Diego Aquino, the satyr

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Aquino soltó un pequeño gemido cuando sintió, de nuevo, aquel roce en su entrepierna

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Aquino soltó un pequeño gemido cuando sintió, de nuevo, aquel roce en su entrepierna. No estaba seguro de lo que estaba pasando pero tenía demasiado sueño, no quería abrir los ojos. O al menos así fue hasta que distinguió un gemido más... que no era suyo.

Abró los ojos en el momento preciso en que todos los recuerdos de la noche anterior se desbordaron en su mente como una avalancha. Se sobresaltó un poco y abrió los ojos de golpe, encontrándose con la revoltosa cabellera de Duxo recostada en su pecho cómodamente.

Movió las piernas un poco, notando de inmediato la razón de sus gemidos y los de Duxo: ambos tenían las piernas enredadas con las del otro, por lo que era de esperarse que sus entrepiernas quedensen juntas y frotándose constantemente entre sí.
No le tomó demasiado tiempo darse cuenta de que no podía moverse, pues los brazos del bajito estaban fuertemente aferrados alrededor de su cintura, dejándolo inmóvil.

Cerró los ojos con fuerza, tratando de plantearse la idea de lo que diría Duxo y cómo éste podría reaccionar ante la historia nada trágica que Aquino estaba deseando contarle, pues quería que su ratita entendiese el porqué de su actitud de siempre y la de anoche.
No iba a ser algo fácil de contar porque probablemente el mayor se reiría de él. Pero Duxo le gustaba... y quería intentarlo con él. Por más que eso le costase el autocontrol, desaba que con el mayor no fuese únicamente algo sexual.

Sintió un par de cosquillas en el cuello y miró hacia abajo, encontrándose con que Duxo parecía estar despertando, pues se movía inquieto. Su cabello cosquilleaba en el cuello de Aquino, quien no pudo reprimir sus impulsos y acarició los cabellos lacios delicadamente.
Duxo pasó sus manos por el abdomen del moreno, poniéndolo nervioso.

-¿Du-Duxo?

Duxo lo miró en ese momento y Aquino temió que pudo escuchar el inquieto y fuerte latido de su corazón, pues este se habia agitado notablemente al ver la adorable cara del azabache recién despierto, con esos hermosos y perezosos ojos lila medio abiertos, sus labios exquisitos. y rosas como siempre y sus cabellos apuntando en todas direcciones, dando una apariencia más que preciosa.

-Buenos días, Aquinin...- murmuró mientras trapaba hasta quedar sobre el mencionado y le besó la mejilla. -¿Cómo dormiste?

El castoño oscuro lo miró, estupefacto. ¿Acaso había olvidado lo que sucedió en la madrugada? Era cierto que deseaba que Duxo recordara cada minucioso detalle como él lo hacía, pero, de cualquier modo, aún no sabía cómo lidiar con ello. No tenía idea de qué hacer o qué decir.

-B-bien...- se limitó a responder, forzando una sonrisa. -¿Y tu, pingüinito?

Duxo rió, sacudiéndose sus hombros y confundiendo al menor.

-Hace un par de horas estabas: "Duxo, me gusta el control", "Dux', callate!, "Duxito, eres muy inquieto", "Duxo, Dux', Duxin..."- se burló el ojilila enarcando una ceja. Aquino enrojeció por completo. El azabache apoyó sus manos en el pecho del moreno y, sobre éstas, su cara. -Es un poco inverosímil que ahora me dices "pingüinito".

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