—Lord Anglesey, aquí nos están permitidas las armas. Por favor... —pidió James que extendió la mano para que el conde se lo entregara.

—No necesito nada más que mi furia para acabar con él.

El conde de Anglesey tomó el asunto tan en serio que se arremangó el frac y dio el primer golpe que arrojó al marqués con fuerza hacia otro sitio.

Marie observaba, horrorizada, como Peter golpeaba a John y ella no podía hacer mucho.

—¡Usted ha pedido que responda! —estalló el marqués que cogió impulso y corrió hacia Peter para derribarlo. No solo logró hacerlo, sino que también rompió mucho de lo que había a su alrededor. Era un lluvia de puños y patadas a mansalva.

—¡Haga algo! —pidió lady Marie a James al ver que los dos peleaban.

—Ya han destrozado el salón, solo queda que se maten entre ellos, milady. Déjelos y otra cosa, debería echarla, no se permiten damas aquí.

—¡Mató a mi caballo, desgraciado!

—¡Se metió con mi mujer!

—¡No están casados, entonces ella puede gustar de quien sea!

—¡No sé con qué argumentos llegó a la cama de Marie, pero lo sacaré como lo que es, una alimaña!

Al ver que nadie hacía nada, Marie cogió el arma de las manos de James y disparó al aire.

El salón se llenó de curiosos al oír los gritos y el propio disparo. Marie cubrió su figura con su capa, no quería estar involucrada en un escándalo que la dejara fuera de la vida social.

—¡Ya mátelo, lord Anglesey! Nos hará un favor —dijo uno de los hombres a los que John había hecho enfadar en el pasado. Tenía aproximádamente unos cuarenta y cinco ocincuenta años.

—Aquí nadie matará a nadie. Los invito a retirarse y continuar sus conflictos lejos de este lugar —habló James con calma.

Peter sacó un pañuelo de su bolsillo y se secó la sangre que salía de sus labios rotos.

—Ajustaremos cuentas después....—amenazó el hombre.

—Estaré listo cuando llegue ese momento. —John escupió sangre para limpiar su boca. Ambos caballeros se habían golpeado sin descanso.

El conde cogió a Marie del brazo y la arrastró para sacarla de aquel lugar. Hablaría seriamente con ella sobre su comportamiento.

—Su señoría, considero que no será bien recibido en su casa en estas condiciones —comentó James que le dio una de las sillas que no estaba destrozada para que se sentara.

—Lo sé. Envía la cuenta de los gastos a mi casa. Ahora sí estaré en boca de todos.

—No piense en eso, repongase pronto. Pediré un carruaje para que lo lleve a su residencia, su señoría.

El marqués no se negó, esperó  a que el carruaje lo llevara a su casa. Aún no sentía que le dolían muchas partes de su cuerpo, excepto la cara. En esa zona persistía un dolor inmaculado.

Llegó tarde a su residencia, tanto que su madre y su abuela se habían acostado a dormir. Eso era algo gratificante en su estado. Nadie lo estaría molestando al menos lo que quedaba de la madrugada.

—Su señoría, ¿qué le ha ocurrido? —preguntó Seymour que observó a su patrón con la tenue luz de su lámpara. Aquel hombre era tan fiel que lo esperaba sin importar la hora.

—Gajes del oficio, Seymour.

—¿Quiere que lo cargue en hombros?

—No seas exagerado, estoy golpeado, no paralítico. Puedo subir las escaleras, estoy seguro.

John dio unos pasos para ir hacia la segunda planta, pero se detuvo.

—Está bien, ayúdame a llegar. Mi abuela es más rápida que yo en este mismo instante.

—No debería involucrarse en peleas callejeras. El boxeo es un buen hábito si está en un ambiente controlado.

—No fue en la calle, fue en White's.

—Con más razón. Es un club de caballeros, no una taberna con tintes poco legales.

—Seymour, para regañarme está mi abuela, tú deberías quererme, consentirme y consolarme.

—No puedo hacer nada de eso si usted está muerto, su señoría, considérelo.

Su sirviente lo ayudó a llegar a su habitación y le cambió las prendas con cuidado, ya que cada movimiento era un aullido de dolor que comenzaba a notar. Las consecuencias de haber sido golpeado se hacían más evidentes a medida que avanzaba la madrugada.

Se acostó a dormir para descansar y lo hizo por un par de horas hasta que sintió algo cerca de su cara. Era el bastón de su abuela tratando de quitar la manta de su rostro.

—¿Cómo es que llevas a dos damas a un baile y después las abandonas a su suerte? Somos dos mujeres mayores. Deberían desheredarte por patán, John —escupió la anciana, enfurecida. Al no recibir una respuesta de él, comenzó a golpearlo con el bastón.

—¡Auch! ¡Abuela, ya deje de golpearme! —John se destapó y su abuela pudo observarlo.

—¡Madre mía, John! Si hubieras permanecido con nosotras estarías intacto, pero prefieres que te hagan daño, entonces te cumpliré tus deseos por desobediente. —Lady Cadbury quiso golpearlo de nuevo, pero John cogió el bastón y se lo arrebató.

—Estoy bastante golpeado y creo que estaré fuera de juego un par de días. Espero que no me vuelva a golpear si quiere volver a ver su bastón, abuela. Basta de sus abusos de poder en mi casa. Si está aquí es por caridad, ya que podría decirle a su sobrino político o a cualquier otro que la lleve a vivir con él.

—Así agradeces los años de afecto y corrección que te he dado. Está bien, John. No me molestará recoger tu cadáver, aunque la vida dice que tú deberías enterrarme a mí y no yo a ti. A este paso eso no se cumplirá. Hablaré con tu madre, eres un ser incorregible al que le falta matrimonio para enderezarse.

Buenas tardes!!!

[El Círculo De Los Solteros #4]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora