-Disculpa ¿podrías prestarme el periódico si ya no lo estás utilizando?- Era un joven alto, moreno y de ojos verdes hermosos. Ese tipo de ojos que te penetran hasta el alma. Ella se lo dio sin decir una palabra y sin notar que el joven había utilizado el periódico como pretexto para poder acercarse a platicarle.
-¿Te puedo ayudar en algo?- le preguntó.
-No gracias, solamente quiero estar sola.- Respondió ella con apatía.
-Me llamo Diego, por cierto. He estado viéndote los últimos 20 minutos y sentí que debía venir a hablar contigo, sino quieres hablar de lo que te preocupa podemos hablar de algo más. ¿Cuál es tu nombre?- Al hacer esta pregunta tomó la silla que estaba frente a Amelia, la puso a su lado y se sentó sin esperar autorización.
Amelia quedó desconcertada, no podía creer lo impertinente que era Diego. Hizo un gesto de molestia y le contestó: -Disculpa no quiero ser grosera pero realmente no me apetece hablar contigo ni con nadie en éste momento, por favor retírate.-
-Bueno, no me retiraré pero respetaré que no quieras hablar. Me sentaré aquí a tu lado a fingir que leo el periódico como lo hacías tú, hasta que desees hablar conmigo- y sin decir otra palabra tomó el periódico y se dispuso a leerlo.
La forma de ser despreocupada de Diego le causó gracia a Amelia pero siguió firme en su decisión de no hablarle. Durante diez minutos estuvo viendo para otro lado, tratando de ignorar a ese joven impertinente que tenía a su lado, y tratando de concentrarse en su desdicha. Pero no lo pudo hacer durante más tiempo.
-¿Crees que puedes acercarte a alguien de esa forma, sentarte sin que te lo pidan y no respetar los deseos de la otra persona?. No sé qué tipo de educación te inculcaron, pero para mí eso es una severa y completa falta de educación.-
-Te parezco encantador, debes aceptarlo. Y no es ninguna falta de educación, mis padres me enseñaron que si encontraba a una dama con problemas debía hacer algo para ayudarla y es lo que estoy haciendo. Cuéntame algo sobre ti, o si quieres puedes contarme lo que te preocupa o puedes seguir discutiendo conmigo y regañándome si eso te ayuda.- Al decir esto sonrió pícaramente dejando ver una sonrisa hermosa, cautivante y con unos dientes perfectos.
-Está bien ¿de qué quieres hablar? No te contaré mis problemas porque no te conozco, pero por las molestias que te has tomado puedo conversar contigo por un momento.-
-Qué te parece si antes que nada me dices tú nombre, y cuántos años tienes?-
-Me llamo Amelia y tengo 32 años, cuál dijiste que era tu nombre?-
-Yo soy Diego, tengo 22 años, estudio Medicina y estoy cautivado y fascinado contigo.-
Al oír su respuesta Amelia no pudo más que sonreír y pensar que en realidad Diego era encantador, era como una brisa de aire fresco.
-Mucho gusto Diego, cuéntame que te interesó de estudiar medicina.-
-Pues al principio fue casi una imposición por parte de mis padres, mi familia viene de una larga descendencia de doctores así que yo no pude rebelarme y tuve que seguir con la tradición, pero luego descubrí que me encanta, así como me encanta tu sonrisa, cuéntame ¿tú de qué trabajas o qué haces por la vida?-
-Soy arquitecta, y por el momento no hago nada más por la vida. ¿No te preocupa que esté esperando a mi novio o esposo y que al encontrarte aquí puedas causarme un problema?-
-No, si tuvieras novio o esposo no tendrías tanta tristeza en esos hermosos ojos, puede que me equivoque pero estoy casi seguro que no es así.-
Y así siguieron conversando un poco de sus vidas y de algunas banalidades, más Diego que Amelia, durante dos horas hasta que ella decidió que era tiempo de retirarse.
-Fue un gusto haberte conocido Diego, gracias por la charla tan amena. Que tengas una linda tarde.- Se levantó y se dio la vuelta pero Diego la tomó delicadamente del brazo para detenerla.
-¿Quieres ir al cine, o a comer, o a algún lado? No quiero que te vayas todavía, quiero que quedes encantada conmigo para que me puedas dar tu número de teléfono y nos podamos ver otro día.-
-Lo siento pero tengo que retirarme, adiós.- Dio unos pasos y se detuvo a pensar que había pasado un momento muy agradable con ese chiquillo que no aceptaba un no como respuesta, sacó su tarjeta de su bolso y se la entregó sin decirle nada.
Diego sonrió, la acercó a él y le dio un beso en la comisura de los labios, esperando que ella no reaccionara mal. Y luego se alejó sin decirle nada.
Esa noche Amelia se reunió con Fátima y otras amigas a cenar. Fátima percibió que estaba de muy buen humor, en comparación a la noche anterior. –¿Qué te pasa?, me alegra verte tan feliz pero no dejo de preguntarme ¿cuál es la razón?- Amelia le contó sobre Diego y no podía ocultar su felicidad al hablar de él.
Fátima no podía creer lo bien que le había sentado a Amelia conocer a Diego, la veía cambiada, renovada, con un brillo en los ojos que tenía mucho tiempo sin verle. –¿Y cuando se verán otra vez?- preguntó Fátima.
-No sé, le di mi tarjeta para que me llame, pero todavía no he sabido de él.
Después de una amena charla con sus amigas, unas copas de vino y el gusto de haber conocido a Diego, Amelia se fue a la cama con una sonrisa que no podía quitarse del rostro, recordaba esos divinos ojos verdes, esa actitud juguetona y a ese joven que la había podido entretener durante dos horas en uno de los peores días de su vida. Pensó que no había sentido esa emoción al pensar en alguien desde hacía mucho tiempo.
Pero al darse vuelta en la cama recordó que a pesar de lo bien que había pasado la tarde y noche, dormiría sola. Pensó en Rodrigo, lo imaginó con su "novia", pensó que seguramente le estaría haciendo el amor en ese preciso momento y recordó lo bueno que era en eso, porque Rodrigo más que hacer el amor poseía, subyugaba y demostraba su poder en la cama.
Recordó y extrañó al Rodrigo del cual se enamoró para luego convencerse que ese Rodrigo no existía, que había sido nada más que una farsa, una fachada para lograr un objetivo.
Le costó conciliar el sueño, pensaba en Rodrigo, en Diego, en qué haría después del divorcio, en cómo le diría a sus padres que Rodrigo la había utilizado, estrujado y tirado a un lado luego de conocer a alguien más joven y vivaz.
Al día siguiente contactó a una amiga que se dedicaba a la venta de bienes inmuebles para que le informara todo acerca del precio que podría recibir por las propiedades, el tiempo que tomaría venderlas y algunas dudas más que tenía. Necesitaba salir de esa casa, los recuerdos que se encontraban impregnados en esas cuatro paredes eran como una fuerza que la oprimía, que drenaba su energía y sus ganas de vivir.
Decidió mudarse a un apartamento mientras se concretaba el divorcio. Le pidió a Fátima que la acompañara a buscar apartamentos. Luego de ver algunos que no le gustaban por una u otra razón, encontró el lugar perfecto; céntrico, con una vista espectacular, elegante y a un precio formidable, era una oportunidad que no podía dejar pasar.
ESTÁS LEYENDO
ALAS ROTAS
ChickLitSi todos tenemos derecho a la felicidad y dicha en nuestro paso por la vida, ¿por qué para Amelia es tan difícil encontrarla? Por años estuvo sumida en algo parecido a una pesadilla, y cuando por fin logra ver una luz al final del túnel... esta par...