Max se encontraba acostado en su cama, en su departamento en Mónaco, mirando algunas fotos de cuando era niño. Las imágenes mostraban a su familia aún unida, con sonrisas auténticas y momentos felices que parecían de otra vida. Aunque estaba cansado, no podía dormir. Hacía ya un mes que sufría de insomnio y, a pesar de la fatiga constante, su mente no encontraba paz.
Había empezado a tomar pastillas para dormir, algunas proporcionadas por su padre, Jos, y otras conseguidas con recetas médicas. El diagnóstico del doctor fue claro: estrés severo. Desde niño, Max había estado bajo el mandato estricto de Jos, quien siempre exigía lo mejor de él, sin importar el costo.
Mientras sostenía una de las fotos, un recuerdo de su infancia comenzó a invadir su mente. Recordaba a Jos gritándole en la pista de karts, diciéndole que tenía que ser el mejor, que debía esforzarse más.
Recuerdo de Max:
—¡Max, no puedes cometer esos errores si quieres ser el mejor!—, gritaba Jos, con la cara enrojecida de furia. —Tu madre se llevó a tu hermana, y ahora solo quedamos nosotros. Tenemos que estar juntos y ser invencibles.
Max, con apenas siete años, sentía el peso de esas palabras como una losa. No entendía del todo la situación, pero sabía que no podía decepcionar a su padre. Jos esperaba perfección en cada carrera, en cada giro, en cada decisión que Max tomara en la pista.
Max suspiró, dejando caer la foto sobre la cama. La presión constante, la necesidad de ser siempre el mejor, lo había acompañado toda su vida. Había momentos en los que deseaba poder apagar esos recuerdos, pero sabían que eran parte de lo que lo había convertido en quien era hoy. Sin embargo, el costo había sido alto.
Se giró en la cama, tratando de encontrar una posición cómoda, aunque sabía que era inútil. El insomnio era un visitante constante, alimentado por el estrés y la ansiedad que lo consumían. Las palabras de su padre resonaban en su mente una y otra vez, como un eco implacable.
En la penumbra de su habitación, Max miró hacia el techo, sintiendo una mezcla de frustración y tristeza. Había alcanzado tanto en su carrera, pero a qué precio. Había sacrificado su infancia, su tranquilidad, y ahora, su salud mental estaba en juego.
Sabía que debía encontrar una manera de lidiar con esto, de encontrar un equilibrio entre su pasión por las carreras y su bienestar personal. Pero por ahora, todo lo que podía hacer era intentar dormir, con la esperanza de que mañana fuera un día mejor.
Cerró los ojos, tratando de calmar su mente. Sabía que el camino hacia la paz interior sería largo y arduo, pero estaba dispuesto a intentarlo. Porque más allá de las exigencias de su padre y de las expectativas del mundo, Max quería encontrar su propia felicidad, su propia razón para seguir adelante.
Mientras Max cerraba los ojos, tratando de relajarse, muchas palabras empezaron a resonar en su mente: "egoísta", "doble cara", "mentiroso", "manipulador", "presumido". Era como si todas las críticas y juicios que había recibido a lo largo de los años se agolparan en su mente de golpe, impidiéndole encontrar la paz.
Esas palabras pesaban sobre él, recordándole cada momento en que había sentido que no estaba a la altura, que no cumplía con las expectativas de quienes lo rodeaban. Intentó ahogar esos pensamientos, concentrarse en su respiración, pero era inútil. La voz de su padre, las expectativas del mundo, todo se mezclaba en una cacofonía ensordecedora.
En medio de esa tormenta mental, Max trató de recordar las palabras de Sergio, sus gestos amables, sus bromas y risas. Pensar en Sergio le daba un poco de consuelo, un ancla a la que aferrarse en medio del caos. Sabía que Sergio creía en él, no solo como piloto, sino como persona. Y eso, más que cualquier trofeo o reconocimiento, era lo que realmente importaba.
Max se concentró en esa sensación, dejando que la imagen de Sergio y su amistad lo envolvieran. Poco a poco, las voces en su mente empezaron a desvanecerse, dando paso a una paz tenue, pero reconfortante. No era mucho, pero era un comienzo.
Sabía que el camino hacia la verdadera paz interior sería largo y difícil, pero con amigos como Sergio a su lado, estaba seguro de que podría encontrar la manera de enfrentar sus demonios y, finalmente, encontrar su propia felicidad.
Finalmente, con ese pensamiento en mente, Max logró caer en un sueño inquieto, pero reparador.