CAPITULO II

62 8 1
                                    

La vuelta a la rutina era algo que no llevaba del todo bien. La verdad que hubiera preferido quedarme en Waymouth, no sé, hacerme pescadero, comprarme un barco y escribir mis novelas mientras observo todos los días el mar. Pero soñar con aquello era igual de gratis que soñar con aquellas novelas que nunca iban a ver la luz.
Hablando de luz, entraba una cantidad impresionante de esta por la ventana de mi habitación, lo cual hizo que apretase los ojos con fuerza y me girase sobre mi propio cuerpo en la cama. Eso me recordaba que hoy tenía clase, y que mis padres volverían al día siguiente de sus estupendas vacaciones de verano en Miami. Y si os digo la verdad, me alegra no haber ido con ellos. De haberlo hecho, tendría al pesado de mi padre encima de mí, diciéndome que tenía que estudiar, que si no lo hacía no sería nada en la vida, y toda esa cantidad de palabras que repetía ya casi como si estuviera pregrabado.

Me levanté con los pocos ánimos que tenía incorporándome en la cama e impulsándome en esta para ponerme de pie. Caminé hasta mi armario abriendo este y cogí una camiseta de color negro básica junto con unos vaqueros del mismo color, mientras con mi mano libre me frotaba los ojos que aún tenía pegados.
Me dirigí hasta el baño y después de una buena ducha, me enfundé la ropa y salí de casa, cogiendo todo lo que necesitaba y echándolo en la mochila.

Si os digo la verdad, tampoco es que tuviera muchas ganas de empezar las clases. Vería las mismas caras de siempre, los mismos profesores de siempre y la misma gente de siempre con la que no hablaba nunca. Sí, hacer amigos no era mi punto fuerte que digamos. Según mis padres, si no hacía amigos en la carrera, perdería una oportunidad de hacer futuros contactos. Pero a mí me la pelaba bastante tener o no contactos, si ni siquiera quería trabajar de aquello que estudiaba. Perdón por las formas, a veces tiendo a expresarme de una forma un poco mal hablada. Pero prometo que nunca es con mala intención.

Abrí la puerta del garaje, y entré dentro de este para ir hasta donde estaba aparcada mi moto. Bueno, era mía siempre y cuando la usara para ir a clases. Así que, subí en esta guardando antes la mochila dentro del asiento, y arranqué haciendo un estruendo que asustó a alguna que otra persona de las que pasaba por allí. Me coloqué el casco bajando la visera, y salí de allí disparado con cuidado de no atropellar a nadie. La verdad es que no me gustaría tener que ir a juicio antes de sacarme la carrera, y mucho menos ser el acusado.
Contemplaba el paisaje mientras conducía, viendo como quedaban atrás la infinidad de casas, personas, coches e incluso algún que otro animal, y me acordé del momento que viví en la playa semanas atrás. Lo que provocó una sonrisa en mi rostro, que se fue bastante rápido al ver las puertas de la universidad delante de mis ojos.
«Pues otra vez aquí», me dije a mí mismo.

Las clases estaban siendo igual de aburridas que siempre, con el incentivo de que nos había tocado un profesor sustituto que explicaba peor que mi sobrina de cuatro años. Levanté la mano con la excusa de que tenía que recibir una llamada importante, a lo que el profesor me dijo que no me preocupase. Salí disparado de allí y me encerré en uno de los baños, donde apenas iba gente porque estaba demasiado lejos de todas las aulas. La verdad es que, siendo objetivos, no entendía muy bien el motivo de por qué alguien habría pensado que poner un baño ahí era una buena idea. Pero yo lo agradecía enormemente.

Saqué del bolsillo de mi pantalón una bolsita de plástico, que olía de maravilla, para ser sinceros, y saqué de esta un cogollo de color verde intenso. Guardé la bolsita de nuevo en el bolsillo, y cogí todo lo necesario de mi mochila para terminar de liarme aquello que me iba hacer volver a aquel atardecer en Waymouth. Que me haría volver a recordar a aquella chica sintiendo la brisa recorrer cada extremidad de su cuerpo mientras disfrutaba tanto como yo de aquel paisaje.

Después de darle dos caladas que me inundaron cada parte de mis pulmones y que sentí recorrer todo mi cuerpo, escuché a alguien entrar dentro del baño.
Antes de nada, me gustaría añadir que no fumaba porque me agradara la idea de quedarme más imbécil de lo que ya era, o al menos no más de lo que mi familia me hacía creer que era. Lo hacía porque era la única manera de soportar toda aquella vida de mierda que me estaba consumiendo, como se consumía aquel porro entre mis labios. Y no, las drogas no son la solución a los problemas, ni tampoco deberían de ser una manera de evadir estos, pero en ese momento no podía pensar en otra cosa que no fuese hacer aquello para al menos disipar el dolor que sentía durante unas horas.
Lo apagué como pude, y me quedé en silencio.

COLORS.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora