El Ángel Que Nos unió. Cap. 26

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El ángel que nos unió Cap. 26.

CANDY nunca había comido en un comedor privado ni la había servido un
camarero que solo atendía su mesa, frente a una enorme chimenea de piedra
La cena había sido excelente. Habían bebido mucho vino. Estaban esperando
que les sirvieran el café. CANDY lanzó un suspiro de placer, por el restaurante,
la cena y, sobre todo, por la compañía de TERRY .
–No quiero que sigas preocupándote –dijo él–. No hay motivo para que te
desesperes por nada. Puedo satisfacer con facilidad todas tus necesidades
económicas.
CANDY contempló su hermoso rostro. Ya no era el desconocido de principios
de aquella semana. No lo conocía bien, pero había una innegable atracción y
conexión entre ambos que no existía previamente.
–Tengo miedo de dejar de ser yo misma si me caso contigo.
–No vas a ser de mi propiedad ni yo de la tuya.
–No creo que tú puedas ser propiedad de nadie. Eres muy fuerte e
independiente.
–Tú eres tan fuerte como yo.
–No es cierto. Si me conocieras de verdad, no lo dirías.
–Tal vez haya llegado el momento de que me expliques por qué te sientes
tan culpable.
Ella negó con la cabeza. No era que no quisiera contárselo, sino que no era
capaz de hacerlo. Sabía que se horrorizaría tanto como lo estaba ella.
–Incluso a mí me cuesta aceptar la verdad, así que no me quiero imaginar
lo que pensarás tú.
–Cuéntamelo – TERRY extendió el brazo por encima de la mesa y le acarició
la mejilla–. Seguro que no es tan malo como crees.
CANDY no era de la misma opinión, pero estaba cansada de guardarse todas
sus emociones y, sinceramente, quería que él lo supiera, ya que estaba
resuelto a casarse con ella. Tal vez cambiara de opinión después de haberla
escuchado.
–No quería ser madre soltera de este modo. Mi intención era esperar hasta
estar preparada para ser una buena madre. No lo soy y me odio por ser como
ANNIE, tan egoísta… –se mordió el labio inferior con fuerza para no seguir
hablando.
CANDY se había puesto el listón muy alto para distinguirse de su hermana.
Debía ser más fuerte, más inteligente, mejor.
–¿En qué te pareces a ANNIE? ¿Qué has hecho que demuestre que eres tan
egoísta?
–Siempre me molestó tener que solucionar los problemas de mi hermana,
corregir sus errores. Cuando se enamoró de JULIO y acabó embarazada, me
puse furiosa porque una cosa es quedarte sin dinero en tu cuenta bancaria y otra
tener un hijo. ANNIE nunca tuvo que valerse por sí misma, ya que tenía a mi
madre. Y cuando esta murió, ella no supo enfrentarse a la vida y también murió.
Y yo heredé a su hijo.
CANDY cerró los ojos y contuvo la respiración mientras se preguntaba cuándo
TERRY diría algo, pero este siguió callado. Al cabo de unos segundos, se obligó a
continuar.
–No me gustaba que mi vida hubiera cambiado y mi sobrino me molestaba.
¿Cómo es posible que lo odiara cuando no había hecho nada?
–No lo odiabas.
–No, pero no era feliz. Y cuando CANDY murió, no sentí amor, sino ira.
Sobre todo contra ella, porque pensé que me había dejado sin opciones.
–Esos sentimientos son normales. Cualquier otra persona se hubiera
sentido igual.
–Viví buena parte de mi vida eclipsada por mi hermana y, ahora que ha
muerto, sigo viviendo así. Ser madre soltera no entraba en mis planes. Era muy
importante para mí ser autosuficiente y económicamente independiente antes
de casarme y tener hijos. Y en lugar de eso, ya ves: me presento en tu casa a
rogar que me ayudes.
–No rogabas. Tu actitud era fiera y desafiante.
CANDY deseó sonreír, pero no pudo.
–No me perdono por haber estado furiosa con CANDY ni por no querer
quedarme con mi sobrino huérfano ni por no haber sido mejor hermana para
ANNIE cuando más me necesitaba.
–Pues debes perdonarte. Si no te perdonas por ser humana no serás feliz.
–No me merezco serlo.
–Claro que te lo mereces. Y no sé por qué te infravaloras. Si te hicieron sentir
inferior de niña, te engañaron. Eres hermosa, inteligente, apasionada y leal, lo
cual es más valioso que los pendientes que llevas puestos.

Durante el viaje de vuelta en la góndola no hablaron apenas. TERRY dijo un
par de frases y CANDY sintió que se le helaba el corazón y deseó no haberle
contado nada.
Él la tomó de la mano para bajar de la góndola y no la soltó mientras entraban
en el palazzo. Cuando la puerta se hubo cerrado, se volvió hacia ella.
–Tu hermana murió trágica e inesperadamente, pero no tienes la culpa.
–Sufría depresión posparto.
–Entiendo que la llores, pero no eras responsable de ella.
–Pero yo era…
–No, eso no es verdad. No pretendo saber cómo funcionaba tu familia,
pero no viniste a este mundo a cuidar a tu hermana, sino para ser tú, vivir tu
vida y ser feliz.
–Puede ser, no lo sé. Pero sí sé que no puedo fallarle a Michael.
Se quedaron callados durante unos segundos y, después, TERRY le desató el
cordón de la capa.
–Quieres decir que no podemos fallarle –la corrigió él al tiempo que le tendía
la mano–. ¿Subimos juntos a ver cómo está?

Michael dormía en la cuna y la señora PONY descansaba en una silla cercana
con los ojos cerrados. Los abrió cuando ellos se le acercaron. TERRY le habló en
voz baja, ella le contestó, asintió, sonrió levemente aCANDY y se marchó.
–Michael ha estado bien. No ha protestado ni ha habido problemas.
–Siento que hayamos vuelto tan tarde. La señora PONY no es una jovencita.
–Está encantada de sentirse necesaria. Se llevaría a Michael a su casa y se
quedaría con él si pudiera.
–Pero no me gusta que tenga que dormir en una silla.
–Lo ha hecho porque ha querido. Podía haberse tumbado en la cama. Hacía lo mismo cuando éramos pequeños y teníamos pesadillas.
–¿No era vuestra madre la que os tranquilizaba? –susurró ella al tiempo
que se inclinaba sobre la cuna para contemplar a Michael. El niño dormía como
un bendito, y CANDY sonrió.
TERRY se inclinó también y acarició el cabello de su sobrino.
–Cuando estaba en casa, pero, a veces, se marchaba de viaje con mi padre.
TERRY se emocionó al ver la ternura con que TERRY acariciaba a su sobrino.
–Hablando de mi madre, debo decirte algo.
–¿Va a volver pronto?
–No exactamente. Vamos a mi habitación y te lo contaré.
CANDY se puso nerviosa cuando entraron en el dormitorio de TERRY . Era una
estancia de techo alto con vigas marrones. La cama era muy moderna y
estaba cubierta por una colcha blanca. Dos sillones se hallaban situados
frente a la chimenea de piedra. Había una mesa cubierta de libros y más
libros en la mesilla de noche.
–¿Quieres un oporto? –preguntó él al tiempo que se quitaba el abrigo.
–No, gracias –contestó ella sentándose en uno de los sillones.
–¿Te importa que me tome uno?
–Claro que no.
Fue a la mesa y se sirvió una copita. Se volvió hacia ella y le dijo:
–Mi madre ya no vive aquí ni está con su hermana en Sorrento. Está allí, pero
en una residencia. Tuve que tomar la decisión este año. Tiene demencia senil,
y era peligroso que siguiera aquí: hay tantas escaleras, habitaciones vacías,
ventanas y agua… Más de una vez tuve que sacarla de la laguna. Fue horrible.
Y ya no me reconoce.
–Lo siento.
–No sabe nada de Michael. Ni siquiera sabe que JULIO ha muerto. Ya no
reconoce a nadie. Voy a verla una vez al mes. Sé que no es mucho, pero me
resulta tremendamente doloroso sentarme a su lado y que me pregunte una y
otra vez quién soy. No me gusta sentirme impotente, pero así me siento cada
vez que la veo.
–Lo entiendo –dijo CANDY en voz baja.
–Yo también lucho contra el sentimiento de culpa. Me siento culpable por no
estar más con ella, por no haber podido dejar que siguiera aquí, en su casa. Pero
no ha sido un año fácil. La muerte de JULIO … El diagnóstico fue rápido.
Después se fue de viaje a vivir su última aventura. Solo volvió para morir. Pero su muerte fue lenta e inhumana –TERRY comenzó a desabrocharse la
camisa–. Tardó mucho en morir.
–¿Estuviste con él?
–Sí, quería morir en su casa de Florencia. Pasé con él sus últimos treinta y
cinco días. No he VUELTO. CONTINUARA.

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