Capítulo 8

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Philippi.

La sangre me hierve al ver a Isabel en los brazos de Edgar. Por más amigo mío que sea, odio que esté cerca de ella y la vea como yo lo hago.

La desea como yo. La venera como yo.

Salgo de la casa de Isabel y entro a mi carruaje dándole la indicación a mi cochero de esperar al inepto de Edgar. Me río solo en el carruaje al recordar que loca es la vida.

Años atrás Edgar me quitó a la que pensé era el amor de mi vida y yo sin ser consciente de quién era Isabel tuvimos algo similar a lo que pasó años atrás.

Cuatro años antes.
Pueblo de Gastrell.

La emoción hace estragos en mí mientras me acerco más a la casa de Mónica, solo con pensar en ella me saca una sonrisa. Es una mujer excepcional que no pienso dejar ir por nada del mundo. La amo.

Hoy me di cuenta del sentimiento que traigo por esta encantadora dama. Y se lo haré saber. Miro la caja que tengo en mis manos, es un collar de oro con su inicial pautada en él, y un ramo de rosas rojas que son sus favoritas. Además de todo, hoy cumplimos dos años de relación. Y muy pronto pienso pedirle matrimonio.

El carruaje se detiene frente a su residencia y bajo ansioso, toco la puerta y su mucama me recibe dejándome pasar después de una reverencia.

—¿Se encuentra Mónica en casa?—le pregunto a la mucama.

—Si, está en su habitación. Puede pasar.

La emoción me hace subir las escaleras a toda prisa. Esta es una actitud impropia de mí pero esta mujer me tiene enamorado. Dios mío. Llegó al pasillo y todo mi entusiasmado se fue al fondo del abismo al escuchar gemidos provenientes de la habitación de Mónica.

—Oh por Dios Edgar.—se escucha el choque de la cama contra la pared.

Dejó caer las rosas al piso junto con la caja. No puede ser posible.

Con él.

Con el que consideré mi hermano por años.

La bilis me sube a la garganta y la rabia me hace caminar rápido y abrir la puerta de una patada.

Veo a Mónica desnuda y abierta de piernas sobre la cama y a Edgar en las mismas condiciones sobre ella. Veo rojo y siento que quiero vomitar con la asquerosa imagen.

Mónica pone sus ojos castaños en mi y empuja a Edgar lejos de ella tapando su cuerpo con la sabana. Edgar me mira por primera vez percatándose de mi presencia y se coloca su ropa interior.

—Philippi.—Mónica se levanta con la sábana sobre su cuerpo.—Cariño, esto no es lo que parece.

—¿Me tomas por idiota o qué?—la miro con todo el odio que puedo reunir.

—Amigo...

—Cállate mal nacido.—le grito a la cara. La diferencia de altura entre Edgar y yo es notable.

—Estoy ebrio. Lo juro, ella me embriagó para que terminara así. Lo juro.—dice Edgar rápidamente.

—¿Qué edad creen que tengo?—caminó hacia ellos ocasionando que retrocedan. Miró a Edgar.—¿Sabes por qué no te doy una paliza ahora mismo? Porque me vengaré de ti pero de una manera más letal. Tanto que rogaras que pare y desista.

—¿A qué te refieres?—frunce el ceño.

—Todo a su tiempo.—me limito a decir. Me doy la vuelta para marcharme.

Cautivando a Lady BrownbearDonde viven las historias. Descúbrelo ahora