CAPITULO I

108 14 5
                                    

Si os preguntasen cuál es el momento de vuestra vida que vais a recordar siempre, ¿qué responderíais?
¿Un primer beso? ¿Un primer amor? ¿El primer polvo? ¿La primera vez que fuisteis a un concierto de vuestro artista favorito? ¿Un abrazo reconfortante de vuestro mejor amigo o de un familiar querido? O tal vez, la primera vez que alguien os dijo te quiero.
La verdad es que todas eran cosas dignas de recordar, y merecían ser enterradas con aquel que no quisiera olvidarlas nunca.

A veces, los recuerdos de algo que nos hizo felices en el pasado, son lo único a lo que nos agarramos cuando somos infelices en el presente, pensando que, si ya los vivimos en su momento, puede pasarnos algo igual o mejor en un futuro. Como agarrarse a un clavo ardiendo, pensando que no importa el dolor siempre que el destino sea positivo.

Pero me voy por las ramas.

Si yo tuviera que elegir un solo instante de mi vida que no quisiera olvidar por nada del mundo. Un instante que en su momento me robó el mismo aliento que ahora me da cada vez que lo recuerdo. Sería el día en que la vi por primera vez y supe que era real. El día que supe que a veces soñar no es tan malo, si puedes tocar aquello que sueñas con la punta de los dedos y abrazar cada parte que lo compone.

Los colores aquella tarde de verano caían traspasando las nubes, haciendo que cada uno de ellos se juntara para crear uno de los atardeceres más impresionantes que había captado hasta la fecha. El azul del cielo se mezclaba con un rosa intenso, que acababa por crear un lila que hacía estremecer todas las extremidades del cuerpo una por una.
Supe entonces que debía disparar sin parar con aquella cámara que sujetaba entre mis manos, para crear un momento entre esos segundos y yo, pero me quedé mirando la fina línea que se creaba entre el mar y aquel cielo, dejándolo grabado en mi mente para siempre. Moví los dedos de los pies para sentir que aún seguía vivo y que no estaba soñando, notando como la arena se apoderaba de ellos y me hacía cosquillas.
Dejé caer cuidadosamente la cámara sobre mi pecho, agarrada por una correa a mi cuello, y seguí ensimismado con aquel paisaje que se reflejaba en mis ojos.
Hubiera jurado por un momento que estaba a punto de llorar, pero algo me hizo volver al mundo real, y es que pude ver por el rabillo del ojo a unos cuarenta metros, a una chica con ambos brazos estirados a los lados de su cuerpo. Que parecía estar sintiendo aquel atardecer de la misma forma que yo. Os la describiría, pero mi vista no alcanzaba a ver bien las facciones de su cara, solo alcanzaba a ver su perfil a contraluz y su tez rosada. Así como su pelo largo y algo ondulado por las puntas, que caía hasta poco más abajo de sus hombros. Finalmente, opté por seguir mirando aquella escena durante unos segundos más, hasta que terminó de esconderse el sol, y solo se podía percibir su silueta en la distancia, como si de una sombra se tratase.

Recogí entonces la mochila que había dejado en la arena, sacudiéndola un poco para quitar de ella la que se había quedado pegada, y caminé fuera de la playa.
Las calles estaban bastante solitarias a esas horas. La gente se recogía en sus casas para cenar y pocos eran los jóvenes que salían, aunque fuese verano, ya que la gran mayoría de ellos se iba a las ciudades más cercanas, donde había más movimiento.
A diferencia de esa gente, yo estaba ahí para huir de la abarrotada y ruidosa ciudad de Londres, aunque también estaba tratando de huir de las cosas que me recordaban que allí no es que tuviera la vida que soñaba tener.
Aquel verano lo estaba pasando con los padres de mi mejor amigo, Ryan.

Sí, probablemente os estaréis preguntado por qué con los padres de mi amigo y no con mis padres. O tal vez no os lo estáis preguntando, pero me da igual, os voy a contestar igualmente a esa pregunta.
La respuesta es sencilla. Mis padres habían organizado un viaje a Miami, donde precisamente yo no entraba. Ellos decían que lo hacían por mi bien. Que así no tendría distracciones y que podía usar ese tiempo para seguir estudiando. En vacaciones, con notas casi sobresalientes.
El problema aquí viene cuando, para mis padres un casi sobresaliente, no es un sobresaliente. Y utilizaban eso como excusa para decir cosas como: «Así nunca vas a conseguir ser un buen abogado. Los mejores abogados tienen las mejores notas. ¿Cómo pretendes entrar con nosotros en Clifford Chance si no te esfuerzas?». «Tus hermanos siempre venían a casa con sobresalientes, por eso ahora tienen una buena vida, un buen trabajo y no les falta de nada, a ver si tomas un poco de ejemplo.»
Efectivamente, esos eran mis padres. Los cuales me habían escogido una carrera que no quería estudiar porque decían que, ¿cómo iba a querer ser escritor?

COLORS.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora