Eighteen

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A veces Max sospechaba que en otra vida Yuki pudo haber sido hijo biológico de ambos y es que, aunque físicamente no tuvieran parecido alguno, el japonés tenía mañas y actitudes que ambos esposos tenían.

Lo comprobaba en ese momento, al ver a su adorado esposo dormir con la boca entre abierta mientras babeaba abrazado a su hijo que dormía de la misma manera. También había otras cosas en las que Yuki se parecía a él, por ejemplo: al igual que a Max, al niño no le gustaba que sus alimentos fueran mezclados, si el plato tenía papas o arroz, este no podía invadir algún otro condimento o el guisado, peor aún si eran frijoles pues en cuanto el caldo de los mismos tocara algo más de su platillo, se negaría a comerlo.

Ese comportamiento en específico fue criticado un par de veces, hasta por sus padres quienes siempre le decían que al final todo quedaría revuelto -aunque eso no evitaba para nada que Max siguiera rechazando la comida cada que se mezclara- por lo que para él, descubrir que Yuki tampoco toleraba esas texturas extrañas, fue toda una sorpresa.

Así que si a Max le preguntaban el adoraba la idea de que Yuki sea su hijo, es decir, el niño era un amor y aunque ya estuviera algo grande, eso no evitaba que a veces fuera algo infantil; si bien no fue la forma en la que hubiese querido que el niño llegara a su vida, no podía estar más contento y satisfecho con eso, todo era perfecto. O bueno, casi todo pues el pequeño venía con un gran detalle, un problema francés de doce años, con cabellos claros que a su vez era la razón por la que Emilian se maldecía a diario.

Y para colmo, el neerlandés se había visto obligado a dejar sus celos paternales de lado al menos por un rato, puesto que mientras iban en camino a la casa de los abuelos de Sergio, ambos donceles habían decidido que era un buen rato para tomar una siesta, dejando a Max como el conductor designado y a Pierre como el copiloto oficial.

-¿Quieres?- El francés le extendió una bolsa de gomitas en forma de tiburón.

-Gracias.- Max tomó una aunque espero a que el niño comiera primero para después hacerlo él, no se confiaría tan fácil.

Estuvieron en un silencio algo incómodo hasta que ambos se sorprendieron tarareando la misma canción, por lo que se limitaron a sonreirse de forma algo incómoda cuando el sonido de un radio los sacó de su ensoñación.

-Todo libre, pueden pasar al carro que va adelante.- Carlos les avisó.

-Muévanse tortugas, solo faltan ustedes.- Daniel los apuró.

-Copiado, ya vamos.- Contestó Pierre para que inmediatamente Max comenzará a pasar al carro, en el cual no iba más que una familia, seguramente de vacaciones a su ritmo y sin prisas y Max no pudo evitar observarlos detenidamente. Luego de eso, el neerlandés solo por hacerles la maldad, pasó a sus amigos, colocándose a la cabeza de la caravana.

-¿Quién es la tortuga ahora?- Pierre se burló.

Estuvieron jugando durante un rato más a adelantarse entre ellos, ignorando incluso los regaños de Marilú al darse cuenta de lo que hacían, aunque claro siempre cuidando que no hubiera carro alguno y fuera una recta, porque ellos podían matarse pero si algo le pasaba a sus parejas, no se lo perdonarían. Pero fue luego de pasar algunos carros más que Max se había puesto algo sentimental y nostálgico.

-A veces solo quisiera ser normal, ¿sabes?- El rubio soltó de la nada. -No estar en nada de esto, darle una familia normal a Sergio. No se como soporta estar con alguien que tiene las manos llenas de sangre, Checo es un ángel tan dulce y sereno, pero yo...-

-No me imagino lo difícil que ha de ser.- El francés se sinceró.

-Es una jodida mierda, porque aunque se me diera la oportunidad de dejar el negocio, no podría y no me mal entiendas. Amo a mi esposo, con toda mi alma, daría mi vida por él.- El mayor suspiró. -Pero la mafia es lo que me hace sentirme útil, lo único que se hacer y...-

Bɑხƴ ᥉ɑıᑯDonde viven las historias. Descúbrelo ahora