Capítulo uno

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Hace siete años - Narrador omnisciente

Bajo el fulgor de la luna, tiradas sobre la arena y con las piernas y manos entrelazadas, dos chicas disfrutan de su compañía en completo silencio.

Se acarician las mejillas mientras sonríen, se cuentan secretos con los ojos y se dan besos en la nariz. El tacto de una parece hecho para la otra, y sus corazones laten casi acompasados.

No saben cuánto rato llevan ahí tumbadas, pero sí que han visto uno de los atardeceres más bonitos del mundo, cuántos lunares tiene cada una esparcidos por el cuerpo y que se quieren como nunca antes han querido a nadie antes.

Chiara la mira con los ojos verdes casi grises llenos de brillo, de palabras silenciosas, y de recuerdos flameantes. Violeta le devuelve la mirada, cargada de intenciones y de planes a futuro.

Le acaricia la frente con la punta de la nariz, y posa los labios sobre los suyos a modo de promesa de una vida juntas. De un futuro por escribir, con mil capítulos y un epílogo. De un millón de besos en la nariz. Y de un te quiero a gritos callados.

Actualidad - Violeta

La noche cae sobre nuestras cabezas cuando por fin entramos en casa.

Mía camina a mi lado, agarrando mi dedo meñique con fuerza, la vista clavada en el suelo y completamente en silencio. Suspiro, sé que algo anda mal.

—¿Qué quieres cenar, cariño? —pregunto mientras cuelgo nuestras chaquetas en el pequeño perchero de la entrada.

Todavía siento el corazón en la garganta, los ojos de Chiara sobre los míos y su voz se me ha vuelto a grabar en el alma.

Veo de reojo cómo se encoge de hombros, antes de caminar hasta el salón y sentarse en la alfombra, con la espalda apoyada en el sofá y su pequeño peluche entre las manos.

Yo me acerco a ella con cautela, y me siento a su lado pasando mi mano por los rizos castaños que le cubren parte de la frente.

—¿Qué ha pasado en el cole, cielo?

Ella me mira, con la garganta acongojada y apunto de llorar. Parece que el simple hecho de acordarse es casi tan horrible como lo que ha sucedido. No dejo de acariciarla en ningún momento, intentando que se relaje.

—Un niño malo me ha empujado... — murmura, estrujando entre sus diminutos deditos aquel perrito blanco que le regalé cuando nació.

Siento cómo el corazón se me estruja en el pecho.

—¿Quién ha sido?

—Dani...

Suspiro. Los padres de ese niño llevan dándome dolores de cabeza desde que comenzó el curso.

—¿Por qué te ha empujado, mi amor?

Mía me mira, pero en vez de responder, niega con la cabeza, se pone de pie, y sale disparada hacia su habitación.

Vuelvo a suspirar, esta vez con el corazón latiendo a una velocidad inusual, y hago algo para lo que no estoy nada preparada.

Busco mi móvil entre mi bolso, abro la aplicación de llamadas, y marco el número que nunca voy a ser capaz de olvidar.

Espero un pitido, dos, tres, cuatro, incluso cinco pitidos. Espero tanto, que pienso que no va a contestar. Que la llamada va a terminar en el olvido, como aquella que hice hace varios años y jamás obtuvo respuesta.

—¿Violeta? — escucho justo cuando estoy a punto de perder la esperanza.

Me paralizo sin poder evitarlo.

Soy consciente de que he sido yo quien ha llamado. Que llevo esperando volver a escuchar su voz desde que he salido del colegio. Pero, escucharla de verdad siempre va a pillarme por sorpresa.

—Chiara...

La voz me suena ahogada. No puedo evitar odiarme por eso. Hace tantos años desde la última vez que hablamos por teléfono que me siento estúpida por seguir sintiéndome igual que aquella vez.

—Violeta, ¿estás bien? ¿Ha pasado algo con Mía?

—Sí... esto... No quiere contarme qué ha pasado —respondo por fin, esta vez con la voz más entera.

—A mi tampoco me ha contado nada — suspira Chiara al otro lado de la línea —. Pero ese niño no me da buena espina.

—¿Qué ha podido pasar? —pregunto con los nervios a flor de piel.

Chiara no dice nada al otro lado de la línea, pero la oigo suspirar y moverse por la habitación. Sé que esta llamada está siendo igual de difícil para ella que para mí.

—¿Quieres venir mañana a mi despacho y lo hablamos con más tranquilidad? —sugiere después de varios minutos.

Esta vez soy yo quien suspira. Quiero ir. Quiero saber qué le ha pasado en realidad a mi hija. Quiero verla. Y quiero hablar todo lo que no pudimos hablar en el pasado.

—No, vamos a tomar un café mejor. ¿Tienes algún rato libre?

Sé que mi propuesta la ha tomado por sorpresa, porque ya no la oigo moverse y está tardando bastante en responder.

También sé que hace meses esas simples palabras me hubieran costado un mundo de decir, pero ahora ya no. Ahora que ha pasado tanto tiempo. Ahora que necesito volver a verla como sea.

—Eh... sí, claro. Tengo hueco mañana de nueve a once, por si te viene bien.

—Perfecto —digo, tan rápido que me da vergüenza, y me apunto mentalmente avisar a mi jefe de que voy a entrar un poco más tarde.

—Está bien, pues nos vemos mañana, Violeta.

—Hasta mañana, Chiara.

La llamada se cuelga, y su voz vuelve a desaparecer de mis oídos.

Besos en la nariz - KiviDonde viven las historias. Descúbrelo ahora