𝟎𝟎𝟏

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Prisión de México

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Prisión de México

—¿Qué carajos te paso en la cara colombiana?— pregunta Isabel al ver los hematomas en mi rostro

Me duele hasta para mirarla, el ojo está tan inflamado que pareciera que fuera a reventar. Los pómulos los mantengo inmóviles porque en cuanto haga alguna expresión me muero del dolor. Y si así tengo el ojo y mis perfectas mejillas, no me quiero imaginar el resto de mi cuerpo.

—Usted sabe, jefa, aquí si no le cumples con lo que se te ordena, pues te joden— hijueputa, ¿que mal estare pagando para que me hagan esto?

—Dime quien fue

—No, mami, no se moleste, déjelo así

—No fue pregunta, te estoy ordenando que me digas quién fue— increpó sonando enojada, y mucho

Dejo el resto de ropa dentro del lavarropas, y por primera vez desde que entré a la lavandería, la volteo a ver. Al estar de perfil, ella solo vio una parte de mi rostro herido, así que al girar y ver su expresión de preocupación y enojo, se que me veo super fatal.

—Al menos finja que no me veo tan mal, jefa. Su expresión de horror me hará llorar y los ojos me duelen para hacerlo— la voz se me rompe con lo último que digo, pues la verdad no sé cuánto tiempo pueda contener el dolor, llanto y enojo. Son demasiadas emociones que procesar, y no quiero explotar así delante de ella. No quiero que me vea débil.

—Ay, mija seré todo lo malo de este mundo, pero mentirosa jamás, eso no me sale— se acerca cautelosamente hacia a mi y yo no retrocedo. De hacerlo, le estaría diciendo que no quiero que me toque. Y yo lo que más anhelo en este momento es un maldito abrazo, así que dejo que lo haga, ignorando el dolor en mis costillas y disfrutando lo que el abrazo me transmite.

Aunque dicho confort no dura mucho, porque unos golpes bruscos en la puerta nos hace separar abruptamente. Es el.

—¡Qué, ya se hicieron lesbianas culeras! Déjense de pendejadas y terminen de limpiar que en unos minutos les toca la cena— nos ordena el oficial Pérez, un tipo demasiado alto y asquerosamente fuerte

El policía se va, no sin antes mirarme de una manera depravada y repugnante.

—¿Es él, verdad?— pregunta Isabel, mirándome sería

—No vale la pena, jefa

—Es él, lo sabía.

Y se va, dejándome sola en la lavandería. No viene al caso querer evitar que haga algo; llevarle la contraria es mucho peor comparado con los castigos que te aplican aquí. Así que me dispongo a terminar mis deberes domésticos, los cuales disfruto hacer, porque así estaré lista para cuando me casé y me dedique a mi dulce hogar y familia.

Al terminar de organizar la ropa me doy una corta pero refrescante ducha. Aquí no se tiene privacidad, por eso una tiene que apurarse en hacer lo suyo si no quiere terminar hecha un desastre en una esquina del baño. De la correccional y de la cárcel he aprendido que siempre tienes que vigilar tu espalda, observar detalladamente de quien te haces amiga y a quien le confiarías que te cuide cuando te drogan la comida.

𝕮𝖗𝖆𝖟𝖞 𝖎𝖓 𝖑𝖔𝖛𝖊Donde viven las historias. Descúbrelo ahora