Capítulo II - Choque con la realidad

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El primer año de casados todo fue un sueño; cenas con amigos y familiares, constantes viajes y atenciones de todo tipo, pero las cosas iban a cambiar. En su segundo aniversario ya las atenciones no eran tantas, los viajes más distantes y las reuniones sociales en pareja casi inexistentes. 

Una noche ella decidió hacer una cena especial para demostrarle que, a pesar de su distanciamiento, ella seguía sintiendo el mismo amor por él.

-¿Vendrás temprano a cenar hoy?- le preguntó Amelia por teléfono a Rodrigo alrededor de las cuatro de la tarde.

-Creo que sí – respondió con frialdad – solamente tengo una reunión más con unos socios potenciales y llego a casa, estoy cansado y necesito relajarme.

- ¿Recuerdas qué día es hoy? – preguntó ingenuamente Amelia esperando que lo recordara.

Un sonido de molestia y antipatía le respondió que no lo recordaba.

- Es nuestro aniversario y pensaba que tal vez podríamos celebrarlo de alguna manera especial ya que has estado trabajando mucho y hemos descuidado un poco nuestra relación.

-Trataré de terminar temprano, tengo que colgar- Y con esa frase terminó la corta llamada, dejando a Amelia sumida en una profunda tristeza por la falta de interés mostrada por su esposo.

Amelia preparó la casa, la cena, tomó un largo baño, se arregló de la mejor forma y se sentó a esperarlo. Llegaron las siete de la noche, las ocho, las nueve, las diez y así pasaron las horas. Sin darse cuenta se durmió esperándolo, como siempre, y despertó a las dos de la mañana. Las velas se habían consumido, la cena estaba fría y sus ilusiones destrozadas una vez más. Llamó a Rodrigo y su celular estaba apagado.

Decidió llorar su infortunio y así tratar de lavar un poco su alma; pensó que las lágrimas ayudarían a que su corazón sanara un poco esas heridas hechas por la persona a la que ella amaba con locura, la persona por la que había dejado su vida, pero no, las lágrimas solo acrecentaron su dolor, su ira y su tristeza.

Después de recoger todo e irse a la cama escuchó los pasos tambaleantes de Rodrigo. Sabía que iba con las copas hasta la cabeza, como sucedía frecuentemente después de sus reuniones. Decidió que era mejor pretender que estaba dormida ya que no se podía hablar con él en ese estado.

A la mañana siguiente ella se levantó, le preparó el desayuno y pensó en reprocharle su descortesía de la noche anterior. Él se levantó sufriendo todavía los estragos de la bebida, no le dirigió la palabra, tomó su café le dio un beso en la mejilla y se fue.

Durante el día Amelia estuvo repasando una y otra vez lo que le diría, tomando valor para enfrentarlo y decirle que ya estaba cansada de su desinterés hacia ella, de su falta de amor y de los nulos esfuerzos que realizaba para revivir la relación.

Esa noche cuando él llegó, estaba evidentemente molesto, pero no importando esto, ella decidió hablar.

-¿Qué hiciste anoche?- Le increpó.

-Te dije que tenía una reunión de negocios y sabes bien que muchas veces se alargan, gracias a esas reuniones es que tu puedes tener el estilo de vida que tienes así que no quiero escuchar reproches, estoy cansado, tuve un pésimo día en la oficina y lo que menos necesito es que me sermonees.

-Te llamé y te pregunté si venías temprano, era nuestro aniversario, preparé una cena romántica, tu comida favorita, cuidé hasta el más mínimo detalle para que todo fuera perfecto y tú no fuiste capaz de tomar tu celular y avisarme que no ibas a llegar temprano. Una vez más me has lastimado y me has decepcionado. Estoy cansada de estar siempre mendigando tu amor, estoy harta de pasar las noches en vela esperándote y cuidándote. Dejé una prometedora carrera para estar en la casa como me sugeriste, pero esto no es lo que yo esperaba, no puedo perder mi vida en éstas cuatro paredes esperando que puedas darme una pizca de atención y amor. Quiero regresar a trabajar ya que para ti son más importantes todas tus reuniones y no nuestro matrimonio.

-Mira amor, sé que he estado distante, pero es porque he estado demasiado ocupado en la empresa, entiendo que estés molesta, era nuestro aniversario y no le tomé la importancia debida, pero te prometo que todo va a cambiar, la próxima semana nos iremos de viaje, la semana completa, al destino que tú elijas, encárgate de encontrar el lugar perfecto y celebraremos nuestro aniversario, no durante una noche, sino una semana entera. Mañana quiero que vayas y compres lo que quieras y necesites para el viaje.

Y Amelia como muchas otras veces, se dejó convencer por sus palabras, por esos hermosos ojos pardos que la habían cautivado, por esa voz varonil e imponente que la hacía temblar de placer y miedo. Sabía que eso no remendaría su corazón, pero se conformaba con esas soluciones fugaces que él le daba después de lastimarla.  Era más fácil pretender que unas vacaciones remediarían un mal matrimonio, mucho más fácil que enfrentar la realidad y darse cuenta que para él, ella no era más que una pieza de mobiliario en su vida, más fácil que enfrentarlo, abandonarlo y buscar la vida que siempre quiso.

Los siguientes tres días transcurrieron rápido, entre reservaciones, compras y derroches de amor por parte de Rodrigo; Amelia creyó que había logrado llamar la atención de su esposo y hacerlo reaccionar.

El tan esperado día llegó; Amelia había decidió que quería conocer una pequeña isla llamada Aitutaki, perfecta para poder estar ellos dos solos, disfrutando de los paisajes casi vírgenes de la isla, el destino ideal para reconectarse nuevamente con su amado.

El día que partían Rodrigo se mostraba feliz y extasiado, complacido con la decisión de Amelia, y listo para disfrutar su celebración de aniversario. Al llegar alabó el sentido de aventura de su esposa, la buena elección del destino y le dijo lo feliz que estaba de haberla escogido entre todas sus opciones como su esposa.

-¿Todas sus opciones?- pensó Amelia, pero para no arruinar el momento decidió no prestarle mucha atención al inoportuno comentario de Rodrigo, haciéndole caso omiso nuevamente a esa pequeña voz que le exigía le pidiera una explicación, que demandara su respeto y no dejara pasar esta nueva vejación. Como muchas veces anteriormente, se dijo a sí misma que él era simplemente muy tosco al hablar y a veces no se daba cuenta de lo que decía ni la forma en la que lo decía.

Esa noche tuvieron una exquisita cena romántica, un paseo a la luz de la luna por la playa, unas copas de vino en el jacuzzi de la habitación y una noche de placer como no habían tenido hacía ya mucho tiempo.

Los dos días que siguieron fueron una segunda luna de miel; besos, caricias, interminables charlas, despliegues públicos de afecto. Pero como todo lo bueno en esta vida termina, al cuarto día Rodrigo recibió una llamada del trabajo que hacía que su idilio de amor llegara a su fin dos días antes de lo previsto.

Amelia evidentemente decepcionada le pidió a Rodrigo que no terminaran el viaje antes, pero el mal genio de Rodrigo afloró ante la petición de su esposa.

-Llevamos cuatro días aquí, ¿no es suficiente para ti?, te hice caso en venir a esta isla, a dejar mis negocios olvidados por ti, y solo para compensarte esa absurda cena a la que falté por estar tratando de ganar dinero para darte esta vida que tanto te gusta y disfrutas.

Amelia con lágrimas en los ojos no pudo decir nada, se dio cuenta que estaba destinada a una vida de aparente comodidad y pequeños momentos de felicidad. Decidió una vez más callar, enterrar sus sentimientos y todo lo que hubiese querido decirle en ese momento en el lugar más recóndito de su alma.

ALAS ROTASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora