En camino al restaurante Amelia no podía dejar su mente en blanco, no podía dejar de pensar que algo no le permitía ser completa y totalmente feliz. ¿Serían nervios sin fundamento? ¿Sería la voz de su intuición tratando de decirle, nuevamente, que estaba cometiendo un error? ¿Sería la sabia, temerosa y cautelosa voz de la experiencia diciéndole que nuevamente todo cambiaría al casarse y que volvería a sufrir? No lo sabía, lo único que sabía es que no podía ser completamente feliz y esto la hacía sentir culpable.
Estamos tan acostumbrados a tener que agradecer todo lo que nos da la vida sin cuestionarla que no nos detenemos a pensar si lo que tenemos por delante es una oportunidad o una prueba. A Amelia la habían programado para sentir culpa toda su vida. Culpa por escoger la vida que ella quisiera, culpa por los errores cometidos, culpa por desobedecer a sus padres, culpa por no haber sido lo suficientemente paciente y lo suficientemente buena esposa para Rodrigo... culpa, culpa, culpa. Y en éstos momentos agregaba una nueva culpa a su vida, culpa por no poder apreciar, aceptar y corresponder enteramente el amor que Diego le ofrecía. No es que no lo amara, lo amaba con cada fibra de su ser, pero habían tantas cosas que no estaba dispuesta a hacer por él y eso la llenaba de culpa, el no poder hablar claramente y decir "no es lo que quiero, no es lo que necesito, no es lo que espero" hacían que su mente se tornara en un infierno insoportable.
Llegó al restaurante molesta, triste, confundida, hastiada de la vida, y sin ganas de ver a su madre.
-Hola hija- saludó efusivamente doña Lourdes a su hija.
-Hola mamá- alcanzó a decir Amelia sin poder disfrazar su asombro, ¿era ésta la misma que hacía varios meses le había dicho que era la peor vergüenza para la familia? ¿estaba teniendo una alucinación por tanto pensar?
-Hija, gracias por aceptar reunirte conmigo, sé que la última vez que nos vimos ambas dijimos muchas cosas que no sentimos realmente pero eres mi hija, y aunque no lo diga muy a menudo te amo.-
Amelia estaba total y completamente desconcertada, no sabía qué estaba pasando. En 33 años de su vida su madre jamás le había dicho un te amo, mucho menos aceptar que estaba equivocada. ¿Será que al fin su madre había comprendido que Amelia era una adulta y la única dueña de su vida, que no vivía para complacerla a ella y a la sociedad?
-Gracias por esas palabras mamá, ahora dime ¿qué quieres hablar conmigo?-
-Hace dos meses me encontré con Alexa, tu amiga, y me contó que aceptaste casarte con Diego, tengo que decir que no estoy completamente feliz con tu decisión, pero eres adulta y la respetaré, sólo espero que hayas sido completamente honesta con él para que no vuelvas a estropear otro matrimonio.-
"Demasiado había tardado en mostrar su verdadera personalidad" Pensó Amelia. -Si mamá, me casaré con Diego y si, ya está enterado de todo y me comprende, no me juzga y lo acepta, gracias por tu preocupación.-
-Me alegra Amelia, aunque las circunstancias no son las más apropiadadas me alegra que nuevamente serás una señora, una esposa, y no andarás por allí desvariando y deambulando sin sentido, espero que Diego pueda darte la estabilidad y guía que necesitas, y también espero que ya esté preparado para afrontar las responsabilidades de un matrimonio. ¿Cuándo renunciarás a tu trabajo? Así podremos tener el tiempo suficiente para planear la boda sin interrupciones.-
"¿Renunciar a mi trabajo? ¿Ser nuevamente una señora? ¿Necesitar de alguien que me de estabilidad y me guíe?" Esas frases retumbaron en la mente de Amelia como el más ruidoso y ensordecedor de los sonidos, ¿de verdad su madre creía que para lo único que servía era para ser la sombra de alguien? ¿Eso era lo que esperaba de ella todo el mundo?
Sin contestar se levantó y salió apresuradamente del restaurante, dejando a doña Lourdes sentada preguntándose qué había pasado, avergonzada porque todos habían visto el exabrupto de su hija.
Amelia no podía pensar, no podía respirar, no podía sentir. Todo le daba vueltas, todo perdía sentido. Comenzó a manejar sin rumbo. Cuando al fin paró el automóvil se encontraba en el mismo bosque al que la llevó Fátima años atrás. Comenzó a caminar descalza, necesitaba sentir la tierra bajo sus pies, necesitaba sentir algo que la anclara a éste mundo. Mientras caminaba tratando de no pensar, se fijaba en las flores, el musgo, los árboles, el cielo. De pronto comenzó a llover y ella se quedó allí parada, inerte, insensible, o tal vez demasiado sensible, tanto que físicamente dolía por lo que prefería no sentir y no ser consciente de nada más que de la naturaleza.
Se sentó al lado de una roca, sintiendo la lluvia caer sobre ella; de pronto fijó su atención en una hoja, era una hoja próxima a morir, de hermosa forma pero que ya demostraba los estragos de estar separada del árbol. La hoja era llevada por una leve corriente de agua, sin rumbo, simplemente guiada por la fuerza del agua. No pudo dejar de compararse con esa hoja, no pudo dejar de pensar que su vida siempre había estado guiada por las decisiones y deseos de otros. Incluso Diego, desde el día en que se conocieron, no respetó que ella quería estar sola, no respetó que ella necesitaba estar sola. Con amor, cariño y comprensión logró que ella hiciera cosas para las que no estaba preparada. Y no era solamente culpa de él, también de ella por no hacer valer sus deseos, por no decir un "NO" a tiempo.
Sintió que se ahogaba entre pensamientos y sentimientos, sentía cómo la respiración era cada vez más difícil, cómo su corazón estaba cada vez más agitado. Su cabeza no paraba de dar vueltas y sentía cómo su corazón se rompía nuevamente, pero ésta vez era distinto. No era porque Diego la hubiese lastimado o traicionado, si no porque ella se había traicionado, una y otra vez, porque había dejado que otras personas guiaran su vida como el agua a la hoja.
De repente estalló en llanto, un llanto que salía de lo profundo de su alma, un llanto desgarrador pero al mismo tiempo liberador y sanador. Un llanto que llevaba mucho tiempo reprimido. Lágrimas que no habían podido salir, que llevaban muchos años guardadas, pudriéndose en su interior.
Dejó salir todo, sin medida, sin prisa, sin ataduras. Se pidió perdón una y mil veces por todas las veces en que no se permitió ser, por todas las veces en las que no se permitió enfrentarse a todo, por todas las veces en las que tuvo miedo de exigir e imponer sus deseos y creencias. Y allí se quedó llorando, perdonándose, consolándose, dejando que la naturaleza la confortara y cobijara.
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ALAS ROTAS
ChickLitSi todos tenemos derecho a la felicidad y dicha en nuestro paso por la vida, ¿por qué para Amelia es tan difícil encontrarla? Por años estuvo sumida en algo parecido a una pesadilla, y cuando por fin logra ver una luz al final del túnel... esta par...