Capitulo 2

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Nada que salga del corazón, está mal

  Desde ese momento en que el perfume amaderado con una suave nota a flores de jazmin; invadió mi olfato, se me hizo muy difícil no reconocerlo

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Desde ese momento en que el perfume amaderado con una suave nota a flores de jazmin; invadió mi olfato, se me hizo muy difícil no reconocerlo.

Cuando pude abrir los ojos, ya estaba recostada en una camilla, rodeada de aparatos y cortinas blancas. Una mujer me tomaba la temperatura mientras que yo, trataba de encontrar al responsable de aquel aroma tan característico.

—¿Estás bien? —, preguntó la mujer mirándome extrañada. Tenía el cabello negro, corto por los hombros y algunas cicatrices que eran visibles en su cara. Luego, con una pequeña linterna, empezó a revisar mis pupilas—¿puedes decirme tu nombre?

Levanté mi brazo y aparté la linterna de mi vista, con un quejido haciéndole entender que me estaba molestando.

—¿Recuerdas tu nombre? —, continúo sin interés, mirando a una gran pantalla que mostraba mis signos vitales.

En ese momento, recordé a mi hermano.

—Dix —, mascullé mirando a mi alrededor.

Mis latidos empezaron a aumentar de ritmo.

La mujer, confundida, se acercó para tratar de entenderme, pero la golpeé con mi codo e intenté abrir las cortinas. Ella empezó a sostenerme los brazos pidiendo que me calmara, pero yo de verdad necesitaba ver a mi hermano.

En uno de mis intentos, logré abrir un poco las cortinas y vi al hombre de traje blanco, manchado de sangre, mientra salía de la habitación.

Otra mujer más joven apareció y entre ambas me sostuvieron. Empecé a gritar y a moverme tanto como pude, hasta que lograron sujetarme con unos cinturones que impedían que me moviese.

Justo después, una señora llegó con una jeringa enorme y la clavó en mi cuello: un dolor agudo invadió mi cuerpo hasta que  sacó la jeringa y se alejó.

De mis ojos empezó a salir un líquido blanco brillante; al mismo tiempo en que un sonido constante y molesto, se escuchaba provenir de una de los aparatos a mi lado; mientras sentía que aquello que me inyectaron, recorría mis adentros como ácido que quemaba todo a su paso.

La señora soltó la jeringa confundida y asustada al ver la reacción de mi cuerpo.

La mujer de las cicatrices en la cara la miró dudosa y en un reclamo, la interrogó:

—¿¡Qué haz hecho!?

La mujer más joven, salió corriendo en busca del frasco en donde estaba lo que me habían inyectado.

—Yo... Creo que nos equivócanos de frasco —, gimoteó, con nerviosismo.

La mujer de las cicatrices, le arrebató el frasco y leyó las letras pequeñas grabadas en la etiqueta:

El castillo de BlakeWhere stories live. Discover now