El Ángel Que nos Unió. Cap 3

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Unidos por un ángel. Cap. 3. Capítulo

Candy  tiritaba frente a las imponentes puertas del palazzo terry .
Espesas nubes negras cubrían el cielo y la marea, que estaba subiendo,
desbordaba las orillas de la laguna y empapaba las calles de Venecia. Pero aquel
tiempo tormentoso no era muy distinto del de Seattle. Ella se había criado con
lluvia y humedad. Esa mañana no tiritaba de frío, sino de nervios.
Aquello podía salir mal y dejar a Michel y a ella en una situación aún
peor. Pero no sabía qué otra cosa podía hacer. Si aquello no atraía la atención
de Terry , nada lo haría. Había intentado comunicarse con él de
todas las formas posibles, sin resultado. Corría un gran riesgo, pero ¿qué más
podía hacer?
Terry decarlo , un multimillonario italiano, era asimismo uno de los
hombres de negocios más dados a recluirse de Italia. Rara vez se lo veía en
público. Carecía de dirección electrónica y de móvil. Cuando candy se puso
en contacto con su despacho, no se comprometieron a pasar el mensaje al
consejero delegado de la empresa, decarlo SpA. Por eso estaba ella allí, frente
al Palazzo terry de Venecia, la residencia de la familia desde hacía dos
siglos. Los decarlo eran una familia de industriales que, en los cuarenta años
anteriores, había ampliado sus negocios a la compra de terrenos y la
construcción y que, al mando de Terry de Carlos , había invertido en los
mercados mundiales. La fortuna de la familia se había cuadruplicado, y los
Decarlo se habían convertido en una de las familias más influyentes y
poderosas de Italia.
Terry , de treinta y ocho años, continuaba dirigiendo la compañía, con
sede social en Roma, pero lo hacía desde Venecia, según había descubierto candy . Por eso estaba ella allí, agotada por la diferencia horaria, después de
haber viajado con un bebé de seis meses, pero resuelta. Terry no podía
seguir haciendo como si no existieran ni ella ni Michael.
El bebé se había dormido. Le pidió disculpas por lo que iba a hacer.
–Es por tu bien –susurró–. Y te prometo que no me alejaré mucho.
El bebé se removió como si protestara. La agobiaba el sentimiento de
culpa. Llevaba meses sin dormir, desde que se había convertido en su
cuidadora. Tal vez el niño hubiera percibido lo nerviosa que estaba; o tal vez
echara de menos a su madre.
A annie se le llenaron los ojos de lágrimas. Si hubiera hecho más por annie ,
después del nacimiento de Michael… Si hubiera comprendido lo angustiada
que annie se sentía…
Pero el pasado no se podía cambiar, por lo que Candy estaba allí para
entregar al bebé a la familia de su padre. No para siempre, por supuesto, sino
durante unos minutos. Necesitaba ayuda. No tenía dinero y estaba a punto de
perder el trabajo. No estaba bien que la familia del padre de Michael no lo
ayudara.
Tragó saliva y llamó a la puerta. Los fotógrafos que había cerca del edifico
la observaban. Era ella la que había avisado a los medios de comunicación
que algo importante iba a suceder ese día, algo relacionado con el hijo de un
Terry .
Era fácil hacerlo cuando se trabajaba, como ella, en publicidad, estudio de
mercados y atención al cliente de AeroDynamics, una de las empresas
constructoras de aviones más grandes del mundo. Normalmente se dedicaba a
atraer nuevos y adinerados clientes, jeques, magnates, deportistas y gente
famosa, mostrándoles los elegantes diseños y los lujosos interiores de los
aviones. Pero ese día necesitaba a los medios para que ejercieran presión en
su favor. Las fotos atraerían la atención, cosa que no le gustaría a terry
Decarlo. Este valoraba su intimidad, e inmediatamente tomaría medidas para
que la atención pública disminuyera. Ella no tenía intención de poner a la
familia en una situación embarazosa. Necesitaba que estuvieran de su lado,
del de Michael, pero lo que iba a hacer podía hacer que se alejaran aún más
de ella.
No, no debía pensar así. Terry decarlo tendría que aceptar a Michael
y lo haría cuando viera lo mucho que su sobrino se parecía a su hermano.
Abrió la puerta un anciano alto y delgado. Por su aspecto, Candy se imaginó
que sería un empleado de la familia.
–Il signor terry , per favore –dijo, rogando que su italiano fuera
comprensible. Había ensayado la frase en el avión.
–Il signor terry non è disponibile.
Ella entendió por el «non» que era una negativa.
–Lui non è a casa? –se esforzó ella en preguntar.
–No. Addio.
Candy lo entendió perfectamente. Interpuso el pie para impedir que el
hombre cerrara la puerta.
–Il bambino Michael terry –dijo mientras lo depositaba en brazos del
anciano–. Por favor –continuó hablando en inglés– dígale al señor terry que
Michael tiene que tomarse el biberón cuando se despierte –dejó la bolsa de los
pañales que llevaba al hombro a los pies del hombre–. También habrá que
cambiarle el pañal, probablemente antes de darle el biberón –añadió tratando
de hablar con calma, a pesar de que el corazón le latía a toda velocidad y
deseaba volver a abrazar al niño–. Todo lo que necesita está en la bolsa. Si el
señor terry tiene alguna duda, la información sobre mi hotel está también
en la bolsa, además de mi número de móvil.
Dio media vuelta y echó a andar rápidamente porque iba a romper a llorar.
«Lo hago por Michael», se dijo secándose las lágrimas. «Sé fuerte».
No estaría lejos del bebé más que unos minutos, ya que esperaba que
Terry decarlo saliera en su busca. Si no lo hacía inmediatamente, la
buscaría en el hotel, que se hallaba a cinco minutos de allí en taxi acuático.
Sin embargo, cuanto más se alejaba del palazzo y más se aproximaba al
taxi que la esperaba, más necesidad sentía de dar media vuelta, volver y resolver
aquello cara a cara con terry . Pero ¿y si él se negaba a salir a la puerta?
¿Cómo iba ella a obligarlo para poder hablar con él?
El anciano gritó algo, que ella no entendió, salvo la palabra polizia. Aturdida
y con el corazón desgarrado, centró su atención en el taxi, a cuyo conductor
hizo señas de que estaba lista para marcharse.
Una mano la agarró del brazo con fuerza. Candy hizo una mueca de dolor.
–Suélteme.
–Deje de correr –dijo una voz masculina, profunda y dura, en un inglés
perfecto, salvo por un levísimo acento.
–No estoy corriendo –contestó ella con fiereza al tiempo que se volvía e
intentaba soltarse, cosa que él no le permitió–. ¿Puede darme un poco de
espacio, por favor?
–De ninguna manera, señorita andry.
Supo entonces quién era aquel hombre. Terry decarlo no solo era alto,
sino muy ancho de espaldas, de cabello negro y espeso, ojos azules, pómulos
altos y boca que denotaba firmeza. Había visto fotos suyas en Internet, no muchas ya que no había tantas como de su hermano julio , que acudía a todo
tipo de acontecimientos sociales. Pero en ellas siempre aparecía elegante e
impecablemente vestido. Resplandeciente y con una dura expresión.
A ella le pareció aún más dura en persona. Sus ojos zafiro , de un azul gélido,
brillaron al mirarla. Ella sintió miedo. Le pareció que, bajo su atildado exterior,
había algo oscuro, no totalmente civilizado. Dio un paso atrás.
–Ha dicho que no corría –dijo él.
–No me voy a ir, por lo que no hay necesidad de que me avasalle.
–¿Se encuentra bien, señorita andry?
–¿Por qué lo dice?
–Porque acaba de abandonar a un bebé en la puerta de mi casa.
–No lo he abandonado. Es usted su tío.
–Le sugiero que recoja al niño antes de que llegue la policía.
–Pues que venga la policía. Así el mundo sabrá la verdad.
–Ya veo que no está usted bien.
–Estoy perfectamente. De hecho, no podría estar mejor. No tiene idea de lo
difícil que me ha resultado localizarlo: meses de investigación, por no hablar
del dinero que me ha costado contratar a un detective privado. Pero, al
menos, aquí estamos para hablar de sus responsabilidades.
–Lo único que tengo que decirle es que recoja al niño…
–Su sobrino.
–Y vuelva a casa antes de que la situación

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