Capítulo 2 - Encuentros Peligrosos

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Había trascurrido un día desde que comenzó mi búsqueda de refugio

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Había trascurrido un día desde que comenzó mi búsqueda de refugio. Opté por desplazarme a un nuevo lugar, alejándome deliberadamente de aquellos que me habían expulsado. La soledad se había apoderado de mí y mi situación alimentaria era desesperante. Caminaba sin un rumbo fijo, perdida en la incertidumbre, confiando únicamente en mi instinto. En un momento dado, llegué a una zona donde percibí un intenso olor a lobos. Temí estar adentrándome en el territorio de una manada, lo cual me inquietó, ya que sabía que algunas manadas podían ser hostiles y hasta mortales para los extranjeros. Consideré prudente cambiar de dirección y encaminarme por un sendero donde el aroma a lobo apenas se hacía presente.

Llevo un buen rato caminando y no he encontrado comida ni refugio, y mi estómago rugía de hambre. Empecé a preocuparme de que pudiera morir en ese inhóspito bosque.

De repente escucho el crujir de ramas quebrándose y percibo un olor que se intensificaba. Ojalá sea de algún animal inofensivo. Rápidamente miro en todas direcciones para identificar la fuente del ruido, pero no veo a nadie, lo que me inquieta aún más. De repente, unas voces, más bien risas, se acercaban cada vez más.

—¿Qué tenemos aquí? —dice alguien detrás de mí. Me giro sobresaltada para ver a dos jóvenes, ambos de altura considerable, rondando los 1,80 metros. El de la derecha tenía cabello castaño y unos ojos color miel que destacaban, era innegablemente atractivo. En cambio, el de la izquierda tenía el cabello negro azabache y unos ojos tan oscuros como la noche. Ambos me observaban fijamente. No sé cómo reaccionar.

—¿No vas a decir nada? ¿Qué hace una chiquilla como tu tan solita por este lugar? —comentó el chico de cabello negro con una sonrisa pícara.

—Ho... por favor... —intento hablar, pero las palabras no salen con facilidad. Mis nervios me dominan por completo.

—¿Te comió la lengua el gato o no sabes hablar? Si quieres, puedo darte clases —intervino el joven castaño con una sonrisa algo siniestra. Cuando sonreía, sus hoyuelos resaltaban, y debo admitir que tenía una sonrisa encantadora.

—Parece que no va a hablar, debemos hacer que hable —dice el chico pelinegro mientras se acerca a mí. Se aproximó tanto que podía sentir su respiración en mi rostro. Agarró mi cuello con tanta fuerza que mi respiración se entrecortó. Mi instinto me hizo intentar liberarme, pero era demasiado fuerte y no pude liberarme de su agarre.

—¿Intentas soltarte? ¿Mi agarre es muy fuerte? ¿Te duele? Habla de una vez y dinos de dónde vienes y qué haces aquí —me dice con desdén.

—¿Có...mo voy a ha...blar si me estás ahor...can...do? —balbuceo con dificultad.

El chico me soltó bruscamente, lo que hace que caiga al suelo tosiendo, pero trato de levantarme. A pesar de sentirme intimidada, no podía permitirme quedarme en silencio como al principio. No entiendo por qué me resultaba tan difícil hablar en ese momento.

Luna AzulDonde viven las historias. Descúbrelo ahora