dulce hogar

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La casa del campo seguía completamente igual a como la recordaba; una fachada con pintura pelada y con flores mustias en los balcones debido al abandono, un porche de madera robusta en el que si te descuidabas te podías clavar una astilla y aquellas ventanas, que apenas cerraban bien y repiqueteaban ante la más ligera brisa. En resumen, la imagen pura del costumbrismo que tanto estaba buscando últimamente.

Ninguno de mis allegados había entendido mi decisión de mudarme por un tiempo a esta casa cochambrosa, escenario de múltiples desgracias durante mi infancia, de la cual debería tener un amargo recuerdo. Y estaba claro que lo tenía y se reflejaba en como yo era, sin embargo, el recuerdo de él era más fuerte y brillante.

Necesitaba aire, incluso habiendo aprendido a amar la ciudad y su gente, los deseos que se aposentaban al lado de mi corazón eran más fuertes, incluso mas en ese momento, que sentía que estaba perdiendo el norte artísticamente hablando.

Abrí la puerta de la casa que había permanecido cerrada durante al menos quince años, sin saber qué encontrarme dentro, bajo el escrutinio de los vecinos, que echaban un ojo desde detrás de sus cortinas. Era un pueblo pequeño, naturalmente causaba curiosidad que alguien entrase a esa casa que llevaba tanto tiempo prácticamente abandonada.

La puerta crujió al abrirla, para dar paso al salón, en el que apenas entraba la luz solar debido a las tupidas cortinas que llevaban sin correrse años. Avancé lentamente hacia éstas, permitiendo que un haz de luz iluminase por fin la estancia, inundando mi mente de recuerdos reprimidos.

Estaba todo lleno de polvo, pero muy ordenado. Los muebles eran muy fácilmente rescatables, a primera vista no parecía que hubiesen sido víctimas de las termitas que tanto me preocupaban, al igual que la tapicería del sofá rojo, que seguía intacta.

Me dispuse pues a inspeccionar el resto de la casa, para finalizar metiendo mi equipaje en la habitación en la que solía dormir; la cama era pequeña pero aposentarme en la que había sido la habitación de mis padres me perturbaba, sabiendo que aún no había terminado de sacarme la espina que llevaba clavada desde hace tanto tiempo.

Hice una limpieza bastante general, durante bastantes horas, aunque no acabé con la tarea ya que estaba demasiado cansado del viaje. Después de haber limpiado un rato, decidí amenizar mi actividad con música de un reproductor de cds que había en mi cuarto. Cuando empezó a sonar la música, mis ojos se inundaron de lágrimas casi pilándome desprevenido, por lo que tuve que pararlo de inmediato. Muchas veces, con el paso del tiempo, se volvía más fácil evadir ciertos recuerdos, pero al tenerlos de cara eran una bofetada psicológica.

Necesitaba desconectar de los sentimientos tan fuertes que estaban manejándome. Decidí entonces ir a comprar algo de comida, pues no me había llevado prácticamente nada menos lo mínimo para subsistir el día entero. Recorrí las calles que tan bien conocía, después de tanto tiempo. La gente se me quedaba mirando, sus caras eran reconocidas para mí, sin embargo, no sabría decir quién era quién concretamente. Podía ver que lo mismo les pasaba a ellos, pues mi cara les resultaba claramente reconocible. Sin embargo, muchas hojas del calendario se habían arrancado desde la última vez que pisé estas calles de piedra como para que supiesen que era yo, Martin.

No quedaba ya ni rastro de aquel rostro de querubín tan amado por las señoras, que me paraban y me preguntaban siempre: "¿Y tú de qué casa eres?" A pesar de que me veían todos los días, y yo, contestaba lo de siempre: "De los vascos." Abrían la boca pues, en semblante de sorpresa, asintiendo fervientemente "Claro, claro, si es que eres igual que tu abuelo, ¿Te lo habían dicho alguna vez?" Y yo me limitaba a asentir, ya que siempre me lo decían.

No quedaba ningún indicio de ese niño inocente, ni del adolescente lampiño en el que se convirtió. Lo único que nos unía era la cicatriz que cruzaba el puente de mi nariz.

Me miraba al espejo y a veces trataba de encontrar más similitudes, casi forzándome a recordar la persona que fui, sin embargo era eclipsada por unos rasgos más maduros, los cuales sustentaban nuevos recuerdos.

Llegué a la tienda de conveniencia que se encontraba en la plaza del pueblo con la mirada agachada, tratando de pasar desapercibido. Estaba prácticamente vacía y supuse que la persona encargada estaría en el almacén, buscando algo. Cogí lo más esencial y me dispuse a pagar, esperando en la caja a que me atendiesen.

"Perdón, perdón, estaba desembalando lo que han traído hoy en el camión y creía que no había nadie." Dijo una voz en mi espalda.

"No te preocupes." Respondí en voz baja. Llevaba todo el día sin hablar por lo que mi voz sonó ligeramente ronca.

El chico se movió con rapidez para meterse dentro de la caja y así poderme atender. Estaba tan absorto que apenas levantó la mirada, pero cuando lo hizo se me quedó mirando fijamente.

"¿Efectivo o tarjeta?" Preguntó tembloroso.

"Tarjeta, por favor."

Su mirada se mantuvo sobre mí mientras terminaba de pagar, y empezó a ayudarme a meter la compra en bolsas. Cuando nuestras manos se rozaron, noté como él se quedó parado. No estaba entendiendo su actitud.

"¿Eres Martin?" Preguntó entonces, débilmente.

Asentí, mirándole fijamente a los ojos en busca de una respuesta.

"Soy Juanjo." Susurró entonces, y el mundo cayó a mis pies.

No había cambiado en absoluto. En cuanto la confesión salió por su boca, volvió a mi mente un recuerdo nítido de su cara que casi había olvidado, completamente en contra de mi voluntad. Me acordaba de él todos los días de mi vida y tenerlo en frente, adulto pero con los mismos rasgos y la misma mirada, me causaba sentimientos que no conseguía entender.

"¿Te puedo dar un abrazo?" Me preguntó titubeante ante mi inacción.

"Por favor." Suspiré.

En cuestión de segundos, estaba rodeado entre sus brazos, que me agarraban con seguridad y con fuerza, como si no me quisiese dejar ir.

"¿Qué haces aquí?" Preguntó con los ojos acuosos.

"He venido una temporada. Estoy yo sólo en casa, si te quieres venir algún día." Respondí, con los ojos igualmente empañados.

La señora que estaba esperando en la cola carraspeó ligeramente llamando la atención, por lo que Juanjo me miró con una expresión de disculpa.

"El deber te llama." Bromeé ligeramente "Mi casa está..."

Sin embargo no me dejó terminar. "Sé dónde está tu casa. Me alegro muchísimo de verte, Martin." Finalizó sonriéndome, comenzando a escanear los productos de la señora detrás mío.

Con el corazón desbocandose en mi pecho, salí de la tienda, caminando hacia mi casa, completamente abrumado por la intensidad de haberme reencontrado con él.

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