Three.

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El reloj marcaba las tres de la mañana, Max se encontraba en el sillón ayudando a su esposo. Para cualquiera conociera al líder de la mafia y viera aquella escena le resultaría simplemente ridículo o ilógico.

Pero ahí estaba él, sentado, con la ropa llena de sangre y la camisa a medio abotonar, mientras peleaba con una estúpida pistola de silicón porque Checo le había pedido ayuda para hacer los dulceros de "sus niños" (que era como el mexicano le decía a sus alumnos) y él no había podido negarle la ayuda, no si eso hacía feliz a su pecoso.

Cada que había una festividad importante, que ameritaba una pequeña celebración en la escuela donde trabajaba, el menor les hacía unos dulceros, parecía ser una tradición en México que el rizado había querido compartir y en la que Emilian siempre terminaba ayudándolo.

《...》

Había llegado muy cansado, lleno de sangre, encontró a alguien husmeando en sus asuntos lo cual le desagrado por completo así que lo eliminó a sangre fría, solo que la situación se había alargado un poco, así que ya era de madrugada cuando llegó.

No esperaba encontrar a su esposo en el sillón completamente concentrado en su tarea, le dio muchísima ternura y todo el cansancio se dreno de su cuerpo por lo que no dudo en preguntarle ¿en qué podía ayudarle? Por supuesto que no dejaría solo al mexicano en esa tarea.

-No te preocupes, se que estas cansado, ve a dormir trataré de no hacer ruido.- Le dijo Sergio en tono amable.

-Corazón, insisto ¿En qué te ayudo?- Retiró su corbata para luego desabrochar los dos primeros botones de su camisa y sentarse en el sillón.

-Esta bien ¿puedes pegarle los ojos a las cajas? En la parte de la tapa, por favor.- Su pareja le pasó unas cajas que parecían ser de zapatos, forradas de distintos colores con una dos triángulos y una lengua de fomi simulando ser una boca. -A algunas ponles uno, a otras dos y si se pueden tres. Deben quedar como unos monstruos adorables, quizá eso ayude a que mis niños dejen de temerles.-

Y él obedeció, comenzó a pegar aquellos ojos en la tapa, ya había perdido la cuenta de cuantas veces se había quemado con el silicón o de las que maldijo en voz baja porque no le quedaban como quería. En cuanto terminaba de colocar los aditamentos, le pasaba la caja a su esposo para que él la llenará de dulces y les pusiera una pequeña nota alentadora, como "lo estas haciendo muy bien", "estoy orgulloso de ti", "sigue así".

El ver aquellas frases le derritió el corazón, también por eso es que ayudaba a Checo, porque sabía lo felices que les hacía a aquellos niños recibir esos detalles; que alguien les recordará que eran especiales, amados y que pasará lo que pasará el mexicano siempre estaría orgulloso de ellos; sabía que eso ayudaba mucho a los infantes, no solo en esa edad, también lo haría cuando fueran adultos el tener seguridad y autoestima desde niños les ahorraría muchos problemas. Max no pudo evitar pensar que a él le hubiera gustado recibir ese tipo de detalles de algún maestro o de algún adulto en general.

Pero era casi imposible, sobre todo porque había crecido en un pequeño orfanato, no recuerda nada antes de eso, lo único que sabe es por los informes policíacos estos decían que venía de un hogar inestable con padres adictos, unos vecinos lo encontraron luego de que sus progenitores en su delirio lo golpearan y él fue llevado a servicios infantiles, pero al tener solo tres años en aquel entonces, no recordaba mucho de esa época.

Estuvo hasta los catorce años en el orfanato, era cuidado por unas monjas las cuales tampoco eran muy amables con los niños, siempre eran castigados, a veces golpeados "en nombre del señor". Creyó que solo saldría de allí hasta que cumpliera la mayoría de edad, porque los adoptantes solo querían a los bebés o niños chiquitos para criar, no les interesaban los adolescentes. Hasta que dos ángeles aparecieron en su camino, Christian y Toto Verstappen, al verlos llegar ni siquiera pensó en la posibilidad de que lo fueran a adoptar a él.

Bɑხƴ ᥉ɑıᑯDonde viven las historias. Descúbrelo ahora