Capítulo cuatro

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Chiara

Despierto pocas horas después con una sensación agridulce en el pecho. Son las seis en punto de la mañana, todavía no hay ni un solo rastro de sol en el cielo, siento todo el cuerpo helado, hoy entro a trabajar a las diez, y necesito salir de casa sea como sea.

Miro hacia la ventana con la esperanza de callar mis pensamientos, pero es inútil. Aún así, miro detenidamente las estrellas. Me fijo en cada una de ellas. En su forma, su brillo e intensidad. En lo cerca que están unas de otras. En las formas únicas y preciosas que forman sobre el firmamento. Me fijo en absolutamente todo. Después, miro la luna, y no puedo evitar acordarme de ella, de lo mucho que le gusta, y de lo preciosa que siempre ha estado bajo la luz lunar.

Me muevo por los pasillos sintiendo los pies de plomo. La cabeza me da vueltas, y a cada paso que doy, pienso que en el siguiente caeré al vacío. Camino hasta la cocina, en busca de un café con leche que llevarme a los labios, para dejar de sentir cómo se me comprime el pecho, cómo me tiemblan los dedos y cómo la casa me resulta exageradamente pequeña hoy.

—¿A dónde vas? —escucho una voz justo al lado de la nevera.

Cuando levanto la vista del parqué, me encuentro con mi compañera de piso, que a diferencia de mí, parece relajada.

Viste una camiseta negra de rejilla, una minifalda vaquera y me mira mientras come pepinillos apoyada en la encimera.

Tiene las pupilas dilatadas, el maquillaje intacto, y una pequeña herida en el labio.

—¿Qué haces aquí? —pregunto con la voz seca. Suena casi como un suspiro en medio de la oscuridad.

—Vivo aquí, te lo recuerdo —responde obvia.

No digo nada más, simplemente le doy la espalda y comienzo a preparar el café que necesito, aunque me resulta una tarea bastante difícil.

El café molido se me cae por fuera cuando intento echar alguna cucharada dentro de la cafetera, tengo que hacer esfuerzos para darle bien al botón de la encimera, y mientras espero, tiro la leche que intento verter en un vaso.

—¿Estás bien, Chiara? —pregunta Ruslana acercándose por detrás.

—Sí, solo... No he dormido bien...

—Kiks, llevamos viviendo juntas casi tres años, te conozco mejor de lo que crees —murmura con un tono relajado y amigable.

Suelto un suspiro desde el fondo de mis pulmones.

La cocina está únicamente iluminada por la luz encendida del pasillo, la cafetera italiana hace ruido a nuestra izquierda, Ruslana huele a una mezcla de vainilla y alcohol, y yo sigo teniendo el corazón roto.

—He visto a mi ex —murmuro sin mirarla a los ojos.

—¿Y qué hay de malo? ¿Te rompió el corazón? —pregunta mientras pone una de sus manos llena de anillos sobre mi hombro para acariciarlo con delicadeza.

—Se lo rompí yo a ella —respondo sintiendo la amargura en la punta de la lengua.

—¿Entonces?

—Tiene una hija —digo, Ruslana pone una mueca de sorpresa —. Y yo sigo enamorada de ella.

Hace seis años - Narrador omnisciente

Escondida bajo las sábanas, una chica de veinte años escribe lo que su corazón le pide en una libreta rosa.

Besos en la nariz - KiviDonde viven las historias. Descúbrelo ahora