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En un pequeño piso de Carabanchel, la alarma de un móvil despertó estridentemente a casi todo el vecindario.

7:25 a.m. Las paredes del cuarto estaban cubiertas de pósteres de grupos musicales variados, una guirnalda de polaroids cubriendo el cabecero de su cama, el teclado que le regalaron las navidades pasadas descansando en una de las esquinas de la habitación.

Las paredes estaban pintadas de un azul celeste que se asemejaba al color del mar en una mañana de verano. No quedaba un rincón de ellas sin estar cubierto por alguna foto: de obras de arte, del mar, de sus amigos, de escenas de sus películas favoritas...
También había una estantería llena de libros, figuritas de videojuegos y dos consolas, la Play 4 y la Nintendo Switch, ambas conectadas a un pequeño televisor en el mueble de al lado.

Martin suspiró mientras escondía su cara en la almohada, lamentándose cada día más por haberse conformado con la beca para entrar a ese internado carísimo.
Lo único que le consolaba era saber que allí podía cantar, bailar y tocar todos los instrumentos que quisiera a su antojo. Todo lo que su madre le tenía terminantemente prohibido hacer en casa.

Ya sabéis, por lo del piso pequeño en Carabanchel. Paredes de cartón y eso.

En realidad Rebeca era una mujer muy orgullosa de todo lo que hacía su hijo, y la que lo había impulsado a ello desde pequeño, siempre detrás de él inmortalizando con su cámara digital cada movimiento del menor.

Y sí, a pesar de todo esto Martin había decidido no dedicarse profesionalmente al arte. No por que no quisiera, sino por que la situación económica no se lo permitió. Siempre ha sabido que el arte y el gobierno no van de la mano, no encontraría ninguna beca relacionada con su campo ni por asomo.

Por eso, cuando llegó a sus manos la oportunidad de estudiar relaciones internacionales en el Colegio Real El Castillo, se aferró a ello desesperadamente, como asegurándose un futuro digno frente a la escasez de opciones que se interponía en su camino.
Al menos, se podría especializar en periodismo, que algo más cerca estaba de las artes audiovisuales.

Nacido en Getxo, País Vasco, Martin se mudó a Madrid con tan solo 7 años, acompañado por su hermana melliza, ambos viéndose arrastrados por su madre en un intento de escapar de las manos de su padre, si es que a aquel hombre todavía se le podía llamar así.

La mujer consiguió a duras penas acabar con los trámites de la separación, tener derecho a una orden de alejamiento y dejar atrás su ciudad natal y los 25 años de humillaciones y castigos.
Gracias a familia y amigos cercanos que vivían en la capital, pudo encontrar un trabajo con un sueldo digno, y un piso renovado en una de las zonas de Madrid donde más difícil es encontrar un buen piso. Pero donde era más fácil que no le costase medio riñón al mes (aún siendo Madrid la segunda ciudad con alquileres más caros de España).

Habiendo vivido en sus propias carnes la tortura diaria a la que le sometía su padre, la valentía y admiración, de pensar en como ha sacado a sus dos hijos adelante superando sus propias barreras, eran sentimientos que llegaban automáticamente a la cabeza de Martin cada vez que miraba a su madre a los ojos.

No sabía como devolverle todo lo que había hecho por él y por su hermana. Sentía que nada sería suficiente.
Y en el fondo sabía que su madre pensaba lo mismo de ellos.

Martin me cago en todo, vamos a llegar tardísimo, ¿qué haces en la cama aún? –los gritos de su hermana le levantaron de un bote.

Almudena era mayor que él por 2 minutos, cosa que siempre que podía le acababa echando en cara a su hermano. Había heredado la larga cabellera rubia de su madre, su sonrisa y su nariz.
El color miel de sus ojos también, pero eso era algo que compartían ambos.

➼//𝙨𝙩𝙪𝙥𝙞𝙙 𝙥𝙧𝙞𝙣𝙘𝙚... - 𝗷𝘂𝗮𝗻𝘁𝗶𝗻Donde viven las historias. Descúbrelo ahora