Diego Aquino

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Alguien "normal" podría decirle a Duxo que estaba demente, pero a él le importaba muy poco. Anotarse como ayudante del equipo de basquet (lo que implicaba lavar sus apestosas camisetas y toallas) solamente para poder ingresar sin impedimento alguno a los vestuarios y observar de cerca sus posibles presas, era algo que sus mejores amigos habían calificado como "descabellado". Pero, como anteriormente se ha mencionado, a Duxo le importaba realmente muy poco.

No era absolutamete nada divertido tener que cargar con una asquerosa y maloliente mochila llena de toallas y camisetas sudadas por todo el pasillo de la universidad hasta llegar a su auto para llevarlas a la lavandería más cercana, pero todo era gratificantemente recompensado en el momento en que los jugadores ingresaban a las duchas después de jugar y a medio vestir. Duxo sabía cómo disimular a la hora de pasar cabina por cabina en busca de las prendas sucias y, al mismo tiempo, echar un breve vistazo a los musculosos cuerpos de cada uno de los jugadores.

Duxo no había recibido información falsa. Todos estaban considerablemente bien dotados... pero ninguno llegaba a sorprenderle. Incluso había tenido que descartar a Tommy de su lista en el momento en que supo que empezó a salir con un chico de intercambio recién ingresado. Así que su búsqueda continuaba tranquilamente... o al menos así fue hasta que apareció Diego Aquino

¿Quién mierda era Diego Aquino?

Aquino era otro más de aquellos estudiantes que había ingresado a la universidad en aquella época del año. Venía de Chiclayo y era un niño bueno, educado, inteligente, aburrido, en exceso respetuoso... un cerebrito, ratita de biblioteca, un Sheldon Cooper 2.0... entre otros calificativos algo más graciosos. Usaba unos grandes lentes redondos, pantalones muy anchos y se colocaba la capucha de su polera blanca También usaba buzos increíblemente grandes y una mascarilla negra. Aquino era el tipo de chico que jamás mostraba más piel de la necesaria.

Duxo no tuvo absolutamente nada que ver con el chico, de hecho, desconocía su existencia hasta que Aquino se vio obligado a ser parte del equipo de Basquet. Contrariamente a los que todos pensaban, Diego era increiblemente bueno en los deportes, solo odiaba practicarlos, pero las chicas de toda la univerdidad enloquecieron cuando el muchacho se dejó ver por primera vez con el uniforme del equipo puesto.

¿Quién diría que una simple ratita de biblioteca podría tener cuentos muslos horribles y fibrosos y brazos dignos de un modelo a la altura de marcas como Armani? Sí, ni siquiera Duxo se habría dado cuenta de ello de no ser porque el chico necesitaba ganar puntos extras en el área de educación física, ya que era en lo único en lo que no destacaba. Desde ese día, el castaño oscuro no pudo tener sus momentos a solas en la biblioteca cada tarde, pues las chicas lo perseguían hasta en el almuerzo. Sin embargo, aunque podía admitir que el chico tenía una cara que podría derretir los polos y unos brazos en los que te quisieras morir lentamente, Duxo no lo encontraba demasiado llamativo y eso era debido a que era un mojigato; el menor esperaba a que todos sus compañeros de equipo saliesen de las duchas para poder ingresar él y hacer su aseo privadamente. Duxo no lo entendía, tampoco le importaba.

Al menos así fue hasta ese insignificante día en el que tuvo que quedarse hasta tarde recogiendo la ropa sucia de los jugadores. El día anterior había faltado a la universidad y, por lo tanto, a sus horas extras como ayudante del equipo, por lo que la ropa sucia se acumuló y se vio obligado a buscar formas creativas de poder llevar dos tandas a la lavandería sin morir en el intento. Decidió, por mucha flojera que le diese, hacer dos viajes. Justo ahí, cuando regresó de la lavandería por la segunda tanda, es que vió por primera vez lo que se convertiría en el mayor de sus deseos más oscuros: Diego Aquino se desnudaba de espaldas, sin tener una mínima idea de su presencia y sin ser. pudoroso como Duxo se había acostumbrado a verlo.

¡Oh, Dios mío! El castoño de ojos miel era jodidamente lo más delicioso que Duxo había visto en mucho tiempo, mucho tiempo... el oji lila ahora se podía sentir identificado con aquellas chicas que no lo dejaban en paz ni durante el almuerzo. Porque el chico era... era sublime. Mierda, se había quedado sin palabras. Su piel era perfectamente bronceada y le resaltaban los lunares, se veía verdaderamente tersa y apetecible. Cada vez que se movía, incluso en lo más mínimo, los músculos de su espalda se flexionaban y salían a la vista, viéndose tan imposiblemente exquisitos que Duxo estaba empezando a delirar; se podía ver a sí mismo lamiendo con dedicación cada uno de esos preciosos músculos pliegue a pliegue, quería pasar su lengua por todo ese perfecto y tonificado cuerpo de dios griego que le estaba causando un dolor horrible en la...

-¡AAH!- Duxo saltó en su lugar, asustánse de modo que avanzó un par de pasos al frente y se resbaló gracias al agua regada por todo el lugar. Cerró los ojos un segundo, intentando recomponerse y cuando los abrió, creyó haber sido realmente muy buena persona en otra vida, pues el enorme, realmente enorme miembro de Diego Aquino era lo que estaba frente a su cara en el momento en que abrió los ojos. .

" La puta madre, esos son mínimo veinticuatro... "

Sin embargo, tan pronto como el chico terminó de ayudar a levantarse, se cubrió con lo primero que encontró, la ropa que recién se había quitado. Sus mejillas y las de Aquino coincidieron para ponerse rojas como tomates tan pronto como se miraron a los ojos, la diferencia era que el bajito tenía un par de pensamientos poco calientes en su cabeza que eran la razón del color en sus pómulos, pero Aquino estaba en una situación totalmente diferente, preocupándose más por cubrir su cuerpo que por otra cosa.

-Perdón por haberte asustado...- susurró el chico, apartando la mirada lo más rápido posible. -Pero... en mi defensa, tu me asustaste primero.- El alto soltó una pequeña risita torpe que hizo que el estómago de Duxo se sienta extraño.

El chico era una preciosidad... y tenía un gran, graaaan amigo allí abajo. Duxo empezaba a mirarlo con otros ojos. Estaba sin palabras, no sabía qué decir. Lo único que quería era arrodillarse ante ese monumento de hombre semi desnudo que tenía frente a él y rogarle que le dejara exprimir hasta la última gota de un orgasmo que Duxo estaría complacido de causarle con sus propias manos... quizás su boca podría ayudarlo.

-¿Estás bien?- preguntó Aquino, mirándolo con ojos preocupados. No traía sus lentes y sus preciosos y grandes ojos miel le estaban haciendo sentir estúpido. Había conquistado extranjeros desde Alemania hasta Estados Unidos y no podría abrir la boca frente al chiclayano, el cerebrito nuevo de la universidad.

Resulta que, cuando estamos nerviosos decimos tonterías, lo primero que se nos viene a la cabeza. En la mayoría de los casos pasamos las mayores vergüenzas de nuestras vidas... pero Duxo Rethey, en ese momento, definitivamente sobrepasó cualquier límite.

-¿Me dejas chupártela?

•●Falofilia•●Donde viven las historias. Descúbrelo ahora