Capítulo ocho

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Violeta

—¿Cómo ha ido? —pregunta Denna cuando vuelven a casa para dejar a Mía.

Me muerdo el labio viendo cómo Alex camina de nuevo hacia el salón con la pequeña para dejarnos un poco más de privacidad.

—Hablamos —comienzo a decir —. Me dijo que lo sentía muchísimo, que estaba sumamente arrepentida de lo que hizo y que no quiere volver a perderme.

Denna me mira, con una pequeña sonrisa, y me abraza igual que ha hecho esta mañana, solo que ahora tengo menos miedo.

Ahora el nudo de mi garganta se ha aflojado notablemente, y aún siento las caricias de Chiara sobre mis hombros.

—Espero que esta vez salga bien, Vio —murmura Denna aún sobre el abrazo, pero mis alarmas saltan ante sus palabras.

—¿Cómo que esta vez?

—¿Os vais a dar otra oportunidad, no?

—No. Imposible. ¿Cómo vamos a darnos otra oportunidad?

Denna frunce un poco el ceño.

—Ahora tengo a Mía. No puedo estar dando oportunidades así como así. Y mucho menos a su profesora.

—Mía la adora, ese no es el problema y lo sabes.

—Entre Chiara y yo no va a volver a pasar nada más, Almu. Hoy hemos hablado porque me lo debía a mí misma, pero nunca más va a pasar, ella va a seguir con su camino y yo con el mío —sentencio, volviendo a sentir cómo unas manos invisibles me aprietan la garganta y la boca del estómago impidiéndome respirar.

Necesito decir algo más. Necesito dejarle en claro a Denna que no va a pasar nada, pero sobre todo me lo tengo que dejar en claro a mí misma. No puedo volver a entrar en esa espiral. Por más que Chiara fuera el amor más bonito y puro que he tenido jamás. Por más que siga enamorada de ella.

—Sé que te hizo mucho daño, pero parece arrepentida, y Chiara no es así. Ya lo sabes, tú la conoces mejor que nadie.

—No. Yo no la conozco, Denna. En absoluto. Dejé de conocerla el día que se fue. Y ella a mí tampoco me conoce.

Mi mejor amiga me mira. Ya no queda ni rastro del abrazo que hemos empezado hace unos minutos, y en sus ojos veo algo parecido a la tristeza. Me encantaría saber qué está pensando. Me encantaría poder prepararme para el puñal que van a suponer sus palabras, porque, a pesar de que nos queramos como hermanas, siempre hay una daga que se lanza directamente al corazón.

—¿Por qué te niegas a querer, Violeta? —pregunta, pero soy incapaz de responder.

—¿Cómo ha ido? —me pregunta Ruslana cuando llego al salón, todavía con la chaqueta puesta y las llaves en la mano.

Está sentada en el sofá, abrazando a una chica que ya he visto un par de veces por aquí, con la que comparte un pijama a juego de unos dibujos animados que no conozco.

—Bien —me limito a decir, y me doy la vuelta para caminar hacia la cocina.

—¡Chiara Oliver, ven aquí ahora mismo! —alza la voz Ruslana —. Necesito que me lo cuento todo, amiga.

Yo titubeo antes de hablar, y me fijo en la rubia de ojos azules que, por más que la esté mirando, no despega los ojos de Ruslana.

Mi compañera de piso parece entender el por qué de mis dudas, y se incorpora en el sofá separándose levemente de la chica.

Besos en la nariz - KiviDonde viven las historias. Descúbrelo ahora